Diario de cuarentena. Día 60. ¡Nos vamos de rebajas!

Las rebajas son el último vestigio del comercio original, el auténtico, cuando todavía había algo de magia e ilusión en hacer compras. A estas alturas de la pandemia y del confinamiento absurdo e inútil, necesitamos recuperar el valor comercial y social de las rebajas para salvar, en parte, el desastre económico de la pequeña y mediana tienda local de esta temporada de primavera, la peor desde los años de la guerra.

El valor comercial mide la rentabilidad de una tienda. La tienda no están para hacer bonito y que la ciudad tenga lucecitas de neón y escaparates donde mirar. La tienda tiene sentido porque gana dinero trayéndonos y vendiéndonos las cosas que necesitamos. La tienda es el primer eslabón de la economía de la ciudad. Tiene que ser rentable. Y su valor social está en el plus que aportan a la comunidad, las historias que generan, los vínculos que crea y la belleza y bullicio que añaden estos vecinos de abajo, de la esquina o la plaza. Queridas tiendas, diversas y memorables, complejas.

Dice el Gobierno confinador que no haya rebajas, de momento. Que pueden provocar tumultos y eso, según sus listísimos asesores, podría generar contagios. No han entendido nada. Primero, las tiendas necesitan hacer rebajas para crear un efecto llamada hacia el consumo, imprescindible en estos momentos. Segundo, tienen que liquidar sus productos estacionales de primavera. Y tercero, el movimiento social de las ventas en las tiendas ayudará a la recuperación de la normalidad de la ciudad, no la “nueva normalidad”, que nadie sabe lo que es, sino la normalidad de siempre, que es vivir libres y sin tutelas.

A ver. La gente, en general, tiene conciencia de las medidas de autoprotección. Y los comercios, por su propio interés, conocen cómo organizar el flujo de la gente hacia sus locales. Las tiendas luchan contra un enemigo invisible y poderoso: el miedo. El terror artificial generado por la autoridad, que paraliza a las personas y las fuerza a no salir de casa. 

Las tiendas pueden hacer mucho para vencer al miedo que nos aplasta emocionalmente y destruye también la economía. Las tiendas, con su animación, atractivos productos y precios de saldo, ayudarán a derrotar el miedo. Necesitamos unas rebajas potentes, sin límites en el tiempo, inteligentemente organizadas. ¡Ya! 

Además del miedo, está la histeria, la de la gente que va en plan kamikaze. Los que se mueven a pelo y sin control. No son pocos, pero son minoría. La histeria es tan mala para la libertad individual como el miedo. El miedo paraliza y la histeria descontrola. ¡Por favor! No vamos a pagar en libertad por tal demencia. Abrir las tiendas a una de sus fiestas -las rebajas- nos hará más felices y menos pobres.

Diario de cuarentena. Día 59. El niño que no sabía andar en bici

La estrella en la época del confinamiento es la bicicleta. Sirve de medio de transporte y vehículo deportivo, te permite cierta libertad y mantener eso que se ha llamado -muy mal llamado- la “distancia social”. Por la ciudad se ven más bicicletas que nunca. Incluso aquellos que la tenían olvidada y algo oxidada en el trastero la han recuperado para sus vidas. Pero, ¿qué ocurre con aquellos que no pueden? Peor aún, los que no saben montar en bicicleta.

Lo confieso: no sé andar en bici. Nunca aprendí. De hecho, jamás tuve una bici de niño. Y cuando ya pude tenerla no me interesó aprender lo que todo el mundo ha hecho, pedalear una bicicleta. No sufro un trauma mental por eso, ni me siento frustrado, porque eso no es nada comparado con una infancia infeliz, llena de carencias y crueldades.

Esta tarde he visto una película que me ha llegado al alma. Es la peli francesa “Raoul Taburin”, de hace un año y no sé si estrenada en España. Está basada en un comic muy popular en Francia, “El Taller de Bicicletas”, obra de J. J. Sempé. Trata de un niño, Raoul, huérfano de madre e hijo del cartero en el pequeño pueblo de Saint Céron, en la región de Champagne, a unos 200 kilómetros al este de París. El pobre crío nunca aprendió a montar la bici por falta de equilibrio y a pesar de los desvelos de su padre. Cuando creció, siguió con su incapacidad de montar la máquina. Y eso, en un pueblo donde “después de dejar los brazos de la madre te encuentras un manillar”, es lo peor del mundo. Ese fue su secreto y su vergüenza. Raoul se casó y tuvo hijos y a todos ocultó este drama. Pese a todo, dirige un taller de bicis y conoce como nadie los entresijos de estas máquinas. Hasta que llega al pueblo un fotógrafo de París especializado en reportajes sobre la vida en el campo. Raoul se jugará la vida por no desvelar su secreto. Por favor, ved esta historia. Es deliciosa.

