Corrupción en la tele

Peor que la información falsa son las noticias trampa, que encierran anhelo comercial o propaganda. Ahora son más sutiles, pues la frontera entre verdad y mentira se ha difuminado y los medios de comunicación han bajado la guardia en su exigencia de autenticidad. Este es su contexto. Hay formatos en televisión que tienen como razón de ser las noticias trampa: El Hormiguero, de Antena 3, por ejemplo. El programa de Pablo Motos es la plataforma de la industria cultural para su marketing, descarado a veces y otras en modo soft.

Editoriales, discográficas, productoras de cine y series y otros espectáculos generaron en los medios un clima de ambigüedad: ¿el estreno de una película o un nuevo libro son noticia o deben anunciarse? Un dilema ficticio. Para resolverlo nació el híbrido de la noticia trampa que transforma la mera información en evento relevante. Los muy pillos lo llaman promoción. Motos sentaba a más de tres millones de espectadores antes de que Broncano le mordiera la mitad y con semejante poder cambiaron las condiciones que su opacidad nos impiden conocer. ¿Cómo no vamos a creer, escarmentados, que las noticias de bienes culturales son objeto de tráfico?

La contaminación marketinera de la información ya existía y su invasión se llamó publi emplazada, ardid de las marcas para devorarlo todo. En su denso libro El loco de Dios, Javier Cercas cita hasta doce veces, sin ninguna necesidad narrativa, el nombre del hotel, de una cadena internacional, donde se alojaba en Mongolia en su viaje con Bergoglio. ¡Doce veces! O Cercas es muy generoso con sus posaderos o su editor ha cobrado esta campaña. Ya lo dijo J. Walter Thompson el siglo pasado: “Publicidad es toda comunicación que se percibe como pagada”. Solo nos quedan nuestras alertas intelectuales.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Mal acaba el cuento

Este cuento se acabó. Quien fuera señora de la casa ha sido despedida. Debió haberse marchado mucho antes, cuando la indiferencia comenzó a envolver su presagiada distopía. Con la sexta temporada se termina El cuento de la criada, serie de culto que nos interpeló sobre los efectos devastadores que la dictadura total del machismo y la religión tendrían para las mujeres. La toca blanca y el manto rojo de las esclavas sexuales fueron su simbolismo, que un sector del feminismo hizo suyo para las batucadas del 8-M y que los bazares chinos vendían para carnaval. 

Es el indigno final de un relato que al principio fue fiel a la novela de Margaret Atwood y que desfallece como saldo de baratillo también por culpa de la autora canadiense en su afán de beneficiarse como productora ejecutiva. Por dinero o vanidad los escritores traicionan su obra. A este crimen de lesa televisión se suma el deterioro interpretativo de Elisabeth Moss, que se atreve como directora de varios capítulos y cede protagonismo a Serena, la esposa del comandante Waterford, reconvertida en grotesco fárrago de lideresa y femme fatale. En sus diez episodios consigue lo imposible: que no ocurra nada, con diálogos fatuos e interminables silencios para encubrir su estafa artística y los bostezos.

Abrazando la doctrina de Trump y los teócratas, la tierra de Gilead se ha globalizado en comunidad precintada donde impera la avaricia, mientras los países libres se rinden a una plácida existencia a cambio de pactar su limitada democracia. ¿Para qué recrearlo en la ficción si ya es realidad? Entre nosotros viven comandantes, marthas, jezebels, ojos, guardianas, tías, econowives, ángeles, personajes imaginados por Atwood hace exactamente 40 años y que hoy triunfan en los telediarios-púlpito de Antena 3.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La eterna disyuntiva

Ni Sánchez o Feijóo, ni Barca o Madrid, ni con cebolla o sin cebolla. La disyuntiva, aquí y ahora, es BBVA o Sabadell en la batalla de la OPA no exenta de argucias, unas ocultas y otras visibles. Asistimos a una guerra de anuncios de dudosa eficacia. ¿Está seguro el banco bilbaíno de que sus mensajes convencen a los inversionistas de su rival catalán o importa sobre todo el liderazgo corporativo? Contra la campaña que apelaba a sus accionistas recurrió Sabadell a Autocontrol, entidad independiente de mediación creada por anunciantes, agencias de publicidad y medios de comunicación para dirimir amistosamente conflictos de veracidad en los anuncios, evitándose la asfixia de tribunales y jueces del pelo de Peinado. Iberdrola y Repsol han zanjado así sus discrepancias conceptuales. La publicidad tiene límites y no se acepta la depredación como herramienta.

