Montoro, historia de codicia

Se dice pronto, pero Los Simpson suman 36 temporadas en las pantallas. Ya no los encontrarán en las televisiones en abierto porque en este tiempo de libertades tuteladas el clan amarillo de Springfield sería llevado preso ante el tribunal de la corrección política. Su osadía cultural, su léxico gamberro y su desparpajo crítico fueron motivos sobrados por los que Antena 3 canceló su emisión en 2018. Las entidades de la derecha y las religiones, del Opus al islamismo, odian Los Simpson, a los que acusan de envenenar a nuestros jóvenes y entusiasmar a los rebeldes. La industria nuclear celebró con alborozo su retirada. Con todo, la serie de Matt Groening es revolucionaria y un hito del talento.

Fue fácil asimilar, por formato craneal, mirada torva, hablar nasal y risita atiplada, al señor Burns con Cristóbal Montoro: uno, tiránico dueño de la central nuclear donde trabaja Homer Simpson; y otro, antipático paladín de la austeridad y camuflado lobista. Con tantas semejanzas era inevitable que la sátira política se cebara en quien, ahora, la justicia investiga, junto al resto de su trama mafiosa, por cohecho, fraude contra la administración pública, prevaricación, tráfico de influencias, negociaciones prohibidas, corrupción en los negocios y falsedad documental, presuntamente.

La televisión persigue a Montoro para que ofrezca explicaciones. ¿Por qué calla el exministro? Su silencio es más culpable que prudente siendo un apestado para el PP y un alivio para el Gobierno en la actual ola de corrupción. La frívola Ayuso, muñeco de su ventrílocuo Rodríguez, ha dicho que el caso es “una serpiente de verano”. En otoño deberá confirmarse si, además de por su mala estampa, Mr. Burns y don Cristóbal son idénticos en codicia y cinismo. Hagan sus apuestas… al amarillo.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

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