En el Estado español se compite por ser lo más negativo para la gente, si partidos, sindicatos o Iglesia. Destaca la administración de justicia como el servicio público peor valorado: lenta, kafkiana, desigual y controlada por una minoría que se reparte puñetas y prebendas. ¿De verdad importó que el Consejo General del Poder Judicial estuviera caducado cinco años si nadie lo notaba? Pero no todos los jueces participan de este deterioro democrático, aunque son mayoría los conservadores, disfraz semántico de los neofranquistas. Comparemos a unos con otros y hagámoslo como espectadores de la información.
A un lado, tenemos al juez José Castro, ya jubilado, aquel andaluz de andares torpes, de “voz cazallera y rota”, “más de volar bajito y proclive a la vulgaridad” (según su autodescripción, recogida en su libro Barrotes retorcidos) que llevó a prisión a Iñaki Urdangarin, yerno del rey de España, y sentó en el banquillo a Cristina de Borbón en un proceso contra la monarquía corrupta. Se enfrentó al sistema, al poder mediático, a propios y ajenos. Venció y convenció dejando en evidencia la podredumbre de la corona y su impunidad. Castro se fue por la puerta grande como un servidor leal, justo y sencillo, tal como le recuerda una sociedad agradecida.
En el otro lado, está el juez Juan Carlos Peinado, justiciero de la derecha instruyendo sobre imputaciones de grupos ultras y montando el circo a costa de retorcer leyes y procedimientos. ¡Que todo sea para que justicia se perciba aún más obscena! Peinado saldrá por la puerta de atrás cocido en su propia salsa de presunto prevaricador. Y sus estragos son horas de tertulia y escarnio del Derecho. Otros, como el juez Llarena, tienen en la astucia de Puigdemont su merecido escarmiento. ¡Qué espectáculo, y en directo!
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ
La peor forma de injusticia es la justicia simulada (Platón)
Muchos jueces son absolutamente incorruptibles…nadie puede inducirles a hacer justicia (B. Brecht)
La independencia judicial no es un privilegio de los jueces, sino un derecho fundamental de los ciudadanos…pero, debemos tener presente que, «no se hará una verdadera y auténtica justicia hasta que los que no se vean afectados por las injusticias estén tan indignados como los que sí la sufren»…tal como dijo Benjamin Franklin.
El neofranquismo se ha atrincherado en los juzgados y tribunales.