Cuatro maneras de mentir

Memoria y recuerdos son conceptos distintos. Memoria es gestión de la experiencia para conservar lo valioso y deponer sus residuos, mientras que los recuerdos son pirotecnia, casi siempre averiada, como consuelo para eludir la realidad pasada y presente. España es de nostalgia barata y mal olvido. Mucho de esto se observa en la serie documental La última llamada, de Movistar Plus+, en cuatro capítulos y más de cuatro horas de recuerdos resabidos y resabiados, con multitud de anécdotas y apenas sustancia de los expresidentes González, Aznar, Zapatero y Rajoy.

Todo es lujoso para un empeño adulador: despachos de caoba, luz cálida y tenue, espeso maquillaje e imagen saturada para disimular la decadencia de los cuatro mandamases. Y preguntas amables e invitados aún más favorables, salvo la presencia del delincuente Sarkozy. Felipe González exhibe su ilimitado cinismo y, en su soberbia, se jacta de haber perdonado la vida a la cúpula de ETA cuando los tuvo a tiro, sin por ello dejar de ser el señor X del terrorismo de Estado, con sus GAL, Barrionuevo y Galindo. Aznar es la absoluta mendacidad, imitador de Fraga, que miente hasta la arcada sobre la guerra de Irak y el 11-M. Zapatero muestra una presunción sin mérito, porque sus años de gobierno terminaron en un tsunami ruinoso. Por último, Rajoy, el fracasado, el gallego de los mil complejos que, para disimularlos, se hace el gracioso y tan patético que acabó en el estercolero político con toda su corrupción a cuestas.

En esencia, La última llamada es un puñado de historietas de cuatro desmemoriados. Su contrapunto es El país de las 6.000 fosas, un extraordinario trabajo sobre los fusilados de la guerra y el franquismo y el proceso de su exhumación, obra de La 2 y Canal 24 h de TVE. Auténtica y digna memoria.

JOSÉ RAMON BLÁZQUEZ

Propaganda de Estado

La propaganda son dos cosas: mentir y callar aprovechando la credulidad de la gente. Y así mentir es eficaz y el silencio sale rentable. La tele y el cine en España participan de esta distorsión a la que el Estado dedica sus buenos dineros, salidos del presupuesto o los fondos reservados. Impresiona el esfuerzo del sistema por retorcer el relato del terrorismo promoviendo la fantasía del heroísmo policial, por mucho que ahí sigan Intxaurrondo, La Salve y demás cuarteles, pálidos testigos de sus horrores y errores. El último artefacto es Un fantasma en la batalla, ahora en Netflix tras su leve paso por las salas comerciales.

Estamos ante una película de propaganda patriotera, desde el productor, J. A. Bayona, hasta el director, Díaz Yanes, cuyos talentos se han doblegado al comercio, porque hay que comer. Hasta la crítica laudatoria de Boyero en El País atufa a encomienda. El producto está bien hecho, a partir de la historia de una agente de la Guardia Civil, personaje inverosímil, quien, iluminada por la alta misión del combate contra ETA, se infiltra en la organización terrorista, como si fuese al mercado. Casi todo son tópicos groseros de Euskadi, con particular fijación en las ikastolas. En su aburrimiento se desvanece en la niebla de un relato que finge, por la calidad de imagen, su delirante sesgo. ¿No hubiera sido mejor ubicación para este fantasma el programa de Iker Jiménez?

Y mientras acontece este sofoco fílmico, me he visto obligado a recurrir a Amazon para leer el libro del juez Castro sobre el caso Noos. Los sucios resortes del Estado se han empeñado en entorpecer su distribución en librerías y tapar que detrás de Urdangarin y su infanta estaba el suegro y padre Juan Carlos abriendo caminos y delitos. Lo deduce el mejor juez que tuvo España.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Su majestad el pinganillo

El actor Fernando Tejero, que firma un papelón en la película de Amenábar El cautivo como fraile villano, ha reconocido la farsa teatral de los realitys. “Está todo guionizado”, denunció hace poco sobre el MasterChef de los famosos. “Quieren roles, está el guapo, el borde, el simpático… a mí me tocó ser el borde”. ¿Y ahora nos caemos del guindo, cuando esta fabulación es corriente, sobre todo desde que inventaron el pinganillo? Después del caso de Verónica Forqué hace tres años ese programa presuntamente gastronómico es un artefacto peligroso. El pinganillo da órdenes, adjudica emociones y anula toda libertad personal. Es tu identidad audiovisual.

