Rajoy tiene miedo

Mariano Rajoy, a quien conocí hace 30 años cuando él empezaba su carrera en política y yo la mía en comunicación, es un gallego típico: inteligente, táctico y tenaz; pero tiene miedo, muchos miedos. ¿A qué? Primero, al fracaso, a no ser capaz de vencer en ocasión tan propicia y pasar a la historia como el hombre que no supo ganar. O a ganar mal, en precario, como quien se impone a su enemigo más por la caducidad de este que por merecimiento. Incapaz de generar ilusión, tiene miedo a ser la última y triste alternativa en unas circunstancias en la que todo juega a su favor frente a un adversario que sale derrotado de antemano con la única misión de perder sin estrépito.

Rajoy tiene miedo a que los sucesos del pasado se repitan y el 20-N sea su tumba política. Las elecciones de otoño serán las terceras como candidato del PP y en esta tentativa final se las tendrá que ver con Rubalcaba, no menos listo, táctico, tenaz que él, pero con más capacidad dialéctica, lo que en política, donde la palabra es la herramienta de trabajo, es decisivo. No es que Mariano sea menos brillante que Alfredo: es que tiene enormes dificultades para expresarse en público y convencer. Se diría que sufre cada vez que sube al estrado, por lo que rehuirá el cuerpo a cuerpo de los debates.

Rajoy tiene miedo de sus propias limitaciones. Su imagen no se corresponde con la de un líder carismático, sino con la de un probo registrador al que espantan las cámaras y los micrófonos. Las encuestas (el CIS de julio, la última) le retratan como un hombre poco confiable y superado por su oponente en eficacia, visión de futuro y capacidad para el diálogo. A Rajoy se le percibe indolente y frágil ante los retos. Parece de esas personas que se hunden en las crisis. Rajoy sería un excelente jefe de negociado, incluso un buen ministro; pero es un pésimo candidato, al que hay que llevar a rastras de lugar en lugar e inventarle las ideas y las ocurrencias para no que flaquee ante la gente. No emociona ni seduce. Dios no le hizo líder.

Miedo a la mala suerte

Rajoy tiene miedo a que ocurra algo inesperado, como el 11-M en 2004, que le impida alcanzar una victoria segura en noviembre. Miedo a que algo falle en sus pronósticos, siendo él tan previsible. Miedo a la confabulación de los elementos y que el fantasma de la mala fortuna se cierna sobre sus ambiciones. Porque Mariano, como buen gallego, es supersticioso. Y cree en las meigas porque, también para él, haberlas haylas. De hecho, asume que la mala suerte ya se la ha jugado al regalarle la presidencia en la peor coyuntura económica desde hace un siglo.

Rajoy tiene miedo a que ETA le haga un favor a Rubalcaba anticipando algún tipo de comunicado sobre su próxima disolución y que la baza de la política antiterrorista (¡qué gran filón para los canallas!) facilite las expectativas del candidato socialista. Preferiría que los asuntos relacionados con la violencia no sobresaltaran la campaña, porque llega con un discurso crispado e ilegalizador. Es cierto, Rajoy es poco populista a fuerza de ser un tipo serio. Es sobrio, directo y parco, de manera que lo suyo no es la sorpresa, el ruido de las propuestas rompedoras o el marketing de moda. Es una certeza que el aspirante popular desprecia la propaganda y la afectación y que las teorías de la imagen pública son para él sutilezas de un sistema encubridor para huir de la simplicidad de las cosas.

Rajoy tiene miedo a la euforia, a que los pronósticos unánimes que auguran su triunfo sea un incentivo para la movilización de sus rivales y no tanto un factor de ilusión para sus seguidores. Tiene terror a las encuestas y a quedar siempre por debajo de la potencia de las siglas de su partido. Cree más en sí mismo y en su paciencia que en los demás y sus ansiedades. Lo suyo no es pereza, sino parsimonia. Teme a las palabras más que a los hechos y tiembla ante el entusiasmo desbordado de sus hooligans que se prometen un paseo feliz hasta La Moncloa.

