Este es un club con millones de adeptos. Aquí te encuentras a perdedores y desesperados, ciudadanos excluidos, individuos muy aparentes pero malogrados, hombres y mujeres que han traicionado sus sueños, gente con mala fortuna y peor cabeza y casi todos los seres humanos, más o menos inteligentes, que quieren cambiar su suerte pero no saben cómo. Desean lo mismo, aplicado a su historia: tener una oportunidad. Sí, nada menos que una oportunidad, quizás la última. O la primera. Una, la única que podrían conseguir. Realmente aquí se experimenta la grandeza de una de las experiencias más sugestivas de la vida, la oportunidad, que no es una redención, sino la viabilidad de una meta que quien la recibe se siente capaz de alcanzar por su propio mérito y esfuerzo. Una opción para reivindicarse, una alternativa para la validación personal, el precio de su autoestima. No hay en el universo de lo humano nada más digno y sublime que la idea de oportunidad, en la que se contiene todo nuestro espíritu y también su fragilidad. El que demanda una oportunidad pide algo así como un préstamo -muy caro, porque apenas tiene avales- para invertirlo en la conquista o reconquista de su destino.
No hace falta que llegara la crisis, con todos sus dramas de pobreza, precariedad y abandono, para que el número de miembros de este club se haya incrementado. Ya había una crisis y ya eran muchos los demandantes de oportunidades antes de que arribaran las vacas flacas. Mi lema es: “Nos juzgarán por las oportunidades que dimos”. Incluso las personas autosuficientes necesitan en algún momento que alguien les tienda una mano. Vale añadir que si grande es la honra de quien solicita su opción, aún más es la de quien se prodiga en facilitarla, porque puede y quiere hacerlo. El hombre más rico y poderoso es aquel que tiene a su alcance ofrecer oportunidades y se arriesga a prestarlas. He ahí un poder al alcance de cualquiera. Ideologías aparte, no hay proyecto ético y compasivo de la sociedad que no tenga su raíz en la inteligente prodigalidad de las oportunidades. Dar ese impulso se ha convertido en una de las más formidables tareas humanas. Mis mejores recuerdos son para aquellos que me abrieron camino (eskerrik asko, Javier Elorriaga!), como percibo un sincero agradecimiento en quienes pude regalar mi pobre patrocinio, a veces en circunstancias dramáticas. Acaso por eso las oportunidades que brindé son mi principal caudal de orgullo; y las que negué, mi máxima amargura.
¿Igualdad de oportunidades?
De entre las utopías la igualdad de oportunidades es la que tiene mayor contenido transformador, porque repara las injusticias sociales y desequilibrios creados en origen. A nadie le deberían poner trabas a su desarrollo por la mala suerte de nacer pobre o quedar desamparado. Me temo que nunca habrá verdadera igualdad de oportunidades, porque la mezquindad y sus estragos siempre serán más fuertes que los derechos. Es una maldición que podremos minimizar, pero su eficacia no estará tanto en el Estado democrático, como en la épica de cada uno y cómo entienden los ciudadanos la sabiduría de la solidaridad: la oportunidad es revolucionaria y conmovedora.
En el club de las últimas oportunidades hay una sección especial, su porción más sufrida, la de los perdedores de oportunidades, gente sin salida. Una realidad en la que nos igualamos las personas es el drama de las oportunidades perdidas: las que nos ofreció la vida y las que nos proporcionaron los demás. No deberíamos malgastarlas, porque las opciones son limitadas; pero esto ocurre con frecuencia y nos acerca al umbral indeseable y terrible de las últimas oportunidades. Los perdedores son precisamente eso, perdedores de oportunidades. Y aunque sean dignos de consideración, los fracasados tienen tras de sí una historia de derroche y malversación de posibilidades y acaso merecieron su derrota. Ahí nos vemos todos retratados.
