Euskadi, un relato en busca de autor

El relato. Este es el nombre, escueto y determinante, que los vigilantes del sistema constitucional y sus activistas de la opinión pública le han puesto a la narración del conflicto político vasco. No un relato, sino el relato, lo que expresa la concepción patrimonialista de su pretendida crónica. Y dado que perciben que el desenlace de la violencia terrorista está próximo y que el final coincide con el fortalecimiento del voto abertzale (60% frente al 30% del sufragio españolista), se muestran muy preocupados ante la posibilidad de que la memoria de las víctimas sea marginada y se imponga un relato equidistante e injusto. Estamos en lo que Txema Montero llamaba hace poco en este periódico “la guerra de la memoria”. En realidad, se trata de una posición preventiva no por el reconocimiento social de los damnificados, que es solo su pretexto, sino por asegurarse un  balance histórico favorable a sus posiciones partidistas, esto es, del constitucionalismo español.

Hagamos las preguntas pertinentes: ¿Por qué tanto interés y ansiedad por escribir una historia que aún no se ha cerrado? ¿No suelen reclamar los historiadores cierta perspectiva de tiempo y un contexto no condicionado para la elaboración de un relato imparcial y completo? ¿Bajo qué premisas (o prejuicios) ideológicos se piensa redactar la crónica de Euskadi? ¿No se está sustrayendo a la sociedad vasca en su conjunto la iniciativa de hacer la narración de lo acontecido, es decir, una historia de todo, de todos y con todos?

Lo mismo que los personajes de Pirandello en su drama existencial Seis personajes en busca de autor, los actores de nuestra reciente historia -la ciudadanía vasca- han salido en busca del relato de la verdad, sin páginas arrancadas, sin falsificaciones y sin excesos emocionales que distorsionen la certeza de lo acaecido. En todo caso, la bondad de un relato no consiste en hacer juicios previos, sino en presentar los hechos con rigor y valentía. Las valoraciones vendrán después y no probablemente serán coincidentes aunque la verdad sea compartida. Una sociedad madura y no conmocionada es capaz de enfrentarse a su conciencia y sus fantasmas siempre que haya condiciones de serenidad y exista un equilibrio de información, opinión y diálogo público. No contamos, por ahora, con un clima propicio para semejante introspección.

Los guardianes de la memoria

Las mayores dificultades para la paz y la convivencia en Euskadi proceden, además de los últimos resistentes al abandono de la violencia, de quienes piensan que el ciclo se está cerrando en falso y que se está fraguando una paz aparente, porque no hay una escenificación de la rendición y tampoco un reconocimiento explícito del mal causado. O lo que es más improbable, una capitulación política. Hay un potente sentimiento de agravio que impide el tránsito de un tiempo de violencia a una época de reconciliación. Me conformaría con que esta emoción dolorida estuviese solo motivada por la exigencia de una disculpa sincera y una justicia reparadora; pero creo que existen otros impulsos, de naturaleza partidista, que quiebran el camino hacia la concordia.

Ahora que las víctimas cuentan con respaldo público y tras haber traficado electoralmente con su dolor, irrumpen en la escena los guardianes de la memoria para usurpar al pueblo lo que solo a él le pertenece: el relato de su historia. La malversación del recuerdo colectivo es un peligro y puede envenenar un proceso necesariamente parsimonioso y con no pocas contradicciones. Los guardianes de la memoria están en las filas del constitucionalismo para erigirse -también por vanidad- en jueces parciales de cuanto ha ocurrido. Y ya están escribiendo su particular relato. Los podemos ver en los medios de comunicación y en las cúpulas del PSE y PP, donde hay auténtico pánico a enfrentarse a la radicalidad de determinadas asociaciones de víctimas. Más aún, son sus ideólogos. Liberar la política institucional del extremismo e injerencia de estos grupos es un deber democrático. Hay que atreverse a decir basta, sin ningún complejo de culpa, a la furia del dolor y el odio expansivo de todo victimismo, que ni resuelve las cuentas con el pasado ni está interesado en construir el futuro.

