Diario de cuarentena. Día 9. Vecinos

El día empieza mal: mi coche se ha quedado sin batería después de muchas jornadas de parón. ¿Llamo al seguro? ¿Funciona la asistencia en ruta? En fin, no me voy a quejar, dadas las circunstancias. El nivel de exigencia se ha reducido al mínimo.

Podemos hablar de los vecinos, las personas con las que compartimos edificio, ascensor, escaleras, portal y ruidos. Mis vecinos son casi todos gente normal. Hay muchos mayores. Hace poco, antes de la pandemia, murió uno, una excelente persona: no era tan mayor, 69. Viudo, sonriente, muy simpático, con una hija joven, gordita, que me mira raro. En contraste, los vecinos del primero, una pareja joven, muy cordiales, han tenido un bebé. Me encanta. No había niños en este edificio. Un muerto y un bebé en pocos días. Es la vida que transcurre.

El coronavirus ha aportado mucho silencio al vecindario. Apenas salen a la calle; pero se asoman a sus terrazas. Les veo. La ciudad vive confinada, pero asomada, como si ventanas y balcones fueran sus trincheras. Yo también paso más horas en la terraza, pero aun hace frío en esta primavera extraña, triste y tiránica. Una primavera que no olvidaremos jamás, pase lo que pase. ¿Y cómo se aman las parejas?

La verdad es que soy de los que no salen a aplaudir a las 20 horas, ni más tarde. Con todos los respetos, me parece una respuesta inmadura. No hay duda de que hay gente que se está dejando el alma: médicos, enfermeras, trasportistas, policías, personal del super… pero hacen su labor como lo haríamos nosotros en su caso. Cumplen su cometido, y eso está bien. Algunos caen, como otros ciudadanos expuestos por edad o trabajo. Pero no es para ovacionarlos. Con mi respeto y consideración tienen bastante. De esta crisis saldrán muchas vocaciones médicas. 

Quizás es que tengo una hija médico y su marido también, y muchos amigos en el sector de la medicina. Son personas racionales poco dadas al espectáculo y las chorradas de la tele jaranera y las redes sociales. A veces creo que somos una sociedad adolescente y frívola.

Mi vecino de arriba es un imbécil. Antipático, vive solo y no saluda ni sonríe. Es idiota. Y además, hace más ruido de lo normal. Se diría que vive dando saltos. ¿Hace gimnasia? ¿Rompe nueces con el culo? ¿Se entrena para las olimpiadas? No he subido a quejarme porque la buena vecindad consiste en aplicar cierta tolerancia. Yo también he tenido niños y sé que molestan con sus gritos. ¿Quién se queja del llanto de un bebé a las 4 de la madrugada? 

Salir al balcón a dar la serenata es un coñazo. La música me la pongo yo, Kenny Rogers por recordar. Un tenor amateur en el balcón cantando “la donna e mobile” es un castigo insufrible, crueldad. Tengan piedad, vecinos.

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