Tengo mil anuncios para usted
Las personas que odian la publicidad -más por la cantidad de anuncios que por su calidad- no soportan la Navidad y su rechazo aumenta con la saturación comercial en redes sociales. A la vieja tristeza navideña motivada por la impostada e imperativa felicidad de lucecitas y regalos, se añade el sufrimiento del coñazo pascual y sus almibaradas cantinelas. Ni escondidos en un iglú de Groenlandia nos salvaríamos de su agobio. Pero como la publicidad crea economía al enlazar oferta y demanda, hay que convivir con ella. La campaña de la Lotería es un hito sociológico y, aunque se vende sola por el peso de la tradición, el organismo público la convierte en una operación de objetivos morales, presentándola como síntesis de la bondad humana y creadora de mágicos nexos de solidaridad. En el fondo, late un sentimiento de culpa por ser juego adictivo y puro afán material.
Este año se han pasado de frenada. El protagonista, Julián, es un viejo solitario de un pequeño pueblo gallego que declara ante las cámaras de televisión no tener con quién compartir su décimo, lo que desata una vorágine viral de amor fraterno. ¡Oh!, gente maravillosa, todos se ofrecen a apostar por él y paliar su soledad. Valiente chorrada para un país mezquino, una boba historia que hace trampa emocional al sueño de la utopía.
Los fatigados por la publi se deprimirán estos días con el black friday y enseguida llegará El Corte Inglés, que lo suele bordar. Suchard se ha ido muy lejos, hasta Marte. Campofrío confía en sorprender de nuevo y quizás Coca-Cola nos depare un gran spot, mientras ING, genial con su campaña “Mi vecino Jose”, buscará su sitio en el belén publicitario tras dar una patada en el culo al bulócrata Iker Jiménez. Nuestro Olentzero, previsible y discreto, no necesita tanto ruido.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