En los debates políticos los contertulios no llevan pinganillo, van a pelo con opiniones previsibles. Al PP le representan los peores del mercado y se fía más de Pablo Motos, Iker Jiménez y Juan del Val, a quien Planeta -amo de Atresmedia- ha regalado su devaluado premio literario. Ya no le quedan intelectuales a la derecha que arreglen los destrozos de Ayuso. Uno de ellos, Juan Manuel de Prada, nacido en Barakaldo, ha dicho que le han expulsado de todas las tertulias y prefiere escribir sermones en Vocento. Nunca hubo mejor imitador de Chesterton que Prada.

¿Y por qué culpar al pinganillo si la gente camina con sus auriculares blancos y pronto llevarán videogafas, cuando Mark Zuckerberg las venda a buen precio? ¿Sabían que el dueño de Meta (Facebook e Instagram) “no tiene televisión en casa”? Lo afirma Sarah Wynn-Williams, quien fuera su asistente político, en el libro “Los irresponsables”. Es muy esclarecedor de lo que se nos viene encima. En un futuro próximo las personas vivirán con sus sentidos condicionados digitalmente. Las aplicaciones de pago gobernarán su vista, olfato, oído, gusto y tacto. Y todo.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Los espías españoles y Arzalluz

No hay que ser friki para hacerse espía. Solo tienes que codiciar los secretos ajenos y la información más oscura y situarte, envuelto en tu bandera, por encima de la ley. Tienes que tener alma de Villarejo y ser tan cínico como para disfrutar de impunidad. Y que en tu misión patriótica no haya otros remedios que asesinar, mentir y robar para sostener un sistema podrido al que sirves de lacayo. En suma, hay que ser una rata asquerosa. De espías y pringados trata la serie El Centro, sobre el CNI, la inteligencia española, heredero del franquista CESID. La produce y emite Movistar Plus+, ese canal censor que hace poco suprimió las imágenes del homenaje de San Mamés al martirizado pueblo palestino.

Comienza con un suicidio en Estrasburgo y termina con la jura del segundo mandato de Trump. Y en medio, un batiburrillo de idas y venidas tras un esperpéntico espía ruso y la inevitable CIA. Hay traidores, soplones, periodistas en busca de exclusivas y bastantes difuntos; pero causa estupor que dentro de su narrativa dramática aparezca un perro llamado Arzalluz, porque sí, con el envenenado propósito de vejar al histórico líder del PNV. ¡Claro, es una broma, faltaría más! Así se exhibe el odio de la España neofranquista. David Moreno, responsable del guion, debería explicar esta canallada.

La serie está bien producida; pero es tediosa, con solventes intérpretes, exceso de publicidad emplazada y la evidencia de que El Centro es un subproducto de propaganda para blanquear su sórdida carrera. Lo único que han hecho a conciencia los espías españoles es cumplir como alcahuetes del rey Juan Carlos al proporcionarle conejeras para sus encuentros sexuales y pagar con dinero público las bárbaras extorsiones de sus amantes. Ni la T.I.A. de Mortadelo y Filemón fue tan sublime.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Anne regresa tal cual a ETB

Para los niños de los años 60 jugar era cosa de Juegos Reunidos Geyper, una caja grande y mágica. Los Geyper se acabaron y las consolas y la tele ocupan ahora su lugar. Los hay de éxito, como Pasapalabra, en Antena 3 donde también triunfa La ruleta de la suerte. Algunos viven muchos años, como Saber y ganar, con el eterno Jordi Hurtado, en la 2. A mí me aburren y sigo esperando de la tele mucho más que superfluos pasatiempos como los crucigramas, sudokus y jeroglíficos de la prensa.

En ETB2 ha resucitado un viejo concurso 34 años después de su estreno. Se llama Tal para cual, es diario, vespertino y lo presenta Anne Igartiburu, de vuelta a casa. Mucho ha cambiado en producción desde que lo llevaba Ramón García; pero mantiene su impertinencia en algunas preguntas a las parejas participantes. Es de esos juegos tacaños cuyos premios no dan ni para pipas, olvidando que la gente ya no arriesga su imagen si no es para ganar una pasta. Sépanlo todas las cadenas: el precio del concursante ha subido, mientras que el tertuliano se vende por una mierda de estipendio.

Nos alegramos del regreso de Anne, aunque sea a un espacio por debajo de su nivel. Solo en contenidos con enjundia tiene sentido su talento y versatilidad. ¿Acaso no se mueve ahora en redes sociales como coach emocional y youtuber? ¿Por qué no trasladar esa experiencia a ETB, que pide a gritos mayor innovación? Hay exceso concursal en la tele, porque son productos baratos y adictivos. “Leer no te hace mejor persona”, dijo hace poco la influencer María Pombo. Pues a mí los libros me salvaron la vida, señora, pero no es lo mismo un relato de Paul Auster que el Calendario Zaragozano. Tampoco las redes sociales te hacen doctora y dudo que la tele ensanche tu inteligencia. Seguramente Página 2, en TVE, sí.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