Hoy me he sentido como Raoul y me he identificado con este personaje cuya vida estuvo condicionada por algo tan nimio -y tan importante- como no saber andar en bicicleta. Si yo supiera montar quizás ahora podría estar pedaleando junto al mar y disfrutando del paseo que el Gobierno pandémico nos permite.

La de bicis que habré regalado a mis hijos, pequeñas y grandes. Y por cada una de ellas me vengué del pasado en el que fui un niño sin ese tesoro. Por supuesto, no les enseñé a andar en bici, de lo que se encargó su madre. ¿Cómo iba a enseñar lo que no sé? Creo que jamás supieron que su padre no sabía andar en bicicleta. Y así hasta hoy, cuando es demasiado tarde para hacer algo que la vida me negó, pero que me ha compensado con otras mejores capacidades.

Vosotros que podéis, subíos a vuestras bicicletas y recorred los paseos, calles y pueblos de vuestro entorno. Se puede pasar de municipio. Y también vale para ir a trabajar. Hoy por hoy, es la principal arma de libertad.

Mejide plagia a Gabilondo

Si el prefijo tele, en griego, significa “a distancia” o “desde lejos”, la televisión debería saber qué hacer hoy. Pero no. Después de dos meses de confinamiento, con la audiencia cautiva y desarmada por el virus, la tele no ha definido un modelo de programación alternativo. A lo más, las cadenas se las han apañado para seguir funcionando en precario. Siguen en shock, con la publicidad en mínimos históricos y sin ofrecer proyectos que ayuden a estimular el ánimo y el consumo y alentando la bronca política cainita, tan española. Solo Iñaki Gabilondo hizo su aportación en el canal #0 con Volver para ser otros, una reunión por videoconferencia de sabios de todo el mundo sobre las repercusiones y salida de la crisis. Fue brillante.

Ahora, Risto Mejide se ha lanzado a una imitación con Conversaciones en Fase Zero. El plagio es monumental, delictivo. Es lo mismo que Gabilondo, pero en rústica. ¿Qué podrían decir de sustancial María Teresa Campos, Iniesta y dos baloncestistas? Menos mal que Javier Cercas, el mejor novelista español actual, y Manuela Carmena evitaron el desastre con sus lúcidas apreciaciones. Una modesta audiencia para empezar, el 5,8%, auguran el final temprano de un churro audiovisual, un Chester de pacotilla, salido de la productora que fabrica telebasura para Telecinco.

Si exigimos a los políticos talento y unidad para salvar y cuidar a la gente del coronavirus, cabe requerir a la televisión que se ponga a cooperar con las empresas y el empleo mediante un plan de inducción al consumo, por el comercio, el turismo, la hostelería y la cultura. ¡A gastar, a vivir, a trabajar! No pretendo que prestigien la industria, la investigación y la educación, porque es demasiado pedir. Abandonen ya la estrategia del miedo y la pendencia. Si hubo alguna vez necesidad de una televisión útil, este es el momento.

Diario de cuarentena. Día 58. Nuevos y viejos agravios

Las crisis, como se ha dicho muchas veces, sacan lo peor y lo mejor de las personas. Nos retratan. Y lo que he visto hoy es que regresan las viejas rencillas hacia los vascos a propósito de la gestión de la desescalada. Miserias políticas que dan lugar a ofensas genéricas, mezcladas con envidias, agravios por supuesta desigualdad, favoritismos y esas mentiras que embrutecen aún más, si cabe, la política y la conciencia de un sector de españoles. Euskadi ha sido el pretexto de los gobiernos de Madrid, Andalucía, Valencia y no sé si alguno más para criticar a Pedro Sánchez porque, dicen, a ellos no se les ha permitido, por entero, pasar a la Fase I, y sí a Euskadi. Y han declarado: “Es el favor de Sánchez al PNV por sus votos de apoyo en el Congreso”.

Aparte de que esa acusación es una ofensa a la Osakidetza, la sanidad vasca, y sus profesionales, mancilla a los vascos y sus instituciones como supuestos receptores de favores políticos. ¿Otra vez con el odio a los vascos porque las cuentas no les salen bien? ¿Otra vez el enfrentamiento civil y los sentimientos de repudio por motivos rancios? En Euskadi tenemos una larga historia de conflicto interno por motivos ideológicos y su derivada terrorista, y re-cordamos los rechazos de palabra y hecho solo por ser vascos cuando viajábamos por España. En fin. Cuidado con abrir la caja de pandora de las frustraciones pendientes. Es un peligro.

