
La propaganda son dos cosas: mentir y callar aprovechando la credulidad de la gente. Y así mentir es eficaz y el silencio sale rentable. La tele y el cine en España participan de esta distorsión a la que el Estado dedica sus buenos dineros, salidos del presupuesto o los fondos reservados. Impresiona el esfuerzo del sistema por retorcer el relato del terrorismo promoviendo la fantasía del heroísmo policial, por mucho que ahí sigan Intxaurrondo, La Salve y demás cuarteles, pálidos testigos de sus horrores y errores. El último artefacto es Un fantasma en la batalla, ahora en Netflix tras su leve paso por las salas comerciales.
Estamos ante una película de propaganda patriotera, desde el productor, J. A. Bayona, hasta el director, Díaz Yanes, cuyos talentos se han doblegado al comercio, porque hay que comer. Hasta la crítica laudatoria de Boyero en El País atufa a encomienda. El producto está bien hecho, a partir de la historia de una agente de la Guardia Civil, personaje inverosímil, quien, iluminada por la alta misión del combate contra ETA, se infiltra en la organización terrorista, como si fuese al mercado. Casi todo son tópicos groseros de Euskadi, con particular fijación en las ikastolas. En su aburrimiento se desvanece en la niebla de un relato que finge, por la calidad de imagen, su delirante sesgo. ¿No hubiera sido mejor ubicación para este fantasma el programa de Iker Jiménez?
Y mientras acontece este sofoco fílmico, me he visto obligado a recurrir a Amazon para leer el libro del juez Castro sobre el caso Noos. Los sucios resortes del Estado se han empeñado en entorpecer su distribución en librerías y tapar que detrás de Urdangarin y su infanta estaba el suegro y padre Juan Carlos abriendo caminos y delitos. Lo deduce el mejor juez que tuvo España.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ
Leí esto: Carlos Resa preguntó a Agustín Díaz Yanes, director de la película…¿Cómo se documentó para construir el personaje de Amaia y de los demás agentes encubiertos?
Le contestó: Te advierto que, en España, es muy difícil documentarse sobre agentes encubiertos. Apenas hay información pública. Lo poco que se sabe es que existieron, que algunos estaban infiltrados, por ejemplo, en la Guardia Civil, pero no te dicen quiénes fueron ni qué hicieron. Y es lógico: si algún día tienen que volver a infiltrarse en otra organización, no pueden revelar sus métodos. Así que la documentación directa es casi imposible. En ese sentido, te nutres más de la literatura de espionaje, John le Carré y otros autores, que sí describen muy bien ese mundo. Después, claro, entra en juego la imaginación. Lo complicado no es tanto escribirlo, sino lograr que el espectador se lo crea. Porque al final estás hablando de personas que viven una doble vida, que están aisladas de su familia, que saben que, si los descubren, los matan. Ese nivel de tensión y soledad es muy fuerte. A mí siempre me ha gustado mucho la novela de espías.
Pues muy claro. No obstante, no es que se invente esta historia de las novelas de le Carré: es que son propaganda, directamente. Dice de los infiltrados: «se sabe que existieron». ¿Quien lo dice, el ministerio del Interior? Es de risa, si almenas tuvieran decencia.
Un abrazo.