Cuanto más presente y activa sea la intervención de los auto-designados guardianes de la memoria más complicada resultará la consecución de una plena convivencia, porque lo suyo no es, como dicen, evitar que la ciudadanía vaya de la injusticia al olvido, sino impugnar el proyecto abertzale, en su conjunto, como responsable moral e ideológico de nuestra historia de violencia. En este propósito se inscribe la imputación a la sociedad vasca de una cobardía general frente a ETA, así como su insensibilidad hacia las víctimas porque “miraban para otro lado”. Endosar a los ciudadanos una culpa que corresponde en exclusiva a los dirigentes de los partidos constituye una de las operaciones de manipulación más infamantes de cuantas hemos padecido. De ahí procede el arrebato institucional de llenar Euskadi de valles de los caídos, jugando a remediar con remiendos simbólicos.

Muchos ciudadanos han interiorizado esta falsa negligencia sin percatarse de que los acusadores tratan de doblegar emocionalmente a la mayoría nacionalista (los malos) para diferenciarla de los electores españolistas (los buenos) en una farsa que, previa ilegalización de la izquierda abertzale, culminó en 2009 con la conformación del Gobierno PSE+PP, presidido por López, que era parte del diseño de un relato que necesitaba los resortes del poder para consolidar un discurso de vencedores y vencidos, con una sociedad-víctima y una sociedad-culpable. Las conclusiones de este perverso relato están escritas de antemano: España derrotó a ETA y su ideal de soberanía, de lo que se deduce, por coincidencia y cercanía, la nulidad futura de todo proyecto nacionalista y su sumisión a la superioridad moral de España.

Entre dos extremismos

¿Quién teme a la verdad? Nadie que sea honesto. Euskadi es suficientemente madura como para decirse a la cara la verdad de estos años, lo malo y lo bueno de nuestra conducta colectiva. Es una obligación de todo pueblo poseedor de una alta autoestima. Pero esta es una decisión que debe adoptarse sin tutelas y tiene que estar salvaguardada de la falsificación de la historia real, cuya amenaza es patente. Es normal que ahora, en el final de un pasado convulso, la prioridad sea encarrilar el futuro y no tanto el arreglo de las cuentas pendientes. Es una tendencia natural que pronto dará paso al relato de lo acontecido. Esa es una tarea general y no de los siervos del sistema, tipo Arregi.

En este empeño, que hemos de acometer racional y nacionalmente, vamos a enfrentarnos a dos extremismos cuya responsabilidad en la historia se cifra en centenares de muertos de diferentes trincheras y en incontables abusos contra los derechos humanos y sociales. A ninguno de estos radicalismos (la izquierda abertzale y el Estado español) les interesa la pura verdad y solo buscan su específica justificación y cobrar su botín de guerra. Cuanto más acusatorio de lo ajeno y más exculpatorio de lo propio es un relato, peor es su catadura y su intención. La metodología para un relato honroso, realizable entre todos, es muy clara: primero es conocer lo ocurrido; segundo, entender por qué sucedió; después, pedir disculpas para ser perdonado y perdonarse y, por fin, olvidar de corazón para no volver nunca la mirada atrás.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Consultor de comunicación

http://www.deia.com/2011/07/20/opinion/tribuna-abierta/euskadi-un-relato-en-busca-de-autor

Medicus publi.

http://www.youtube.com/watch?v=vwYBtEh2TDg

Los médicos, sean auténticos o de fantasía, ya no pueden hacer anuncios de alimentos, proclama la nueva censura; pero sí les está permitido protagonizarlos, con pecuniario empeño, a Manolo Escobar, Carmen Machi, Miguel Induráin, Jesús Vázquez y demás famosetes cuya autoridad como nutricionistas está mundialmente acreditada. Hasta Belén Esteban recomienda comer conejo español, con perdón. No lo entiendo. La prohibición, incluida en la Ley de Seguridad Alimentaria y aprobada hace poco en el Congreso, pretende preservar a los consumidores de la arrolladora credibilidad de los galenos en materia de salud; pero no cuestiona el efecto prescriptor que cantaores, cómicos y deportistas ejercen sin criterio sobre la dieta del ciudadano. Es como si la frivolidad pesara más que la ciencia.