Rajoy tiene miedo a muchos de los suyos. Aborrece a los aduladores tanto como el pavor que le provocan Aznar, Mayor Oreja y Esperanza Aguirre, esos notables del PP que pueden condicionarle la campaña con exabruptos y radicalismos ultras. En realidad, tiene miedo al pasado del que es heredero, terror a que le ordenen más que sugieran lo que debe hacer y deshacer. No es un hombre de tutelas, pero sabe que un partido como el suyo es un cóctel en el que los distintos ingredientes no quieren mezclarse. Rajoy es un desconfiado nato y esta desmesura convierte su pequeño círculo de fieles en guardia pretoriana, siempre alerta para impedir que algún traidor le envenene estratégicamente.

Rajoy tiene un miedo atroz a la prensa y específicamente a la caverna mediática. Su temor a Pedrojota es reverencial y le asustan las interferencias de Intereconomía y la Cope, sus devotos neofranquistas. Como no permite que nadie ocupe su espacio, le quita el sueño que los extremados posicionamientos de ciertos sectores sociales -la patronal, la banca y la Iglesia- pretendan escribirle el programa y el discurso: reducción de impuestos, abolición del aborto, reforma del matrimonio gay, cambios constitucionales y esos temas inquietantes para todo acomplejado. Rajoy es un acérrimo de la moderación en el amplio sentido del término, más por tibieza que por táctica.

Rajoy tiene mucho miedo a la calle. El movimiento 15-M ha espoleado sus turbaciones y constata que los indignados son más enemigos suyos que de Rubalcaba. Los observa como una articulación preventiva contra el gobierno de la derecha y que los nuevos rebeldes van a ser, más que los demás partidos, la auténtica oposición contra la que no le servirá la policía para aplastarlos. Con el precedente del Nunca mais tras el desastre del Prestige, que al hundirse hundió a Rajoy, lo lógico es que le tenga pánico a las protestas multitudinarias.

Miedo de Euskadi y Catalunya

Rajoy tiene miedo de su propia timidez y sus derivaciones de mal comunicador. Es consciente de su levedad gravitatoria sobre las masas sociales. Se ha dicho de él, halagadoramente, que no le gusta aparentar lo que no es. Es una gran falacia, porque toda persona que reconoce sus defectos se ocupa de ocultarlos externamente, resultando así que esconder las carencias y deficiencias propias es una forma de transformación, una apariencia falsa de uno mismo, una simulación fabricada.  Precisamente, minimizar las debilidades del candidato constituye un objetivo prioritario de las campañas de imagen, complementario de la proyección de sus fortalezas. Rajoy arrastra ese complejo de mal candidato, cuyo origen está en sus dificultades en el habla, muy acusadas cuando yo le conocí y que todavía son notables.

Rajoy tiene miedo a un resultado marginal en Euskadi y Catalunya y que el discurso antinacionalista del PP le cueste un alto precio en ambas comunidades. Rajoy tiene miedo a no estar a la altura del momento histórico y ser incapaz de concitar la unidad de acción y los acuerdos -económicos, de valores, reforma del sistema y una nueva transición- que el Estado español requiere con urgencia y en los que no debería relegar a las fuerzas nacionalistas. Rajoy teme que los suyos le inciten a la revancha y la imposición. Tiene más miedo a la mayoría absoluta que a quedar en minoría, porque de la hegemonía puede resurgir el alma intransigente y antipática de Aznar, su mentor. El diálogo es mucho más sencillo cuando la necesidad es más fuerte que el poder.

Rajoy tiene miedo. Y yo también tengo miedo, pero de él.

http://www.deia.com/2011/08/14/opinion/tribuna-abierta/rajoy-tiene-miedo

Tribulaciones de un escolta en Euskadi

El personal de seguridad privado -escoltas, seguratas, vigilantes, llámelos usted como quiera- son seres humanos honestos y, en parecida proporción a los demás ciudadanos, con o sin trabajo, desean que ETA desaparezca y la amenaza terrorista en Euskadi se extinga para siempre. Pero, contradictoriamente, el fin de la organización criminal equivale a la pérdida de trabajo para miles de ellos, que se irán al paro o serán reconvertidos en otros puestos. Muchos volverán a España, de donde vinieron a la llamada de un trabajo oportunista, y otros, no sé cuántos, se quedarán aquí, porque son vascos. Sabíamos que ETA ha sido y es todavía un chollo para no poca gente que se ha enriquecido con la existencia del terrorismo. Estas cosas ocurren: la industria y la economía vascas se beneficiaron extremadamente de los pedidos siderúrgicos y otros aprovisionamientos demandados por las naciones contendientes en la Primera Guerra mundial. No hay conflicto ético, aunque es discutible, a causa del aprovechamiento de las necesidades ajenas, de la misma manera que no son culpables los enterradores de que la gente se muera y los médicos por vivir de las enfermedades y achaques humanos.

