Supongo que el temor a los mensajes subliminales, esos que se registran por debajo del nivel de percepción consciente, forma parte del amplio catálogo de los miedos actuales. Como la mayoría de ellos, la publicidad subliminal constituye una amenaza infundada y una fantasía fruto de las paranoias de la sociedad individualista. Todavía hay quien sigue atribuyendo veracidad al experimento realizado en 1957 en un cine de Nueva Jersey, donde en el transcurso de la emisión de la película Picnic se proyectaron los mensajes “Bebe Coca-Cola” y “Come palomitas de maíz” a la velocidad de tres milésimas de segundo cada cinco segundos, lo que, según se dijo entonces, provocó un incremento del 18% en las ventas de refresco y un 57,8% en las de popcorn. Como se supo años después, aquel ensayo fue una invención y lo único auténtico que hubo en la sala fue el ardor erótico de Kim Novac.
Todo esto lo cuenta Martin Lindstrom en su libro Buyology, la biblia del neuromarketing, quien, a pesar de su afán desmitificador, nos advierte de que la publicidad subliminal es una prioridad en las estrategias mercadotécnicas de las grandes compañías. Pero los mensajes ocultos o indirectos que nos incitan a comprar no existen en el modo en que los ciudadanos creen estar manipulados. Lo que Lindstrom llama subliminal no es otra cosa que un juego asociativo por el que se induce a nuestra mente a vincular los momentos de satisfacción, alegría, bienestar o placer con un determinado producto o marca. El cerebro es un desván de recuerdos, imágenes y ansias latentes que debidamente activados y orientados se convierten en persuasivos agentes comerciales que condicionan nuestra capacidad de elección. Sí, también en lo político.
No le tengas miedo a los anuncios de la tele, tan ingenuos. Témele más bien a tu propio subconsciente en el que habitan los resortes que van a impulsarte, más allá de lo racional, a consumir lo que no necesitas pero secretamente deseas. Ante el riesgo de monitorización nada te fortalece más que el socrático “conócete a ti mismo”.
Interesante reflexión. Lo cierto que las emociones son el motor de las sociedad, dado que es el resultado de los sentimientos. Y estos conducen cualquier tipo de conducta del ser humano, tanto en los consumos y cualquier acción que realicen las personas.
Por cierto ha vuelto usted a los debates en la televisión. Los hace muy dinámicos y expone sus ideas dicho sea de paso con emoción. Enhorabuena por su vuelta. y muchas felicidades
Yo creo que es un poco violento este tema.