En esta situación, la singular presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha dicho hoy, en una comparación muy desafortunada e incluso ofensiva, que “todos los vascos caben en el Metro de Madrid”, en referencia a la alta densidad de la capital y la pequeñez vasca. Pues verá, señora, la grandeza de un pueblo no la expresa su dimensión. Hay cosas más importantes. Nueva York no es superior a Madrid. Usted nos ha ofendido solo porque está cabreada con el Gobierno y Euskadi ha superado los parámetros sanitarios para pasar a la Fase I. Contenga su lengua y su mala baba.

Es muy fácil ofender. Bastan unas pocas palabras y el deseo de encontrar en el baúl de los mala memoria viejas historias de dolor. Algo de esto le ha ocurrido al que fuera futbolista alemán, jugador del Madrid y el Barça en la década de los 80, Bernd Schuster, quien dijo hace unos días en la Cadena Ser que la final de Copa entre el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad, a jugar en Sevilla, no debería celebrarse. ¿Y por qué?, le preguntaron. “Porque no me gustan esos dos equipos”. Cuando le pidieron que aclarara sus palabras, vino a decir que los aficionados de ambos clubes pitaban el himno español. ¡Toma ya, Bernardo del alma mía, español de pro!, ofendiendo a la gente eres mejor que cuando jugabas al fútbol.

Cada cual es dueño de sus sentimientos y desengaños, pero llevarlos al enfrentamiento civil y a la batalla política es peligroso. Aprendan de los vascos. Más de cuarenta años de dolor y odio son hoy historia superada: decidimos convivir, olvidar y mirar al futuro sin rencor. 

Diario de cuarentena. Día 57. Rebelión en el rancho

Dicen que la pandemia ha empujado a los animales a recuperar parte del territorio que los humanos les robamos con la civilización. Por aquí se han visto corzos paseando por las calles solitarias, manadas de jabalíes, nutrias por la ría de Bilbao. Dicen los marinos que ven más delfines por las aguas del Cantábrico y otros cetáceos, como una ballena cerca de Santurtzi. Me alegro. Hay una vida escondida que no ha muerto pese a los salvajes de aquí y de allá.

Hay un mayor número de gaviotas sobre el mar ahora que los barcos no salen ni entran. En las arenas de las playas de Donostia se pueden ver estos días aves marinas que hace mucho no se acercaban. Es un consuelo en medio del desastre, la muerte y la libertad arrebatada por un confinamiento kalfkiano e inútil.

Quizás por eso resulta que los animales domésticos también están siendo contagiados. Se han dado casos de gatos con coronavirus a los que sus dueños han transmitido la enfermedad. No ocurre al revés, las mascotas no contagian, razón de más para no tener bichos en casa. La libertad y el respeto a la vida es dejarla en paz sin pretender domesticarla.

La mala noticia viene esta vez del Gobierno. El ministro de Sanidad, el hombre de la mirada triste, ha dicho este mediodía que considera la posibilidad de autorizar las actividades de caza y pesca ya en esta Fase I del desencarce-lamiento. Matar animales por diversión es un crimen de lesa naturaleza y en absoluto es una prioridad que los escopeteros y esquilmadores de mares y ríos puedan salir con sus armas destructoras a matar sin piedad.

Así que los corzos que habían recuperado su espacio, los jabalíes y sus crías, las nutrias, los delfines, las aves marinas y las ballenas pueden ponerse a salvo antes de que esos salvajes acaben con ellos. ¡Qué injusta y absurda es la industria de la muerte en España!

En su artículo de mayo, el que escribe en El País desde hace décadas con ocasión de la feria taurina de San Isidro de Madrid, Manuel Vicent, héroe de los antitaurinos que sufrimos con cada animal torturado para el regocijo de la chusma, dice no alegrarse de que las corridas no vayan a celebrarse. ¿Por qué no festejar esta tregua para los astados? ¿Por qué no sentir alivio de que no haya derramamiento de sangre de seres vivos convertidos en instru- mentos de malvado deleite? Lo diré: ojalá esta pandemia arruine para siempre el sector de las corridas de toros y demás festejos con animales y se vayan al carajo con toda su maldad.

¿No decíamos que esta crisis debería llevarnos a un nuevo paradigma en lo social y el medio ambiente? ¿Es que la aniquilación de las especies no es contraria a la vida natural? ¿No habría que proscribir la caza, la pesca recreativa, los festejos con animales y otras prácticas brutales? ¿Si no es ahora, cuándo? Dicen que el origen del virus es la transmisión producida por comer algún animal. Puede ser. Pero, en esencia, todo empezó con nuestra propia miseria.