Autocontrol validó el spot de BBVA y la disputa se ha enconado con la réplica a la defensiva de su rival. La excelente estética de Sabadell acentúa su mensaje, como la serie británica Adolescencia apabulla con el plano secuencia para sublimar su relato simplista y pretencioso. El problema en la publi es el lenguaje espeso. El emisor y el receptor hablan idiomas diferentes. Para el emisor falso túnel es un método de excavación y para el receptor es un túnel inexistente. Los dos tienen razón, pero el mensaje no alcanza su destino. En esta historia financiera aún no sabemos si la OPA es fusión o confusión.

La pugna entre BBVA y Sabadell está en el descuento, sin ironía. El gobierno central no se decide a lanzar la moneda al aire y dar Cuerpo (de ministro) a la operación, añadiendo dudas para una feliz copulativa o que decaiga. ¿Será antes de que el delirante Trump abra otro frente universal, Cocacola o Pepsi?

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

¿Quién se queja de Osakidetza?

Esta es una historia profundamente real, y es la mía. A mediados de diciembre pasado, antes de viajar a París, ciudad medio muerta en la historia, había perdido el apetito, me dormía hasta de pie y sufría demoledores dolores de cabeza; pero, pensaba, que eso no tenía mayor importancia en el viejo que soy. En la capital de Francia hacía un frío de mil demonios, lo que no impidió verlo todo, incluso entramos a Notre Dame sin privilegios. En Sacre Coeur, mi colina de perdición, estrené el maldito 2025. De regreso a Bilbao, al borde de la nada y tras un aterrizaje de terror por un ventarrón que jugaba a la montaña rusa con la nave, ingresé de urgencia en el Hospital de Urduliz.

Sin pulso, con la tensión bajo mínimos y debilitado tras perder 10 kilos, llegué a este nuevo y pequeño hospital de la sanidad vasca, que da servicio a la comarca de Uribe Kosta. Fue entrar y vivir una trepidante carrera de tratamientos médicos, dignos del mejor centro médico del mundo. En las horas previas a pasar a planta ya me habían hecho tres analíticas, un escáner y pruebas de todo. La médico me había visitado varias veces buscando un diagnóstico certero. Una legión de enfermeras, auxiliares y celadores, que me llevaban en silla de ruedas de una consulta a otra, se afanaban en conocer la causa de mi mal estado. 

Los días en la habitación fueron frenéticos. Un joven y extraordinario doctor, de nombre como el mío, Ramón, asistido por una joven doctora se volcaron. ¿Cuántas revisiones y pruebas me realizaron? Dos TAC cerebrales, otro de tórax, ensayos con antibióticos, análisis de arterias, sesiones con el oftalmólogo, el cardiólogo, el neurólogo y la reumatóloga. Y cuantas veces pedí analgésicos para mis insufribles dolores de cabeza me los inyectaron rápido, sonrisas compasivas aparte. 

Y, por fin, dieron con el diagnóstico: una enfermedad con nombre propio, enfermedad de Horton (¿quién era este tipo?), algo así como la inflamación de las arterias -arteritis- que rodean el cráneo. Grave, pero con tratamiento a base de cortisona en dosis decrecientes, de 50 ml para empezar. El diagnóstico se confirmó tras una biopsia perfecta en quirófano. La enfermedad me deja la secuela irreversible de visión borrosa en el lateral del ojo derecho y se confirma tras mi paso por la alta tecnología del Hospital. Medio tuerto pero vivo. Ahora sigo el tratamiento de cortisona en sesiones externas del Hospital. Con mi póliza de seguro médico de Sanitas no hubiera tenido la mitad de cuidados en calidad y cantidad. 

Como no soy ministro, ni pagué soborno a nadie, entiendo que todo esto es lo que Osakidetza hace todos los días a todos los pacientes y en todos los hospitales y centro de salud de Euskadi. Además de estar infinitamente agradecido y emocionado, porque me salvaron la vida, al recibir el alta hice la pregunta a quienes me atendieron: ¿De qué se queja la gente de la sanidad pública vasca? 

