
Definitivamente, Iker Jiménez me hace reír con sus rebuscadas piruetas para que en todo haya apariencia de misterio; y Nacho Abad me da pena con su invención de asesinos en un país donde se roba más que mata. Iker y Nacho son de Cuatro, que ya estaría muerta de inanición si no fuera por First Dates y su lascivia de urgencia que aportan un millón de seguidores diarios. Iker y Nacho tienen más cara que espalda y sobreviven a base de engañar al espectador y añadir dosis de populismo neofranquista.
Código 10, el espacio que regenta Abad, está más cerca de la plenitud del ridículo tras organizar, con pompa y circunstancia, un debate entre terraplanistas y divulgadores científicos. Sí, esto ha ocurrido en un canal de España, como aconteció la dictadura. ¿Cuál será el siguiente, gordos contra flacos, el bombero torero? Y como “cualquier situación, por mala que sea, resulta susceptible de empeorar (Principio de Peter), el presentador nos ha invitado a descubrir a agentes infiltrados en ETA al servicio de la policía, aprovechando el postizo relato de La infiltrada, esa peliculita recompensada con el Goya y paniaguada por la propaganda del Estado.
Nacho nos situó frente a un afligido actor, de espaldas y voz impostada, con un guion de amenazado de muerte por “sacrificar su vida por España”. No podía ser más cutre. Es la mentira perfecta, amparada por la ley de secretos oficiales para no desvelar el fraude. Cualquier agencia de casting provee de figurantes a la tele para montar un teatrillo si hay poca vergüenza. ¡Qué patético oficio, alcahuete de la historia! ¿Y por qué Abad no se atreve con el asaltaeuros Juan Carlos de Borbón? Cobardemente, recurre a las corruptelas de la ficción informativa y la desidia intelectual, vertederos habituales de la crónica negra.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