Diario de cuarentena. Día 47. La hora del marketing

La noticia negra dice que “el coronavirus hunde la economía española un 5,2%, la mayor caída en casi un siglo”. O sea, que nos vamos a la ruina si esta situación kafkiana de confinamiento social y parón de la actividad productiva se mantiene por más tiempo. ¿Y qué vamos a hacer? Pues reaccionar y hacer uso de nuestros recursos para resistir primero y después recuperar el pulso.

Si me pongo en la piel de cualquier empresario, comerciante o profesional por libre, yo miraría en dos direcciones. Optaría a lo planes de ayudas de capital y aplazamientos que me ofrecen las instituciones públicas y las entidades financieras para resistir el primer cuatrimestre, hasta otoño. Si he perdido la liquidez y mi fondo de reserva es bajo, debo acudir a esas ayudas. Sin complejos. Pero al mismo tiempo miraría a mi marketing. Sí, a los instrumentos del marketing de que dispongo para sacar de la hibernación mi negocio.

El marketing es la totalidad de las acciones que me sitúan, identifican, diferencian y hacen apetecibles mis productos y servicios: la publicidad, las campañas de imagen, las acciones digitales, las promociones, los descuentos… Y como no hay manuales de marketing para después de una pandemia, tengo que reinventar mis estrategias. Si fuera comerciante, lo primero es dar seguridad al cliente para que entre sin miedo. Medios de protección, limpieza y asepsia absoluta en mostradores, probadores, y productos. Y segundo, liquidaría sin piedad los stocks de temporada. ¿Pierde dinero con precios por debajo del 70%? No importa, saque lo que pueda, atraiga a los clientes y prepárese a ganar en otoño.

Si fuera una marca de electrónica, haría una descomunal y bulliciosa campaña de venta de ordenadores, impresoras y demás productos y servicios digitales, porque el parque de dispositivos en hogares y colegios es insuficiente y en muchos casos, obsoleto. Una persona, un ordenador. Digitalizar e informatizar hasta el último rincón del país. Prepárese a cubrir esa demanda.  

Si fuera concesionario de coches haría una venta masiva con precios a la baja y demandaría del Gobierno un plan Renove sin precedentes. Es posible que el uso del vehículo privado se incremente por temor al contagio en el transporte público. ¡Bicicletas y motos a precios asequibles!

Y así con todo. Pensar en el cliente antes de que en mi situación inicial. Mostrar fuerza y compartir confianza con el mercado. Hay ganas de consumo y es probable que se produzca una explosión de compras. Hay ahorro y necesidades insatisfechas. Lo que no se puede hacer es ponerse a la defensiva. Como el presidente de los comerciantes de Bizkaia, que ha pedido al Gobierno que prohíba la venta on line durante un tiempo para favorecer el comercio local. ¿Este hombre está en sus cabales? Aparte de que eso equivaldría a poner puertas al campo, y es ilegal, ofendería a los consumidores y se vería como lo que es, viejo proteccionismo. 

Hable con sus asesores de marketing, piense con su agencia de publicidad y sus socios de marketing digital. Haga un equipo potente. Use su capacidad creativa. ¡Póngase en pie! Y crea en su empresa como creyó al principio. 

Diario de cuarentena. Día 46. Darwinistas versus románticos

Hay días que dan que pensar. Días de introspección en el que uno, solo ante sí mismo, se mira hacia dentro y se sitúa en la realidad que le ha tocado o elegido. En medio de la refriega política derivada de la pandemia, muy polarizada, como quieren los líderes inmaduros, trataba de situarme entre la oposición desabrida y los ministros de discursos viejos. ¿Qué soy yo, si no me identifico con unos ni con otros?

No soy darwiniano, desde luego. En absoluto. Los darwinistas sociales creen en la hegemonía de los más fuertes. El poder y la autoridad lo deben obtener los mejores, los más hábiles, los más cualificados, que han de dirigir las naciones. En este contexto, los mejores serían los más salvajes, los guerreros, los líderes carismáticos, pero carentes de ética y sentido de la justicia. Como en las manadas de mamíferos, como los cromañones.

La derecha es darwinista. Y sitúa al frente de la sociedad a los que, falsamente, crean mayor capacidad de progreso económico y lo garantizan con el código de valores que sea necesario, a veces por la fuerza y a veces por la persuasión y el adoctrinamiento. La desigualdad es intrínseca al ser humano, pues nacemos desiguales, dicen con cinismo sus partidarios. No, soy darwinista. ¿Y qué soy?

Si busco lo inalcanzable, el equilibrio entre el progreso económico y científico y la igualdad de las personas; si el supremacismo, el racismo y la religión son la descomposición de la naturaleza compasiva del ser humano, soy un utópico. Soy un romántico.