Lo que es reprobable es esa resistencia a no querer desaparecer a medida que se esfuma la violencia, a no aceptar que lo anormal era la amenaza y lo normal es el que todos puedan andar en paz. La patronal de la seguridad, que tiene contratados a miles de escoltas, se aferra a la continuidad formal de ETA para pedir a los poderes públicos que no retiren la vigilancia porque “todavía hay una situación de amenaza”. Y a este estado extraño de ser o no ser del terrorismo, de latente peligro leve, apelan las empresas del sector para mantener el negocio y prolongarlo hasta el final de ETA, es decir, unos años más, aunque no haya constancia de peligro real. En tiempos de crisis, la fáctica inexistencia de ETA debería ser una razón añadida para el ahorro de los cientos de millones que nos cuestan a los ciudadanos vascos (también al Estado) la protección de los hasta ahora amenazados.

El conjunto del oneroso gasto de seguridad en Euskadi tiene los siguientes componentes:

1. Protección mediante uno o dos escoltas de miles de electos y cargos diversos: concejales, parlamentarios, alcaldes, jueces, fiscales, periodistas, cargos públicos, consulados, empresas de construcción… bajo la presunta amenaza de ETA.

2. Disposición de vehículo pagado, todo incluido, de una gran parte de los cargos públicos antes mencionados.

3. Pago de dietas con cargo a las arcas públicas, que se suman a las que perciben por su condición de cargos institucionales.

4. Pago de pluses de seguridad a una parte importante de los altos funcionarios del Estado por su estancia en Euskadi.

5. Pago y sostenimiento de miles de guardias civiles y efectivos de la Policía Nacional cuya presencia ya no sería necesaria.

6. Pago de enormes cantidades en pólizas de seguros para prevenir el costo de destrozos y el riesgo subjetivo de los cargos públicos y funcionarios.

7. Pago y mantenimiento del personal del CNI, antiguo CESID, radicados en Euskadi para las labores de información, es un decir, inteligencia.

8. Pago de nóminas y favores informativos a profesionales de algunos medios de comunicación que participan de la estrategia antiterrorista del Estado.

Todo este inmenso presupuesto y más, que constituye el negocio derivado de la existencia de ETA, está a punto de volatilizarse. Pero hay quien está haciendo lo posible y lo imposible para que se mantenga durante más tiempo y, en el peor de los casos, tratando de dinamitar -desde la política partidista, desde algunos medios y desde los cuarteles- un proceso que es imparable hacia el fin de ETA, de la misma forma que las corporaciones de la industria militar crean y sostienen los conflictos en muchos lugares del mundo para que haya artilugios sofisticados con los que unos se matarán y otros seguirán ganado millones.

El escolta, ciertamente, es el último y más débil eslabón de la cadena del negocio del terrorismo en Euskadi. Es el más visible. Pero su trabajo era eventual, una excepción que ha perdido sus condiciones para continuar. Así que, amigo mío, vete buscando otro empleo que el actual ya no tiene sentido. Has cumplido. Has ganado un buen dinero yendo de paseo y casi siempre sin hacer gran cosa. Has hecho un trabajo fácil. Pero reconoce que tu imagen ha sido útil políticamente para el PP sobre todo  y para los socialistas. Tu imagen alimentaba su victimismo, al mismo tiempo que les proporcionaba un chollo económico, un extra para compensar una amenaza más subjetiva que real. Tus tribulaciones profesionales son ahora orientar tu futuro, como cientos de miles de desempleados. Vete haciéndote a la idea de que el chollo de ETA se ha acabado.

Perderás tu empleo, pero ganarás en autoestima y en dignidad. Lo tuyo no era un trabajo, era una hipocresía, no tuya, sino de la política malvada.

Hay vida después de ETA. Mucha vida.

¡Viva el sentido del ridículo!

La televisión es la versión actualizada del despotismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo. En apariencia, participa mucha gente en los programas de debate y variedades; pero hacen el mismo papel que los extras en el cine, constituyen la multitud irrelevante que aplaude o calla a las órdenes del regidor. En la tele los ciudadanos son algo así como el atrezo, una parte del decorado que llena el fondo del escenario y permite al realizador dar profundidad a las imágenes en los planos cortos. Es similar al diseño de los mítines políticos de hoy, en los que se sitúa a un grupo humano tras el atril de los oradores para dar sensación de respaldo público y atenuar, simbólicamente, la creciente distancia entre el poder y la sociedad. Se necesita un background de hombres y mujeres para otorgar verosimilitud al espectáculo de la demagogia audiovisual.

