El último regalo de Surio

El regalo, según Georges Gilder, es el origen del capitalismo. Del deseo de corresponder “al impulso inicial de generosidad proviene la espiral de intercambios que, en última instancia, da lugar a la prosperidad capitalista”, afirma el autor de “Riqueza y pobreza”. Es muy satisfactorio que al esfuerzo de regalar podamos añadir la función multiplicadora del bienestar; pero algunas veces, aunque el mundo se hundiera en la miseria, sería mejor no recibir ciertos obsequios, por la vileza que encierran y su corrosivo simbolismo. Como el que nos va a dejar el equipo saliente de EITB y la mayoría de su caducado Consejo de Administración: ETB retransmitirá servilmente el mensaje del rey en la Nochebuena. Sin remisión ni debate. Será el último rastro del proyecto españolizador que durante tres años y medio ha desnaturalizado la radiotelevisión vasca hasta conducirla a cotas de desprestigio y lejanía social como jamás se había conocido.

Aunque son conscientes de que la emisión es una bofetada a la democracia, por el rechazo absoluto que suscita, ignorando que Euskadi tiene un nuevo lehendakari y que el frentismo antinacionalista quedó desbaratado en las urnas, los directivos prorrogados de EITB han optado por permanecer en el pasado e insertar en los hogares vascos la pastosa oratoria del cazador de Botsuana, suegro de Urdangarin y heredero de Franco. Es su regalo de despedida que contiene la venganza contra la audiencia que perdieron y el desprecio hacia cuantos impugnaron su deshonrosa gestión. ¿Rectificar al final? No, coherencia en el desatino.

No creo que la difusión del mensaje real por ETB sea una anécdota o un asunto sin cabida en el debate social. Si fuera así, ¿por qué se forzó a la televisión vasca a emitirlo si a nadie interesaba? Porque fue el símbolo de una victoria del Estado sobre la rebelde Euskadi, una historia ridícula cuyo estrambote es esta emisión en tiempo de descuento. Quédese, Surio, con su regalo de Olentzero, que este país se dispone ahora a recuperar la respetabilidad de su radiotelevisión pública.

De Eurovision a Eurovisioff

TAN falso es que el mundo ha cambiado (obviamente, mandan los de siempre y sufren la injusticia los mismos de toda la vida) como que en televisión las cosas son cambiantes y perecederas. Y la prueba de esta desesperante inmutabilidad, además de que Alemania y la banca mantienen su hegemonía, es que después de 57 años un festival de la canción rancio y corrompido, pretencioso y cutre continúe celebrándose en el viejo continente, la Europa de Racine y Picasso, de Spinoza y Kundera, de Platón y Beethoven. Eurovisión es el último cromañón y no parece que existan entre los dirigentes de las cadenas públicas suficiente masa crítica de buen gusto como para acabar con este bodrio. Si Dios no lo remedia, habrá Eurovisión el próximo año en Suecia.

Algo se mueve contra el dinosaurio musical. Al menos tres países, Eslovaquia, Portugal y Polonia, han decidido abandonar el concurso, porque entre dar el cante y dar de comer a sus ciudadanos prefieren la honra. ¿Y por qué no Grecia, Irlanda, España, Italia y demás naciones empobrecidas por la crisis? Si se dijera la verdad sobre el dineral que cuesta este fósil habría una revuelta social que culminaría con el cierre a perpetuidad. ¿Alguien piensa que este guateque crea lazos de unidad europeísta? Quizás tuvo sentido en las primeras ediciones, cuando era algo así como la ingenua melodía de una Europa reconciliada e invitaba a un común destino democrático. La UE tiene hoy un problema de competitividad económica y no de competición cancionera y su visión sobre el futuro del euro no se resuelve con Eurovisión.