Creo que el romanticismo ha sido el proyecto humano más elevado en ideas, arte, música, literatura y pensamiento. Es la entrega a la causa de la libertad aún a costa de tu propia vida. Es el sacrificio por una causa compasiva. Es el reflejo de la utopía, la no rendición por lo imposible, lo inalcanzable, por la quimera sin sangre ni imposición. Un plan virtuoso.

Mucha gente cree que el romanticismo es puro sentimiento, el mundo de las emociones. Un mundo cursi y caduco. Incluso las feministas se refieren al amor romántico como una deformación. Hay que ser ignorantes. No, el romanticismo otorga poder a las emociones, pero al servicio de la libertad creativa y la ruptura con los cánones de una racionalidad limitadora. Llevado a lo sociopolítico, el romanticismo no se detiene frente lo impuesto por una aristocracia y burguesía abusivas. Las desarbola.

Por romántico, me hice nacionalista (vasco), porque la libertad del mundo empieza por concebirlo como un gran y maravilloso mosaico de culturas y pueblos. El nacionalismo es a la comunidad lo que la autoestima es a la persona. No creo que la libertad personal sea posible fuera del respeto a la identidad de las naciones.

En fin, me declaro romántico hasta lo más hondo de mi alma y os invito a compartir esta visión del mundo, más en este tiempo oscuro

Diario de cuarentena. Día 45. Evaluación de daños

Se ha comunicado que en el pasado trimestre en el Estado español se han perdido casi 300.000 empleos, mientras las regulaciones de empleo se elevan a 578.300. En Euskadi las cosas son algo mejores; pero los estragos se verán más adelante a causa de la pandemia. Junto a las cifras de muertos, es lo peor que podía ocurrir. 

Todo es demasiado abrumador como para resistirlo. Apenas llevamos mes y medio de crisis y no tenemos capacidad ni serenidad para evaluar los daños humanos, económicos y sociales de los que no se salva nadie. ¿Cuáles son tus pérdidas, cuáles son las mías? 

Estamos perdiendo la vida con nuestros entornos de relación. Estamos perdiendo la libertad de hacer las cosas más sencillas, entrar en un bar, ir al cine, acudir al fútbol, disfrutar de un concierto o ver la última exposición. La libertad incluso de pasear y contemplar el mar. Lo estamos perdiendo todo y, la verdad, no veo la necesidad. Alguien dice por ahí que las libertades básicas pueden restringirse por una causa mayor. ¡Mentira, porque esa razón mayor es falsa o fruto de la desesperación! Nunca hubo razón mayor que la libertad de la gente, ahora aniquilada. Estamos perdiendo el poder hablar y protestar por no pasar por incívicos. ¡Qué sumisa hace a la gente el miedo!

Entre los daños están la perdida de las fiestas. Son irrecuperables. No es que San Fermín, con sus tumultos y excesos, me importara demasiado, pero no se puede privar a la sociedad de sus ritos. Se suspenden las corridas de toros, eso me alegra. Todas las fiestas de julio (el Carmen, Santiago, Santa Ana) ya están anuladas. Y las de agosto, seguramente. Sánchez ha dicho esta tarde que la desescalada (ripiosa palabra) llevará ocho semanas, es decir, mayo y junio al completo. No ha dicho la verdad, porque la “nueva normalidad” (¿por qué no lo llama “nuevo orden” en términos de cambio de régimen?) es un disfraz de la condicionada realidad venidera.

Se están perdiendo mil historias. ¿Cuántos amores no serán posibles a causa de este vil encierro? He visto esta tarde la película americana “The Photograph”, aún no estrenada aquí, que trata de una preciosa historia de amor entre Mae, la hija de una famosa fotógrafa, y Michael, periodista que está escribiendo sobre su vida y experiencia en Nueva Orleans. Romántica sin moñas bajo una música excepcional. Esto es lo que se pierden, las historias de verdad y las de ficción.

La gente de Vitoria-Gasteiz se han perdido hoy la fiesta de San Prudencio y se perderán también la romería a Estibaliz el viernes. Y el 1 de mayo tampoco habrá marchas por el Día del Trabajo, cuando más falta harían ante la amenaza de un desempleo brutal. La lista de pérdidas es inacabable y en gran medida no podremos pagarlas. Y frente a este colapso, ¿qué tendremos? Muchos sueñan con un cambio. ¿De veras? Ya me conformo con que ese cambio no sea a peor: huele a más Estado.