Me enternecen los desvelos políticos por la objetividad de los mensajes comerciales, viniendo de quienes tienen en la retórica su primordial nutriente. Lo que no esperaba es que la exclusión inquisitorial contara con el aval de la Organización Médica Colegial, que aglutina a los colegios de doctores. Esta es su justificación: “No nos parece justo que se beneficie económicamente a una empresa, amparándose en la confianza que la población tiene en la profesión” Formidable ejercicio de purismo, señores, que bien podrían aplicarse a diario en la firma de recetas, no de cocina, sino de medicamentos, renunciando a los incentivos de la pródiga industria farmacéutica. Comprendo que la élite médica no quiera manchar sus inmaculadas batas blancas con el pringue de la publicidad, pero no pueden ignorar que Corporación Dermoestética, IMQ o la Clínica Universitaria de Navarra no crecerían sin el marketing de los insanos anuncios.

Quizás la publicidad y la medicina parezcan mundos opuestos: a los propagandistas se les culpa de la obesidad, el sexismo, el consumismo y la anorexia, mientras que de los facultativos se espera todo, la prolongación de la vida y hasta la felicidad en píldoras. Sin embargo, ambos tienen los mismos antepasados, los hechiceros.

18 de julio. La memoria es un arma de protección masiva.

Reconozco que la fecha me produce una emoción de miedo y tristeza, evocando los años lúgubres. El 18 de julio suena en mí a cuartel y banderas rojigualdas, a paga extra de obrero tutelado y brazos en alto. Suena a Cara al Sol e incienso fúnebre. Resuena a odio e ignorancia. Huele a misa de difuntos. Sabe a viejo, es verdad, pero no a fecha superada, porque la transición a la democracia fue la última extensión del 18 de julio. Y este día se encarnó en la monarquía, en UCD, en Televisión Española, en Anson, en el ABC y El Correo Español, en todos los que ayudaron a prolongar el franquismo durante 40 años. En todos sus actuales beneficiarios.

¿De qué servirán los sufrimientos pasados y la libertad arrebata sin la memoria, ese trozo de inteligencia que evita el olvido y que con él se repitan de nuevo los errores vividos y consentidos? La memoria es un arma de protección masiva. El ministerio de defensa del ser humano. Es un radar contra los ataques a la dignidad humana. Es lo único que te deja el pasado, una herencia de fortaleza para sobrevivir en los años venideros. Es todo lo que te impide traicionarte, por debilidad o miedo.

Me duele el olvido, el mío y el colectivo. Olvidar lo que significó y lo que trajo el 18 de julio es matarse de olvido e indignidad. Y no quiero olvidar aquella fecha por lo que hoy se perpetúa. Porque el 18 de julio está presente en la chapuza democrática española, en ETA, en la intransigencia, en Rouco Varela, en el Valle de los Caídos, en el rey Borbón, en el Partido Popular, en los fachas. Y en El Correo Español.

Durante años, El Correo Español, propiedad de los Ibarra, fue la voz cantora del franquismo en Euskadi, el altavoz de su violencia, el justificante de los abusos y la miseria, el mensajero del miedo. Jamás se ha desdicho de su historia y nunca ha pagado por sus fechorías, porque España, además de perdonar a sus propios asesinos, encumbra a sus tiranos. Les perdona con inmensa estupidez.

Por eso, El Correo Español, que humilló al pueblo vasco y alentó todas las fechorías contra la cultura y la lengua vasca, que perseveró en la persecución inquisitorial contra el proyecto de Euskadi y el nacionalismo democrático, ahora se permite dar lecciones de democracia a los ciudadanos e incluso hoy recibe distinciones y favores del Ayuntamiento de Bilbao, el mismo que ocupara a sangre y fuego el dueño del periódico.

Por cada ejemplar que compramos de El Correo Español damos razón a su trayectoria de altavoz de la dictadura. Cada anuncio, cada apoyo directo o indirecto que reciba de nosotros ese viejo diario franquista es una justificación de todo cuanto hizo y nos hizo. De todos los crímenes cometidos. De los años sin libertad. Del miedo y la ignorancia. Es un olvido imperdonable. Una traición a la historia. Una vuelta al 18 de julio de 1936, un retroceso de 75 años.

