
¿Por qué? es la pregunta más sencilla, pero llena de perplejidad que los supervivientes de los campos polacos de Auschwitz se hacen 80 años después de que el ejército rojo liberara la industria del exterminio más terrorífica de la historia. Y tienen la respuesta: por judíos, por disidentes políticos, por homosexuales, por gitanos, por discapacitados… por odio. Sí, el odio se bastaba para aniquilar y fue el impulso de toda una nación enloquecida detrás de un monstruo, porque se creían superiores. La mejor televisión nos está mostrando con dolorosa veracidad lo que aconteció.
Las voces de Auschwitz, que emite AMC en su canal Historia, ofrece en cinco partes los testimonios de 40 supervivientes del holocausto y donde sucumbieron más de un millón de seres humanos. Es imponente también El último músico de Auschwitz sobre la violonchelista Anita Lasker-Wallfisch, la única viva de la Orquesta de Mujeres de Auschwitz. “En el infierno hay música”, dice su macabra melodía. Y recordamos la historia de La sombra del comandante, que narra el encuentro de un hijo del jefe del campo, Rudolf Höss, con una de las mujeres supervivientes, mientras otra hija del genocida le justifica y encarna el negacionismo que gobierna el planeta.
¿Y por qué se olvida? Porque está mal aprendido, sin emociones. Visité Auschwitz, Mauthausen, al norte de Austria, y Terezín, cerca de Praga, porque era necesario sentir su tormento. “El conocimiento es emoción; no se aprende mucho de forma racional”, escribe Xabier Irujo, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, en su nuevo y apabullante libro La mecánica del exterminio. Se dice que la memoria del terror es para que no se repita; pero ocurrirá, igualmente por odio, y lo consumarán las apocalípticas bombas nucleares.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