Luto y tente tieso

Mientras toda una sociedad diversa trata de sobreponerse a una crisis inédita que amenaza su vida y hacienda, parte de su clase dirigente pone rumbo al pasado. La España negra ha vuelto. La derecha y la ultraderecha españolas agitan el dolor por los muertos y reclaman el luto como prioridad. Que el negro pinte la realidad y no de color esperanza. Haciendo suya esta lúgubre encomienda, la reina de las mañanas de la tele, Ana Rosa Quintana, luce a diario en su costado un lazo negro. ¡Que se sepa cuánto sufro, doliente y compasiva! Intereconomía TV, la más ultra de las cadenas y emisora de odio, sitúa en el frontal del plató de su tertulia El gato al agua una gran bandera rojigualda con crespón fúnebre. ¡Mal español es quien no se adhiera a nuestra tristeza de campanario! 

            En el último debate parlamentario, los dirigentes del PP y Vox reprocharon a Sánchez que llevara corbata roja. Casado, Abascal y el portavoz de Ciudadanos vestían traje oscuro y corbata negra. ¡Como debe ser hoy para un español de bien! Exigen bandera a media asta, descomunal monumento y un funeral de Estado. Eso sí, lo de ayudar a la solución de los problemas, sentarse a acordar un gran pacto de reconstrucción y sumarse solidariamente a las medidas sanitarias y económicas, de eso nada. Leña al mono. Luto y tente tieso.

            No he visto en duelo a los líderes del mundo; pero España ha de mostrarse negra y compungida. Porque las lágrimas, aunque sean de Lacoste, son útiles para la exageración y el dramatismo. Hace décadas, las familias vestían un mes de luto tras un fallecimiento y quitárselo antes de tiempo era irreverente y causa de murmuraciones. Hemos vuelto al franquismo de los gestos hipócritas, de réquiem y golpes de pecho. En esencia, el mismo tráfico político que con las víctimas del terrorismo. Igualito, igualito que el difunto de su abuelito.

Diario de cuarentena. Día 44. Esperando al mesías

El mundo espera al nuevo mesías, al salvador, la vacunaque nos libere del pecado contraído por un virus demoníaco y la plaga de una pandemia. Todos lo esperamos como nuestra única oportunidad. Y la gente se pregunta: ¿Cuándo vendrá? ¿Cuánto más tendremos que esperar? ¿Será este año cuando llegue y descienda del cielo de algún laboratorio para rescatarnos de la muerte? ¿O habrá que esperar a 2021? 

Los sumos sacerdotes de la ciencia no se atreven a pronosticar la llegada del mesías; pero aseguran que llegará. Nadie sabe dónde. Si llegará de China, que fueron los primeros pecadores; si de Estados Unidos, si de Alemania, si de Francia, si de Euskadi… Nadie tiene una respuesta. Ya lo decía la biblia: “No sabéis el día ni la hora”.

Una legión de científicos trabaja a destajo en centros de investigación, laboratorios farmacéuticos y universidades en busca del mesías que nos salve de la muerte. Es la búsqueda del tesoro. Porque aquel que encuentre la vacuna se hará inmensamente rico y pasará a la historia como el hombre o la mujer que nos salvó de la extinción. Ojalá sea una mujer. Y le den el Nobel de todo. Su nombre será recordado para siempre. Una mujer. ¡Qué gran avance para la causa feminista!

Tal y como se concibe hoy la investigación es difícil que ocurra que una única persona sea quien elabore la vacuna contra el coronavirus. Lo lógico es que sea labor de un equipo y que ese grupo lo compongan muchos miembros, de manera que todos, de lograrlo, serían los creadores del milagro de salvar a millones de personas de la muerte y al mundo de la parálisis y una crisis sin precedentes.

Hagamos números. Supongamos que el precio de una dosis de la vacuna milagrosa sea de 20 euros. Si se fabricasen diez mil millones la ganancia sería de doscientos mil millones de euros. No estaría mal para una multinacional farmacéutica como Abbot, Bayer, Pfizer o Merck. El mundo lucha por la vida, mientras unos cuantos luchan por el golpe del siglo.

¿Pero no debería ser gratis la patente? ¿No habría que comprar la patente, a escote, y que la vacuna sea gratis y a cargo de los sistemas sanitarios públicos? Es más, ¿no deberían esos mismos gobiernos confiscar la patente y que la vacuna sea gratuita para todo el mundo, ricos y pobres? Ya lo sé, es un pensamiento utópico. Sabemos el grado de entendimiento corrupto que hay entre los gobiernos y las farmacéuticas. Así que no habrá ningún Robin Hood que le quite el oro al rey para que la gente no se muera. Pero todo lo posible es imaginable.

El mesías fue la invención de la ignorancia. Se crea un problema para fabricar un remedio. Primero el miedo y luego el remedio. Y esto es lo que puede haber ocurrido. Malo es que cunda la idea de esta misma estrategia, porque así seguiremos (virus/vacuna) hasta el fin de los tiempos. Esta es la condena de la humanidad: errantes por el mundo esperado a un mesías.