¿Y por qué se mantiene el carcamal? Por algo tan tosco y frívolo como que el certamen permite a cientos de directivos de la tele disfrutar de dos semanas de juerga, lujuria y lujo en un país distinto cada año, pagadas por los ciudadanos bajo el disfraz de acontecimiento cultural. Si cayó el muro de Berlín, cayó la peseta, cayó Franco y cayeron las fronteras, ya es hora de que caiga el telón sobre esa verbena aburrida y que Europa tenga, por fin, un respiro de autoestima.

Para tí la ley y para mí la democracia

¿En qué momento la ley y la democracia empezaron a distanciarse? Cuando la ley, hija legítima de la democracia, corrompió su identidad y se adjudicó la función de limitar, por miedo o arrogancia, los derechos de las personas y los pueblos. Cuando la ley quiso ser inmutable y se creyó en posesión de un rango superior al poder original de la sociedad. Sí, esto es lo que ocurre hoy en el Estado español, donde las leyes -de por sí perecederas como todo elemento instrumental- se instituyen en barreras que impiden que los deseos colectivos puedan tener un cauce para su reconocimiento y desarrollo. España tiene una Constitución que colisiona con la democracia, a la que somete y empequeñece frente a la voluntad de los ciudadanos en toda o alguna parte de su territorio. Es obvio que el ordenamiento jurídico se articula hoy bajo la prioridad de servir de parapeto contra las mayorías políticas de Euskadi y Cataluña.

Además de su dudosa legitimidad, pues su contenido estuvo condicionado desde el principio por la amenaza de los poderes heredados de la dictadura en un ambiente viciado por el miedo y la ignorancia, y de que en Euskadi fue refrendada en minoría, la Constitución no representa la amplitud democrática de una sociedad que, treinta y cuatro años después, ha madurado y crecido en criterios y responsabilidad pública. El Estado tiene un marco de convivencia que, aparte de apolillado y estrecho, solo sirve para restringir en vez de propiciar el avance de la comunidad, lo que da entender que no es más que un mamotreto formal que refuta su naturaleza democrática. ¿En qué se manifiestan sus contradicciones? En abocar a Euskadi y Cataluña a la frustración de la libertad, diciéndoles con indisimulado cinismo: si ustedes, vascos y catalanes, quieren hacer valer su derecho de autodeterminación, presenten su proyecto para que sea sometido al voto de las Cortes, único titular de la soberanía. Y así, se iniciaría un proceso surrealista que daría vueltas sobre sí mismo y en el que la ley actuaría como garantía de que el derecho de emancipación de Cataluña y Euskadi -dos naciones cultural, política e históricamente acreditadas y diferenciadas- jamás podrá ser ejercitado a pesar del mandato imperativo de sus ciudadanos. La ley contra la voluntad popular, este es el método de contención.

La ley del bloqueo

Hay unas mayorías nacionalistas abrumadoras en Cataluña y Euskadi que superan el 60% o más de los votos, masa crítica suficiente para que el estatus de pertenencia al Estado se plasme en una relación distinta a la actual y que tendería en sucesivos pasos a la autodeterminación y, finalmente, a la independencia. Los poderes del Estado conocen esta realidad y perciben el futuro como amenaza. Por lo tanto, se han puesto a la defensiva mediante la aplicación de tres estrategias de presión simultáneas.

Una es la antigua táctica de la propaganda del terror económico o la promesa de pobreza que caería sobre la población vasca y catalana en caso de que se atrevieran a constituirse en estados libres. Es muy eficaz entre los menos informados y las empresas no diversificadas. Habría que realizar un estudio sobre la sucia campaña del Estado ejercida durante las recientes elecciones autonómicas de ambos territorios, en las que encontraríamos elementos goebbelianos y otros factores de manipulación de masas. Una segunda estrategia es la ceremonia de distracción, que consiste en despistar a los partidos nacionalistas que lideran los procesos soberanistas, otorgándoles concesiones coyunturales, regalos políticos o nombramientos que predispongan a estas fuerzas a disminuir o aplazar sus proyectos de separación: es una operación de desistimiento que se funda en la debilidad frente al poder. Funciona en la medida en que los partidos autodeterministas tengan apegos de mando superiores a la fidelidad a su causa.