Llenar de personas el plató forma parte de la producción televisiva. Unas acuden por curiosidad. Otras van para conocer a los famosos. Y algunas, quizás las más simples, para alcanzar la gloria de ser vistas en la tele cuando la cámara enfoca hacia su misma posición. Pero no era imaginable que una de estas furtivas fuera Noemí Martínez, concejala del PP en Manises, quien para llegar a tiempo de sentarse entre el público en Sálvame abandonó el pleno del consistorio. Que una autoridad local se jacte de haber salido en la pantalla detrás del friki Matamoros explica hasta qué punto el afán de notoriedad es la mayor amenaza de la clase política. Basagoiti es su subproducto. Se empieza por el antojo de aparecer de soslayo en el más genuino espacio de telebasura y se acaba de tertuliana en La noria o El gato al agua, toda una carrera a la podredumbre.

Quien quiera superar el deseo patológico de verse en la tele que reeduque su sentido del ridículo, una especie de vergüenza protectora o variante de la virtud de la discreción. Admiro a las personas que rechazan exhibirse en la televisión: son héroes de la intimidad, la primera de las libertades humanas.

http://www.deia.com/2011/08/08/opinion/columnistas/telele/que-te-vean

Basagoiti, Capitán España

Antonio Basagoiti se ha empeñado en ser el Capitán España; pero al contrario que el héroe de papel -y ahora digital- Capitán América, lo suyo es enfrentarse a sus enemigos en Euskadi con la fuerza de los exabruptos, que es mucho más fácil y exige menos riesgos que la tentativa del valor argumental. Y así, por si la política vasca no estuviera ya suficientemente cargada de agresividad y excesos, el presidente del PP vasco ha querido añadir a la feria de las palabras huecas una constante tormenta de grosería verbal que, si bien le proporcionan notoriedad mediática, le disminuyen como líder de la derecha por lo altisonante de sus ocurrencias y la virulencia oral de sus dichos.

El último disparate ha sido calificar a Martín Garitano, Diputado General de Gipuzkoa, como “proxeneta de los que prostituyen la democracia». También le ha negado públicamente el saludo al dirigente de Bildu. Entre sus perlas cultivadas para el diccionario de las tonterías se cuentan estas:

“Que sepa la gente que estos que han hecho este terrible atentado no son vascos. No son nada, son mierda”.

“La acusación a Camps es una verdadera gilipollez y además la ha hecho un tipo que pasaba por allí, que dice que le ha llevado unos trajes”.

“ETB ha dado bola a ETA”.

“No me reúno con el embajador de Venezuela porque no tengo detector de metales”.

Estos y otros muchos desahogos confieren a Basagoiti una imagen de charlatán grosero de la que debería huir, no solo porque por la boca muere el pez, sino porque por la boca muere la paz, un tesoro por el que llevamos anhelando muchos años y que ahora no puede aventurarse por la locuacidad de un inexperto líder derechista.

En política, la cuestión no es la cantidad de mensajes que uno emite, ni su calibre de disparo, sino su aportación objetiva a la dialéctica política y al entendimiento entre sectores separados por muy diferentes concepciones de país, obligados a convivir o, al menos, cohabitar. Basagoiti parece uno de esos tipos cínicos a quienes les encanta que hablen de ellos, aunque sea mal. O un desesperado cazador de titulares. O, peor aún, un provocador. Si Basagoiti pretende ser el héroe que pacifique Euskadi, ha elegido las armas de los cobardes: las palabras disparadas como balas, las palabras disparatadas. Los disparates. Las personas excesivas suelen, a veces, tener ideas geniales. Recuerdo que Xabier Azalluz era también un hombre de facundia inmoderada; pero entre sus dichos podía encontrarse alguna pieza sublime que ha quedado para la historia. A Basagoiti no se le conoce en su colmada fonoteca ninguna frase creativa, sólo tonterías.

