Edward Snowden no es el protagonista de una película de espías como las autoridades norteamericanas nos quieren hacer creer. Las peripecias del caso pertenecen al realismo contemporáneo con una visión aterradora del mundo sometido a la merma y tutela de las libertades individuales y colectivas (empezando por el secreto de las comunicaciones) cuyo propósito es garantizar la hegemonía política, económica y militar de los Estados Unidos. Las películas de espionaje, en todo caso, no serían más que ensayos justificativos, de corte heroico, que avalarían ante las masas el derecho de arbitrariedad que asiste al país dominante en su designio histórico de preservar la democracia y garantizar la seguridad frente a las amenazas del terrorismo. Al fondo se percibe, nítido, un mensaje redentor.
En esta trama hay buenos y malos, tan desdibujados por el sesgo de la información que puede inducirnos a error en la calificación de sus conductas. Hay también actores secundarios, como Evo Morales, vilipendiado en su condición de jefe de estado en un sainete aeronáutico indigno de las democracias europeas. Por muy antigua y sistemática que sea la vigilancia estadounidense sobre los gobiernos, las empresas y los individuos, esta historia traerá consecuencias y movilizará al mundo, porque si internet facilita y universaliza el espionaje, también permite que la respuesta defensiva vaya más allá del fatalismo conformista con el que tradicionalmente nos hemos tomado el espionaje de las agencias americanas.
Uno de los protagonistas es un viejo conocido, el discurso paradójico de la libertad, según el cual es inexcusable que los ciudadanos asuman ciertas limitaciones de sus derechos para hacer posible la supervivencia del modelo democrático frente a la acción de sus enemigos, específicamente el terrorismo. Es el cínico mensaje del miedo, tan podrido y falaz hoy como en el período de la guerra fría. Lo ha admitido el presidente Obama, desenmascarado como paladín del cambio ético, al decir que «uno no tiene que sacrificar su libertad para lograr seguridad” y añadir con demoledora indecencia que “eso no quiere decir que no haya precios que uno tenga que pagar por algunos programas”. Claro, uno de esos programas es PRISM, técnica secreta de vigilancia electrónica desarrollada por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) desde 2007, mediante la que se ha husmeado a millones de personas y a los gobiernos nacionales, incluidos los aliados europeos. En esta entidad oficial, además de en la CIA, trabajó el joven Edward Snowden antes de que decidiera exilarse en Rusia y denunciar el escándalo de la vigilancia universal.
No es la democracia lo que está en juego, sino la estrategia del control absoluto, generadora de odios, especialmente entre Oriente Medio, de los que se nutre el terrorismo islámico y su victimismo. Este es el punto de partida de la cadena delictiva de un sistema que no admite ser cuestionado y que por perpetuarse se atreve con la instauración efectiva del Big Brother, terror imaginado por Orwell en su novela 1984. ¿Qué derechos democráticos nos quedan en un régimen de libertad vigilada?
Los esbirros
Todo sistema abusivo tiene, además de los medios coercitivos, a sus valedores intelectuales para el ejercicio de la propaganda sedante. En el mundo hispánico es Mario Vargas Llosa quien ejerce de rapsoda del Pentágono. Un esbirro con habilidad dialéctica, como un mago con la chistera, aspira a hacernos creer que la realidad es un espejismo y que los malos son los buenos y los héroes, traidores. En un reciente artículo (El País, 14 de julio), el Nobel peruano hacía suyo el embuste argumental de la libertad restringida, al decir que “por desgracia, mientras existan guerras, los peligros de las guerras y un terrorismo religioso e ideológico que provoca a diario los estragos que sabemos, es prácticamente imposible que los Estados democráticos renuncien a una actividad de la que podrían depender en buena medida la seguridad, políticas eficaces contra la repetición de tragedias como las de las Torres Gemelas o de la estación de Atocha”. ¿Y cómo es que el precio de nuestra privacidad no sirvió para prevenir aquellos y posteriores ataques? La historia nos enseña más que la ingenua ficción del novelista: unos pocos enemigos son la excusa del poder con vocación totalitaria para sostener la vigilancia sobre todos.