Y la tercera consiste en utilizar la ley como agente de bloqueo, cuyo siniestro proceder es el siguiente: como la Constitución declara al conjunto pueblo español como único depositario de la soberanía (un derecho excluyente que carece de respaldo democrático, dado que la norma, al igual que la figura del rey, es subsidiaria del franquismo), es imposible que Cataluña y Euskadi puedan ser reconocidos alguna vez como estados si, primero, las Cortes no lo aprueban y, después, el voto de los castellanos, murcianos, andaluces y demás pueblos del Estado no lo permite en un paródico referéndum. Una situación kafkiana que califica el sistema político que ilegítimamente nos rige y frente al que, en estas circunstancias y con reglas de juego trucadas, no cabe una respuesta formalmente legal, sino radicalmente democrática.

Rebeldía, no hay otra salida

    ¿De qué valen, pues, la soberanía vasca y la catalana si España tiene el monopolio de esta propiedad, si bloquea las mayorías de la periferia con el uso torticero de la ley, si ha secuestrado la democracia? A mi parecer, el momento histórico actual tiene todas las características del tiempo de transformación, esa época crítica que precede al cambio de ciclo en el que no queda más remedio que rebasar la frontera de las leyes vigentes para provocar su sustitución por otras alternativas. No se hizo nunca en ningún lugar del mundo una profunda renovación del sistema que no necesitara soportar una fase previa de subversión y desacato. Si todas las revoluciones se hubiesen ajustado a los preceptos del régimen que pretendían superar, seguiríamos en la edad de piedra y subyugados por el jefe de la tribu.

No hubieran acontecido las revoluciones inglesa, francesa o americana sin el riesgo y sacrificio de los rebeldes. Todo cambio, grande o pequeño, tuvo su experiencia subversiva: lo vivimos en la insumisión al servicio militar obligatorio y lo constatamos hoy frente al abuso de los desahucios, en los que hasta sus esbirros (policías, jueces y funcionarios) apoyan la revuelta. Todos los días se incumplen normas (huelgas forzadas, manifestaciones sin permiso, concentraciones y ocupaciones de propiedades, asaltos digitales y boicoteos) por diversos motivos de justicia. ¿Acaso no alabamos la acción de wikileaks contra el imperio? La ventaja de la rebeldía democrática es que en el siglo XXI es prescindible el recurso de la violencia y que los insurgentes de hoy son los ciudadanos libres, armados de razón con el supremo valor de su voto y su voluntad.

  La estrategia obstruccionista del Estado lleva inexorablemente a Cataluña y Euskadi a la transgresión, puesto que no queda cauce legal para que las demandas de la mayoría se cumplan. Apelar a la ley en España es un sarcasmo, porque su uso por la autoridad es parte del problema y el instrumento que lo origina. No es verdad que solo mediante la ley sea factible el ejercicio de la libertad, porque la ley -ya lo vemos- puede ser sometimiento y limitación arbitraria. Hay una crisis económica en España, sí; pero también, y acaso más brutal, en su democracia, bloqueada y disminuida por la estrecha legalidad constitucional.

La ley no es más que una herramienta. La democracia es el único valor sustancial en la organización de la sociedad. Y no hay España ni ejército ni otra forma de coerción que pueda detener a un pueblo consciente de su destino. La primera mentira del Estado es cuando nos dice, con desprecio, que solo somos soñadores.