Tengo varias hipótesis acerca de la incontinencia verbal de Basagoiti y no sé con cuál quedarme como la más ajustada. Tal vez sea una mezcla de estas cinco hipótesis:

Primera hipótesis: Basagoiti es un insensato. Es probable, y lo he constatado personalmente, que el presidente del PP sea un tipo sin freno, impulsivo y vehemente, sobre todo cuando sube al escenario de los medios o a la tribuna política. De hecho, raras veces lleva escritas sus intervenciones. Improvisa o confía en su inspiración o su memoria. Por lo tanto, se deja llevar. Y como no es un hombre de discurso fácil (aunque sí facilón) y no posee una gran capacidad dialéctica y creativa, cae en el disparate, la improvisación y se le escapan las peores ocurrencias. Dentro de esta misma hipótesis, cabe que Basagoiti sea crea un tipo gracioso y que, en su papel de político que cuenta con muy pocas simpatías entre la población vasca, se sienta impelido a soltar las simplezas que alguien le dijo el día anterior en el bar o en las reuniones con su gente. Quiero decir, en definitiva, que es posible que Basagoiti sea un irresponsable mayúsculo, un defecto que los medios de comunicación (particularmente El Correo Español) minimizan u ocultan, pero que constituye el diagnóstico que del líder del PP vasco tienen las élites empresariales, sociales y culturales de Euskadi. Nadie toma en serio a Basagoiti, ese es su drama.

Segunda hipótesis: Basagoiti está mal asesorado en comunicación. Siendo la comunicación el punto donde tiende a naufragar, cabe la posibilidad de que sus asesores estén desacertados en su estrategia y estén primando el objetivo de la notoriedad a cualquier precio sobre otros propósitos más importantes, como la credibilidad, la confianza y la sustancialidad. Si yo fuera su consejero de imagen, ya hubiera presentado mi renuncia a la vista de los efectos negativos de mi trabajo. No habría que descartar, en este ámbito, que Basagoiti sea un indisciplinado y no haga caso a lo que le piden sus consultores y que estos se vean incapaces de corregir los desatinos y precipitaciones verbales y gestos agresivos del líder popular. Creo plausible esta opción. Basagoiti se sobrevalora y no presta la debida atención a las personas que quieren ayudarle a mejorar en sus representaciones públicas. Basagoiti necesita una dosis doble de humildad, esa que te ayuda a escuchar, a autocriticarte, a tener objetivos concretos, a aceptar tus defectos, a incrementar tu nivel de calidad. Basagoiti es un pésimo vendedor de sí mismo. Sin moderación y equilibrio no hay un liderazgo viable. Basagoiti está muy lejos de alcanzar los dos objetivos que más necesita el PP vasco: ocupar una parte del centro político vasco (renunciando a la crispación y la intransigencia ideológica del pasado) y asumir un vasquismo sociológico del que está a años luz.

Tercera hipótesis: Basagoiti padece ansiedad política. Es posible que al presidente del PP le pese como una losa la historia del PP y Alianza Popular, herederas del franquismo sociológico, que ha constituido -y persiste aún hoy- su base electoral. Basagoiti tiene prisa, demasiadas urgencias en cambiar el discurso de su predecesora, María San Gil, fiel representante de la derecha autoritaria vasca. Y esta ansiedad de cambio de apariencia es lo que mueve su verbosidad y provoca en él las improvisaciones, los excesos, las malas maneras y sus precipitaciones. Quizás cree que la derecha españolista ha sido durante años inane y benigna en sus pronunciamientos y que frente a una cierta carencia de personalidad es necesario reforzar la bravura del PP, sacar pecho y entrar en la pelea dialéctica. Puede que así, piensa Basagoiti, que al Partido Popular vasco se le tenga en cuenta y dé muestras de que existe en Euskadi. No quiere ser una anécdota como hasta ahora y por eso habla más fuerte de lo conveniente y sus palabras chirrían y desentonan. Es una manifestación de impotencia, como el grito de protesta del niño a quien nadie presta atención.

Cuarta hipótesis: Basagoiti busca el liderazgo en el país de las palabras. El presidente de la derecha conoce sus debilidades como líder. De alguna manera es consciente de que su acceso al poder en su partido es fruto de las circunstancias y que su valía intelectual y política están sobrevaloradas en su figura de jefe máximo. Conoce las valoraciones que de él se filtran en el Euskobarómetro, un 2,5 en el último estudio, con tendencia al estancamiento. Aún así, Basagoiti tiene la ambición de ser un auténtico líder y que su partido deje de ser irrelevante en la política vasca. Y como los resultados no acompañan, ni él mismo hace una lectura correcta de la situación y de sus méritos políticos, es por lo que busca escalar posiciones en el país de las palabras, allí donde no hace un gran esfuerzo para construir ilusoriamente un liderazgo y un proyecto de sí mismo. Naturalmente, ese impulso es insuficiente y al forzar la capacidad de las palabras para edificar un liderazgo, su locuacidad se muestra impetuosa, radical y ofensiva. Olvida Basagoiti que en política, como en la vida misma, lo esencial son los hechos y no las frases lapidarias. Sus propuestas y sus palabras hace tiempo que están divorciadas.

