El espectáculo de los premios lleva trampa: es frívola estrategia de autobsequio. Los Premios Príncipe (ahora Princesa) de Asturias se pensaron para mayor gloria del heredero (ahora heredera) de la Corona española, burda propaganda monárquica. Solo se requiere un montón de dinero y el ego de unas cuantas personalidades de aquí y de allá para organizar un festejo de pompa y circunstancia en el que todo el sistema se confabula en su farsa. Igual ocurre con las empresas que incluyen sus galardones de cultura o ciencia en su marketing de reputación. El FesTVal de Vitoria-Gasteiz es más honrado, concebido como feria de muestras del sector a la que acuden cadenas y productoras con sus nuevos formatos y series. No tiene el glamour de los certámenes de cine, pero por su alfombra naranja desfilan famosos que se hacen selfies con alumnas de institutos. De la gran pantalla a la pequeña hay más que una diferencia de tamaño.
El error del FesTVal es su obsequioso palmarés. Le dan un trofeo a todo el que se mueve. Este año han galardonado a Xabier Sardá, autor de la telebasura cañí Crónicas Marcianas (1997 a 2005), tragedia antisocial que aún se mantiene bajo otros perfiles. La distinción lleva el nombre del malogrado Joan Ramón Mainat, que fue productor de aquel engendro. Ya te digo, autopremios. Y no ha llegado a tiempo para el reconocimiento a la bilbaína Ana Blanco, la noticiera resistente a incontables vaivenes políticos y a las ambiciones de una tal Letizia, quien prefirió ser reina de España que soberana del telediario estatal.
Muy bien dado el premio a Iñaki Gabilondo por sobrados méritos y su cordura intelectual en medio de las miserias hispanas. Le echamos de menos entre tanto Ferreras y Quintana, gente de trinchera. Por no hacer reproches a la tele, el FesTVal opta por repartir premios, demasiados premios.