Agur, Idígoras, agur

Si los cambios en la vida son parsimoniosos, en la política lo son aún más. Han transcurrido cuarenta días desde que la sociedad ordenara desahuciar a López de Ajuria Enea y aún sigue allí instalado. Después de casi cuatro años sin funcionar, su Gobierno está en funciones. Al menos Miguel Angel Idígoras, durante este tiempo director de ETB, ha tenido la honra de hacernos más corta la espera y dimitir para volver a su casa natural, TVE. Porque este hombre, de triste mirada, siempre estuvo a lo que quisiera mandar el PP. En 2009, cumpliendo el reparto del poder con el PSE, Basagoiti le puso al frente de la televisión pública para que la impronta de España y su unidad de destino quedaran marcadas en el alma de los rebeldes. Y aquí se vino con el espíritu épico de las misiones históricas, el mismo al que se refería nuestro caducado lehendakari en uno de sus postreros actos oficiales.

Obediente pero sin criterio, MAI españolizó el mapa del tiempo, mudó teleberris, malogró pluralismos, enmudeció discrepancias, barrió a los mejores, contrató a mediocres, censuró cuanto pudo y huyó de la realidad con tanta mala voluntad y fortuna que en su mezquina aventura perdió la mitad de la audiencia y todo el prestigio y afecto social esforzadamente ganados por la tele pública en treinta años. Por pretender ser la bandera de una catarsis de país, se convirtió en el símbolo perfecto de su fracaso.

Fue él quien patrocinó la excusa de que todo era por culpa del boicot nacionalista, versión del contubernio judeomasónico y las viejas paranoias franquistas. Y nos dejó para la posteridad esta perla cultivada: “La izquierda abertzale y sectores radicales del PNV están incendiando ETB”. Lo que equivalía a impugnar a miles de ciudadanos que, libremente, habían dejado de asomarse a la ventana de ETB, acusándoles de rebaño manipulado. Pero MAI no se despide: es Euskadi quien le ha despedido. Un mes o dos antes que a Surio, que esperará sin honor a que la sentencia de su destitución le arranque de la silla para siempre. Vayan con Dios.

 

Vasile, el torpe

Paolo Vasile, embajador plenipotenciario de Berlusconi en España, afirma que el boicot -la pacífica forma de protesta ideada hace más de 130 años por jornaleros irlandeses contra el capitán inglés Charles C. Boycott- es delito de amenaza y coacción. Y para prevenir futuras rebeliones ha demandado a Pablo Herreros, el activista de internet que convenció a los anunciantes para que se retiraran de La Noria, provocando el cierre de este polémico programa. Ahora el jefe de la cadena berlusconiana solicita para nuestro héroe tres años de prisión, 3,7 millones de euros y el embargo de sus bienes, todo por haber movilizado el poder de los espectadores frente a un decadente modelo de televisión. Aquel suceso fue un hito democrático y toda una declaración de intenciones, hasta el punto de inquietar muy seriamente a los dirigentes de la industria audiovisual. Desde entonces ya saben a lo que se arriesgan si traspasan ciertos límites.

Contra esta vendetta se han reunido en apenas tres días más de 100.000 ciudadanos en una campaña de indignación, lo que probablemente inducirá a Vasile a dar marcha atrás si calcula bien lo que gana (blindar la telebasura) y lo que pierde (suavizar la imagen cutre de la cadena) con su maldita denuncia. ¿De verdad cree que puede amedrentar a la opinión pública y sofocar las iniciativas sociales contra los abusos de la tele? ¿No ha estudiado historia y sociología don Paolo, o es que su manual de estrategia se lo ha inspirado la mafia? Hay que ser muy torpe para no entender que esta acción no detendrá a Herreros o a otros líderes de la red, ni evitará que se emprendan nuevos boicots si alguien se salta las líneas rojas de la decencia, imprecisas pero reales. ¿No se percata de que con su actitud agresiva compromete el valor de la marca Telecinco y su cotización?

¿Y si todo esto fuera solo una comedia de advertencia y perdón: primero presento una querella victimista y después, conmovido por las súplicas del pueblo, la retiro para quedar eternamente como Paolo, el Grande o Vasile, el Magnánimo? Capaz.