Mi historia, con otros nombres, se repite mil veces cada día en Euskadi.

Lamentarse a la francesa

            Se ha hecho público hace poco el informe anual del Ararteko, Defensor del Pueblo de Euskadi. Dice expresamente: “La salud fue la segunda área con más quejas, 441, que tras un incremento espectacular del 69,6 % representa ya el 13,3 % del total de reclamaciones. Han ganado «peso específico» las quejas por falta de personal en algunos ambulatorios, sobre todo médicos de familia y pediatras, «lo que provoca la ampliación de los plazos de asignación de citas». ¿Qué quieren que les diga? 441 reclamaciones anuales en un país de más de 2 millones de personas es poca cosa, pero no voy a quitarles su importancia

Hay otras realidades sobre la evolución cualitativa de Osakidetza respecto de otros sistemas públicos. Osakidetza ha reducido un 66,6% la lista de espera para intervenciones quirúrgicas, pasando de tener 435 pacientes en espera en marzo de 2024 a 135 pacientes en el mismo mes de 2025. Y en atención especializada el tiempo de espera para una consulta se ha reducido hasta los 52 días, mejorando de forma notable con respecto al año anterior, cuando la cifra se situaba en 70,25 días. Y así. Esta es la hoja de ruta: mejorar y mejorar

            El presupuesto de Osakidetza no deja de crecer, lo que reclama mayor esfuerzo colectivo. ¿De dónde sacamos los médicos que la universidad niega con su corporativista “numerus clausus”? ¿Cómo contratamos a sanitarios extranjeros si en el perezoso Madrid tarda siglos en homologar sus titulaciones? La digitalización del sistema debe eliminar solapamientos y trámites administrativos prescindibles y volcarse aún más en atención primaria, pediatría y prevención. La esperanza de vida de los vascos es mayor, mejorando la media española, gracias también a nuestra sanidad pública. Mi hija, médica en Nueva Zelanda, gana mucho más salario que sus colegas de Osakidetza; pero no le arriendo la ganancia en otras ventajas laborales que aquí existen. Desde la pandemia la sensibilidad sanitaria es más acentuada; pero cuando, hace años, decían que teníamos un sistema de salud ejemplar ya eran necesarias mejoras que ahora son perentorias. En suma, gozamos de una sanidad extraordinaria que algunos sectores sindicales, políticos y mediáticos pretenden envenenar. A esta falsificación artificial hay que responder sin complejo.

            Tengo la impresión de que la sociedad vasca se ha afrancesado y no solo en la gastronomía. En el país vecino han desarrollado una cultura quejumbrosa (a la estela de su afán revolucionario, de 1789 y siguientes a mayo del 68), hasta consolidar un activismo brutal, compatible con su democracia de alta tolerancia, capaz de paralizarlo todo y doblegar la ley. ¡Se creen superiores! Fui testigo de las tácticas turbulentas de los “chalecos amarillos”. Les vi actuar junto a la Madeleine y aquello era la guerra. Los sindicatos abertzales (ELA y otros, que también se creen superiores) han adoptado y adaptado sus métodos (en Euskadi la tolerancia a la algarada sindical, con el destrozo impune de bienes públicos y privados, amenazas y miedo, es infinita), a lo que han añadido sus experimentadas prácticas de kale borroka, ahora en versión low cost.

ELA, al asalto 

Hace unos años el sindicalismo de ELA y grupos de la extrema izquierda tomaron el mando, un poder anti-institucional, centrado en la Sanidad, también en la Educación. Su modus operandi comenzó con su percepción de que a los gobiernos (de Euskadi y del Estado) y los partidos mayoritarios solo parecían importarles los resultados electorales sintiendo el fracaso de una democracia frágil y a la defensiva frente al populismo. Con estas debilidades el sindicalismo radical se propuso obtener, mediante la presión callejera y la persistencia hasta el límite del desasosiego, la inquietud, la violencia y las posiciones extremas en la negociación, doblegar a las autoridades más allá de lo legalmente posible, hasta el punto de que ELA llegó a marcar de facto la agenda política de Euskadi en su horizonte de socialismo liberticida, en un país todavía achantado por la experiencia y el recuerdo de una mafia criminal y el conflicto. Obligar a la cesión y rendición institucional fue su objetivo, cuyo siguiente paso era asaltar el poder, que implicaban la ruptura del sistema y el quebrantamiento de la convivencia.