Quinta hipótesis: Basagoiti es un cínico, seguidor de Pedrojota. Me inclino a pensar que Basagoiti admira a Pedrojota Ramírez, al que considera un triunfador. Veo en Basagoiti a un cínico, más sutil que el periodista, pero menos inteligente y creativo. La baza de Ramírez es que la ideología carece de importancia y que lo esencial es tomar una posición estratégica desde la que sea posible tener éxito, a costa, eso sí, de toda coherencia personal. Basagoiti es de la misma opinión, según parece. ¿Ser de derechas y pactar la lehendakaritza con la izquierda? Qué más da, si lo importante es alcanzar una relevancia política de la que carecíamos. ¿Predicar la paz y poner todos los obstáculos posibles para impedirla? Claro, porque sin ETA gran parte del discurso del PP se vendría abajo. De cinismo están construidas las peores palabras, las más dolientes, las más hirientes, lo que explica la frecuencia de las salidas de tono de Basagoiti y su búsqueda de la utilidad.

Puede que haya otras explicaciones. Hace tiempo que sigo la evolución de Basagoiti y cada día empeora. No resistirá una crisis electoral, porque es un líder de papel. Y el papel, como las palabras, se lo lleva el viento.

Sentimiento de impertinencia: la tristeza de López

EL lehendakari López está deprimido, profundamente contrito. Los demoledores datos del último Euskobarómetro, unidos a los catastróficos resultados del 22-M, le han arrojado para siempre del paraíso de ficción en el que estaba instalado y ya no puede seguir escondiéndose de la realidad. Ahora, como Zapatero, es un dirigente en declive que administra con amargura la última etapa de su gobierno y se limita a resistir pertrechado tras los muros de Ajuria Enea confiando en que escampe. El síntoma perfecto de la decadencia de un proyecto es la negación de la propia discapacidad (la anosognosia) y la imputación del fracaso a las condiciones externas y la incomprensión ajena.

Por eso, la política padece tanto deterioro, porque esquiva su autocrítica y busca a los culpables en todas partes menos en su mismo seno. López y su equipo reflejan como nadie el descalabro democrático de nuestro tiempo al achacar su impopularidad a la coyuntura económica y sus efectos, eludiendo su margen de ilegitimidad original, las contradicciones de sus pactos y su empeño en gobernar contra las urnas y las mayorías.

La dolencia de López, deducible de sus silencios y sus escasas explicaciones, proviene de un sentimiento de impertinencia hacia la mayoría social. Habiendo abandonado la racionalidad, este lehendakari siente que los ciudadanos son injustos, ingratos, crueles e impacientes; en suma, impertinentes, por desconsiderar el esfuerzo realizado por su gobierno y manifestar su descontento y su ansiedad en medio de las graves dificultades que le ha tocado gestionar.

Si entendemos la impertinencia como «importunidad molesta y enfadosa», López no comprende por qué la gente no aprecia su talento y no percibe su voluntad de servicio. Incluso siente que las encuestas son también una insolencia, ganas de perturbar la delicada misión de liderar Euskadi, un coro de agitadoras que condicionan la opinión y la pervierten. Y así, López está muy enfadado con el 68% que declara su nula o poca confianza en el Gobierno vasco «para sacar adelante los problemas del país» y con el 56% que osa evaluar negativamente el quehacer de un proyecto inédito. Lo dicho: una insoportable impertinencia colectiva.

En su emocional desconsuelo, López cree que todos, incluso los más cercanos, se han vuelto en su contra. Ocurre que el Euskobarómetro, dirigido por un destacado socialista, el profesor Llera, se ha convertido en uno de los principales instrumentos de la oposición nacionalista al surtirla de certezas sociales que refutan al Gobierno españolista y el pacto PSE+PP que lo mantiene. Se engaña si cree que los suyos le traicionan, porque el último Euskobarómetro, como los cuatro anteriores, no ha hecho sino confirmar lo que las urnas dictaminaron el pasado 22-M.