Las tres oportunidades
Creo que en la vida necesitamos disponer de tres géneros de oportunidades: profesional, afectiva y social. Las oportunidades básicas. O imprescindibles. Porque abarcan las áreas que nos proporcionan sustento, sentido y solidaridad, casi todo lo que precisamos como seres elementales, emocionales y tribales. Otras oportunidades caben, pero podemos vivir sin ellas. Para muchos la fundamental es la oportunidad laboral, que hoy están implorando nuestros jóvenes, los mayores de 45 años desterrados del mercado, los desahuciados, los olvidados del sistema, los que tienen que emigrar, los que carecen de prestaciones públicas, los que acuden a los comedores sociales o recurren a la ayuda de Caritas y el Banco de Alimentos. Resulta apabullante la ansiedad de estas miles de personas, que no quieren caridad, sino demostrar su valía con la llegada de una oportunidad. Tuve hace años la responsabilidad del departamento de recursos humanos en una pyme vizcaína de 70 trabajadores. Una vivencia que me marcó por el gozo de poder decir a alguien: estás contratado. Nada más gratificante que el reconocimiento ajeno. Incluso más que la autoestima, que es lo primero que extravían quienes no encuentran salida. De hecho la crisis ha puesto de manifiesto que entre los demandantes de oportunidades hay muchos incapaces de pedirlas. ¿Alguien duda de que las oportunidades hay que requerirlas y hasta suplicar por la última o por la primera? Demasiada dignidad (¿u orgullo?) no es competente en esta lucha.
La más compleja de las oportunidades es la emocional. ¡Hay tantos hombres y mujeres que se niegan una posibilidad amorosa! ¡Y tantas felices historias que surgieron de una última y precaria oportunidad! El amor en ocasiones es oportunista, cierto; pero es la mayor fuente de oportunidades. Nos costará encontrar a alguien más generoso en esto que los padres con sus hijos y no tanto al revés. Toda oportunidad se basa en dos pilares: la confianza y el riesgo. En la confianza está el riesgo y esa es su excelencia: que acepta la imperfección humana y que ciertas decisiones tienen que ser radicalmente incondicionales. Supongo que confiar ciegamente en alguien es la versión mágica de la oportunidad, de lo que están hechas las mejores proezas humanas y los amores heroicos.
Quienes más oportunidades precisan son las personas solitarias. La soledad no es estar sin compañía, es carecer de cualquiera de las distintas formas de amor: el afecto, la amistad, el eros y la caridad, según la clasificación de C. S. Lewis. Una soledad prolongada conduce, primero, a la tristeza y, finalmente, a la muerte. La última oportunidad para un ser humano es la que le rescata de ir a la deriva, una libertad indeseable. Inútil es el consuelo sin la donación de una salida. En lo social, también los pueblos exigen sus últimas oportunidades. La oportunidad de la paz, inseparable de la libertad. Mucho de esto sabemos en Euskadi, que tras la dictadura se nos siguió negando la paz y por nuestro futuro exigimos -y nos dimos- infinitas oportunidades. Y hoy tenemos que continuar dándonoslas. Oportunidades para las víctimas de la violencia, cruelmente relegadas. Oportunidades para los presos, que tienen sus derechos. Oportunidades para la reconciliación y la convivencia. Oportunidades para la democracia sobre la ley marchita y blindada. Romper la cadena de oportunidades mutuas es lo peor que nos puede suceder. O imponer el dogma como proyecto. Los políticos piden a la gente una oportunidad en las elecciones; pero sería bueno que, antes y después, se la dieran ellos a la sociedad. En el club de las últimas oportunidades se celebra la comprensión, la dignidad, la memoria, el pensamiento imaginativo y la osadía, todo lo que sirve para vivir y revivir. No se admite el fatalismo. Ni la rendición.

Excelente articulo. Realizado con mucho sentimiento.
Estoy de acuerdo que en muchas ocasiones esa 2ultima oportunidad2, es la «primera oportunidad2, y por tanto suele ser maravilllosa.
La vida es un autentico misterior y asi mismo un milagro.
Y esa oportunidad que se niega sin saber por que , es porque llegara algo muchísimo mejor. Evidentemente con mucha lucha.Por todo lo que queremos.
Muchas felicidades por su´brillante árticulo y su plasmación desde el corazón, tan difícil hoy en dia poner sentimientos , en una sociedad que parece quecarece de ellos.