Vargas, revestido con el manto de juez supremo, se ha ocupado, primero, de socavar la gesta de Snowden por “haber roto su compromiso de confidencialidad que tenía contraído con el Estado para el que trabajaba” y, después, amonestar a cuantos hemos ponderado la rebelión del joven analista, al que reprocha no haber recurrido a la denuncia ante la justicia: “¿Por qué Edward Snowden no optó por este camino legítimo, en vez de violentar a su vez la legalidad y convertirse en un instrumento de regímenes autoritarios y totalitarios que se valen de él para atacar el “imperialismo” y rasgarse las vestiduras en nombre de una libertad y unos derechos que ellos pisotean sin el menor escrúpulo?”. Hay que ser muy cínico para soslayar el sacrificio personal de Snowden, quien ha roto su vida para siempre por hacer el favor al mundo libre de revelar las prácticas criminales del gobierno americano. En el colmo del paroxismo inquisitorial, el escritor sentencia que “ni Edward Snowden ni Julian Assange son paladines sino depredadores de la libertad que dicen defender”. Los juicios absolutos de Vargas Llosa nos devuelven a épocas predemocráticas, cuando la libertad era la osadía de los siervos.
Los cómplices
De la denuncia de Snowden se desprende, además de que Obama es igual de corruptor de la libertad que sus predecesores, la nula fiabilidad que para los usuarios de internet poseen las grandes marcas de comunicación, como Google, Microsoft, Apple y Facebook, que han reconocido su participación activa en el montaje y sostenimiento de la red de espionaje de la NSA. Lo que queda demostrado es que no existe la mínima posibilidad de privacidad en los entornos digitales y que a medida que el mundo avanza en recursos tecnológicos retrocede en libertades fundamentales, lo que nos lleva a deducir un futuro bajo el terror de estar permanentemente observados.
La complicidad de estas y posiblemente de otras muchas empresas de telecomunicaciones en la red mundial de espionaje nos indica que nada ni nadie dentro del sistema actual es confiable y que en un entorno democrático tan podrido solo se podría sobrevivir con cierta dignidad a costa de asumir cierto aislamiento digital y de reducir el uso habitual de las tecnologías de comunicación. La privacidad, si es que todavía vivía, ha sido asesinada. Los únicos seres humanos felices serán quienes prescindan de las telecomunicaciones, puesto que no hay nadie que no tenga secretos y vida reservada.
Si se han preguntado por qué al mismo tiempo que avanzan los métodos de vigilancia y control se incentiva la aniquilación de la intimidad individual, sepan que lo uno y lo otro, el espionaje masivo y la degradación de la privacidad, son parte del mismo proyecto deshumanizador y liberticida. ¿Qué le puede importar a una persona que escudriñen sus correos y mensajes, si expone cada día su intimidad en las redes sociales? Varias generaciones de niños y jóvenes están aprendiendo a renunciar a su vida privada e identidad personal para la posterior aceptación de la censura de su libertad. A los adultos solo nos queda no sucumbir, por estupidez o desestima, al efecto contagio.
Excelente árticulo. Parece que todo lo que se estaba desarrollando en torno a estecaso, era de película de espias., pero una vez mas la realidad supera a la ficción. Es cierto que a medida que el ser humano evoluciona utiliza todas las técnicas y tecnologías para controlar al prójimo. Noo entiendo , a que se debe tanto miedo, y por que ese ansia de poder y controlar al resto de seres humanos. Es oncpncebible. si es cierto que este caso es muy espcial, y el Sr. Snowswn no puede ni debe revelar todos los secretos que en torno a su profesionalidad se refiere. El secreto es eso secreto por encima de todo.
Mucha felicidades por el articulo .