Una aportación singular del estudio dirigido por Llera es la rotunda reprobación de su colega y conmilitón Víctor Urrutia, responsable del Gabinete de Prospección Sociológica del Gobierno vasco, quien en una esperpéntica encuesta oficial pocos días después de las elecciones municipales y forales cifró en 147.000 los ciudadanos que hubiesen cambiado su voto a la vista de los resultados finales. Parece que no se han coordinado bien los mensajes o ha fallado el bucle partido-gobierno, principio del fin de todo desastre estratégico.

La realidad de Euskadi es tan contundente que, a la hora de minimizar los daños del Euskobarómetro, la única caridad que han podido hacer a López sus autores ha sido retrasar lo más posible la presentación del estudio. Si en años precedentes el informe de mayo se hacía público a finales de junio o primeros de julio, esta vez lo han entregado en los umbrales de agosto para que el impacto de los apabullantes datos -con las prioridades ciudadanas puestas en la playa y las vacaciones- fuera el menos perjudicial para el lehendakari. Otra vez la técnica franquista de malversar la verdad con artimañas.

Retratada la situación con un 67% de contrarios a la coalición gobernante y un apoyo del 32% a la actuación del PNV en la oposición, junto con los datos de reprobación al Gobierno López, que han empeorado en el último semestre con tendencia al cataclismo, me pregunto con qué ilusión pueden ir a trabajar los consejeros, viceconsejeros, directores y otros cargos socialistas a sus despachos de Lakua sabiendo que el refrendo a su labor es casi marginal, un 18%.

¿Qué planes, leyes o iniciativas válidas pueden elaborar quienes, a juicio de los ciudadanos, no responden a sus expectativas ni merecen su confianza? ¿Con qué ánimo afrontarán el servicio público quienes son conscientes de su radical interinidad y precariedad social? Solo el cinismo o la ambición personal pueden soportar un gobierno carente de suficientes apoyos legítimos. ¿O quizás lo sostiene una pulsión frentista, construida sobre viejos rencores y revanchas? En estas circunstancias lo lógico es que el abatimiento se contagie y extienda por todos los departamentos y se proyecte en sus mensajes, justificativos, acríticos, delirantes y a la defensiva. Los rostros de tristeza de Aguirre, Bengoa, Ares, Celaá, Arriola, Zabaleta y, específicamente, de la portavoz Mendia son la imagen del sentimiento de derrota que descompone a todo un gobierno, desacreditado por su nulidad gestora y política e impugnado por la democracia y la demoscopia.

El sentimiento de impertinencia de López para con la mayoría contrasta con el estado emocional de Euskadi, esperanzado más que nunca en una paz definitiva y la concordia. Quizás el PSE hubiera deseado que la nueva situación se hubiera producido con un mapa político distinto del actual; pero hay que reconocer, más allá de los anhelos particulares, que las circunstancias son inmejorables: la izquierda abertzale no solo está legalizada, sino que además gobierna en numerosos municipios y la Diputación guipuzcoana; el mapa político se está racionalizando y ningún partido tiene respaldo para imponer proyectos unilaterales, lo que obliga a grandes acuerdos transversales. En este contexto, López y el PSE tienen que identificar el origen de su tristeza mediante una lectura serena de los datos electorales y el Euskobarómetro. La desazón que les aflige tiene su núcleo en el pacto antinacionalista. Esta alianza les ha prestado el poder provisional a cambio de derechización, pérdida de iniciativa política, atrincheramiento ideológico, homologación españolista y degeneración democrática. Ningún consenso alternativo estratégico de país será posible en tanto se mantenga el muro de la vergüenza que divide a los vascos en constitucionales o rebeldes, por sentimientos de pertenencia.

Lo peor que podría hacer López para remediar su desconsuelo, como hacen los fracasados esenciales, es echarle la culpa a la mala suerte porque su llegada a Ajuria Enea ha coincidido, maldita sea, con la crisis económica. Esta píldora calmante puede engañar el dolor por un tiempo; pero solo servirá para aprovisionarse de frustración. La enfermedad requiere cirugía urgente y la extirpación del tumor maligno PSE+PP.

http://www.deia.com/2011/08/06/opinion/tribuna-abierta/sentimiento-de-impertinencia