En este contexto de debilidad democrática y a la conquista del poder fraguado en la soberbia sindical y su falsa representatividad, formularon la estrategia de demolición de la buena imagen de la Sanidad Pública para convertirlo en símbolo del fracaso institucional vasco ante la ciudadanía. Había que cambiar la realidad necesariamente. De la algarabía sindical se esperaba tensionar a trabajadores y pacientes, hacer la vida imposible a toda la sociedad y aprovechar los efectos psicológicos derivados de una pandemia mal gestionada. Se solaparon en esta táctica política reivindicaciones justas de médicos, enfermeras y demás plantilla de Osakidetza. De la confusión se hizo mentira. Además, por oportunismo, grupos mediáticos privados se apuntaron al ajetreo de la extrema izquierda sindical publicando sin rigor fallos del sistema sanitario que emponzoñaron de falsa crítica para aumentar el desapego de la ciudadanía hacia Osakidetza. Derecha e izquierda radicales concurrieron en la farsa.

ELA y sus socios, que arrastran sus viejos complejos, explotan las contradicciones de nuestro delicado sistema democrático y aprovechan en su beneficio el impulso de las nuevas y justas exigencias sociales y los propios límites de los gobiernos, siguiendo el patrón marxista. Y en sus males estamos, contra lo que hace falta recuperar la entereza del país respecto de su magnífico -pero mejorable- sistema público de salud, reforzar el liderazgo democrático y superar nuestras estúpidas crisis existenciales. Si Euskadi venció la dictadura franquista, resistió y derrotó la larga y trágica tiranía del terrorismo y superó la ruina económica y moral que ETA y sus ideólogos provocaron durante décadas, todo lo que nos dejó un inmenso daño aún latente, debe ahora ganar, con la fuerza de la verdad y la fortaleza de la realidad, con la mayoría civil, el perverso intento político-sindical, patrocinado por EH Bildu, de socavar Osakidetza y el talento humano y profesional que la respalda cada día. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ Consultor de Comunicación

Abad antes que fraile

Definitivamente, Iker Jiménez me hace reír con sus rebuscadas piruetas para que en todo haya apariencia de misterio; y Nacho Abad me da pena con su invención de asesinos en un país donde se roba más que mata. Iker y Nacho son de Cuatro, que ya estaría muerta de inanición si no fuera por First Dates y su lascivia de urgencia que aportan un millón de seguidores diarios. Iker y Nacho tienen más cara que espalda y sobreviven a base de engañar al espectador y añadir dosis de populismo neofranquista.

Código 10, el espacio que regenta Abad, está más cerca de la plenitud del ridículo tras organizar, con pompa y circunstancia, un debate entre terraplanistas y divulgadores científicos. Sí, esto ha ocurrido en un canal de España, como aconteció la dictadura. ¿Cuál será el siguiente, gordos contra flacos, el bombero torero? Y como “cualquier situación, por mala que sea, resulta susceptible de empeorar (Principio de Peter), el presentador nos ha invitado a descubrir a agentes infiltrados en ETA al servicio de la policía, aprovechando el postizo relato de La infiltrada, esa peliculita recompensada con el Goya y paniaguada por la propaganda del Estado.

Nacho nos situó frente a un afligido actor, de espaldas y voz impostada, con un guion de amenazado de muerte por “sacrificar su vida por España”. No podía ser más cutre. Es la mentira perfecta, amparada por la ley de secretos oficiales para no desvelar el fraude. Cualquier agencia de casting provee de figurantes a la tele para montar un teatrillo si hay poca vergüenza. ¡Qué patético oficio, alcahuete de la historia! ¿Y por qué Abad no se atreve con el asaltaeuros Juan Carlos de Borbón? Cobardemente, recurre a las corruptelas de la ficción informativa y la desidia intelectual, vertederos habituales de la crónica negra.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