La Navidad es una fiesta de dos sentidos: gusto y olfato. Gusto para comer y beber hasta el hartazgo y olfato para dejarse atrapar por el regalo más embaucador, el perfume, una creación pretenciosa que vinculamos a la seducción y que nos proporciona una identidad olfativa con la que suplantar a la original, de injusta mala fama. El perfume es nuestro disfraz gaseoso, un mito sobrevalorado por la literatura y uno de esos artículos mágicos cuya función práctica resulta indefinible. Por eso, la colonia es el obsequio comodín: sirve para todos sin servir para nada en particular. Una desmesura que se ha disparado en la tele.
No sé si se han percatado, pero jamás como este año hubo más cantidad y variedad de anuncios de fragancias. Para hacer el catálogo de este exceso he pasado algunas noches de canal en canal contando el número de colonias que aparecían en pantalla y el escrutinio fue de cuarenta y siete. ¡Cuarenta y siete aromas diferentes anunciándose en televisión! Impresionante. Los hay de varias clases. Están los auténticos, perfumistas de siempre. Están los de marcas de moda, que han colonizado el mercado. Y están los nominales, esencias sintetizadas, como el Grenouille de Patrick Süskind, con los fluidos de Antonio Banderas, Ana Rosa, Shakira o Rosario Flores, la idolatría en frasco.
Los spots de perfumes constituyen un género comunicativo único a causa de su debilidad argumental. Porque ¿cómo se explica un aroma o cómo se razona un olor? Este vacío se llena con sensaciones, alucinaciones oníricas y sublimación emocional a base de una estética afrancesada y mucho glamur romántico, todo para que las colonias sean una metáfora de tus sueños más sensuales, lo que te predispondrá a aceptar sus precios confiscatorios. En una sociedad torpemente hipersexualizada se entiende por qué en tiempos de penuria el consumo popular se lanza al compulsivo obsequio de un producto tan prescindible como el perfume. Su triunfo es imponernos su olor alternativo y persuadirnos de que todo lo que no es fragancia es hedor.
Estoy totalmente de acuerdo, hay un exceso de anuncios de perfumes. Hce unos años, las fragancias solo las realizaban las casas de cosmetica, ahora diseñadores de ropa, actrices, tienen sus propios perfumes. Demasiados. Me gusta mucho esta columna sobre la actividad de la television. Muchas felicidades.
Muy buen artículo, con un gran estilo literario.
Eskerrik asko. Se hace lo que se puede.
Yo creo que un buen perfume y un buen traje siempre son necesarios ,es la presencia y la elegancia .