¿Hay una ideología de las fiestas? La hay y muy marcada. Es todo lo que las inspira, define y controla bajo un férreo modelo sectario. Su precepto dominante es lo popular (¡fiestas populares!), bandera demagógica que envuelve un tinglado extremo financiado, a su pesar, por las instituciones y que actúa al margen de estas. Llevamos décadas con una tiranía que hace que no sean las fiestas de todos. Y aunque muchos quieran negarlo, hay una dicotomía o esquizofrenia entre los dos ámbitos festivos que coexisten: los recintos de txoznas y comparsas, con sus diferentes tribus ideológicas más o menos radicales; y la plural periferia, con un denso programa de actividades repartidos por la ciudad y de amparo público.
Este verano ETB y los canales locales (¡imprescindibles!) han reflejado la bulla y procurado penetrar en su realidad sin cuestionar el dualismo de la celebración. Más que televisión es un espectáculo social. Lo que les faltaba a las txoznas como espacios de impunidad era coronarse como paraísos fiscales, pues se niegan a pagar impuestos por venta de bebidas, comidas y actuaciones, de los que solo estarían exentas entidades sin ánimo de lucro, unas pocas.
Junto a la ideología festiva está su sociología: usos, costumbres, cultura y arraigo comunitario de la feria. El punto de convergencia, simbólico, es llevar el pañuelo al cuello, azul, rojo, de cuadros o verde, atado al sentimiento de identidad del pueblo. Está también la tolerancia al ruido, la suciedad y otros excesos insostenibles en distinta circunstancia. Y la aceptación crítica de las corridas de toros, atrocidad que se compensa con teatro, fuegos, conciertos, concursos, barracas, juegos infantiles y demás ceremonias felices. En fin, no diga fiestas populares; pida, mejor, fiestas democráticas.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