La política no es nada sin la televisión y, más que las redes sociales, es el medio en el que se ganan o pierden las elecciones y donde se libra la batalla cultural, de valores y creencias. Funciona como un reality con sus ingredientes de choques personales, traiciones, amores, bajezas y ambiciones bajo supremacía emocional. La ruptura del Partido Popular se ha televisado en tiempo real y con formato de telerrealidad. El estallido se produjo ingenuamente: “La crisis nace en el momento en el que pregunté a Ayuso sobre su hermano”, le dijo Teodoro García Egea a Ana Pastor ante 1,8 millones de espectadores en El Objetivo de La Sexta. Siendo Isabel intocable, mágica e icono de la derecha, el jefe y su escudero se convirtieron en los malos de la película y acabaron nominados para su expulsión.
El reality del PP nos ha mostrado la vileza de la política y la fragilidad de los líderes. ¿Cómo puede ser que Pablo Casado, que pasó en horas veinticuatro de la exigencia ética a la transigencia con las corruptelas de Madrid, renunciara a su autoridad aun teniendo razón? Podría haber imitado a quien, en un reality anterior, se constituyó en superviviente e hizo de su Manual de Resistencia un eje triunfal. Pero Casado no es Sánchez y se mostró apocado al cerrar el expediente contra Díaz Ayuso y no neutralizar su teatral victimismo. Esta fue su perdición y el rasputín Miguel Ángel Rodríguez se dispuso a proteger a su influenciable pupila. Después llegó un alud de felonías, contadas lealtades y un final patético.
El espectáculo ofrecido pone en evidencia que el PP es un grupo disfuncional y nada fiable, pues liquida sin piedad a quien días antes aclamaba como salvador de la patria. Han echado de la casa al trágico Casado y hasta Iturgaiz, que le debía todo, le ha apuñalado. Ya es carnaval en Génova, macabro, grotesco y español.
José Ramón.
¿Te parece raro la puñalada trapera de Iturgaiz?.No te extrañe que de un trepador se puede esperar cualquier cosa.
Kaixo, Talaxi: Extrañar, no. Iturgaiz es tonto hasta decir basta; pero por eso creí que no se la jugaría. Seguramente, vio claro que había que cambiar de chaqueta. Le llamaría a Mayor Oreja, que es quien le dirige.