Turno del Tour

Escribo estas líneas en pleno corazón de Borgoña. No muy lejos de aquí discurre el Tour, un espectáculo ciclista que motiva el acontecimiento sociotelevisivo más relevante del año, capaz de alterar la siesta de unos y los compromisos profesionales de otros. El Tour rompe en dos las opciones de consumo audiovisual: hay que escoger entre cotilleo y pedaleo, entre culebrón y serpiente multicolor. Además, hay que decidirse entre TVE o ETB1, es decir, entre castellano o euskera, disyuntiva que ofrece a los sociólogos datos de gran valor para comprender las contradicciones de nuestros ciudadanos. ¿Es entendible que la mayoría elija la cadena estatal en vez de la vasca? ¿Es solo un problema lingüístico o es que los comentaristas españoles superan en solvencia a los locutores vascos? ¿Por qué ETB no pone más empeño en captar audiencia y prodigar emoción añadiendo mejores recursos a las imágenes servidas?

Las retransmisiones del Tour son modelo de muchas cosas. Ante todo, son una máquina de vender los atractivos turísticos franceses. Se diría que el Tour es la excusa perfecta para una formidable operación de imagen, con la particularidad de que su retórica persuasiva excluye el debate sobre los excesos chauvinistas de los galos para centrarse en lo irrebatible: la belleza de sus valles y montañas, su ordenado territorio y la arquitectura histórica que puebla de norte a sur el gran país de Víctor Hugo. Tour o turismo es lo mismo, sería su eslogan.

Hasta el 24 de julio, la Euskadi ciclista solo tiene ojos para la tele, con la ilusión de un triunfo de etapa y el sueño de un puesto en el podio para los nuestros. Cuando un espectador vasco mira las imágenes del Tour busca el color naranja y querría, daltónicamente, que entre los corredores que marchan destacados hubiera siempre alguno con maillot naranja. También busca ikurriñas y aficionados civilizados que le representen. Es una carrera por la autoestima colectiva. Euskaltel pone a Euskadi en el mapa y a un pequeño pueblo entre los grandes. Paris vaut bien une sieste.

Se vende TV.

Si es usted indecentemente rico y le apetece comprar una cadena de televisión, sepa que ahora puede conseguirla a la mitad de lo que costaba hace tres años. También la tele está de rebajas, amigo mío. Puede adquirir una de las siete emisoras regionales que van a privatizarse en los próximos meses o, si lo prefiere, opte por alguno de los canales comerciales que, arruinados en la aventura de la TDT, buscan con urgencia la puerta de salida. Póngase en contacto con Pedrojota, que se desvive por encontrar a un pardillo al que traspasar su cadena facha, Veo 7, con la programación suspendida y los socios italianos indignados por su 0,8% de everest de audiencia. Igualmente puede presentar su oferta por Marca TV, que soñó una mala noche con tener tantos espectadores como lectores su hermano de papel. La industria audiovisual es hoy víctima de su burbuja: estaba sobrevalorada, como la vivienda, como los bancos, como Almodóvar.

No le imagino a usted pujando por Aragón TV o por 7RM, la autonómica de Murcia, por mucho que se las dejen libres de cargas financieras, con una reducción de plantilla y la promesa de ser nombrado hijo adoptivo de la Comunidad. La tele es mal negocio, estimado señor: requiere un gran capital, excesiva tripulación y un sinfín de sinergias, en tanto que los beneficios tardan años en llegar, siempre que la publicidad -barómetro del consumo- mantenga el tipo y no acontezcan catástrofes como Idígoras o Surio. Es una inversión ruinosa, pero rentable para el control de la opinión pública. Así que si tiene tanta vanidad como dinero, cómprese una tele que le adule y déjese en ella su fortuna, igual que un viejo millonario en brazos de una bella y joven esposa manirrota.

Muy pronto la televisión en España estará acaparada por dos grupos (Telecinco y Antena 3), con el contrapeso democrático de una cadena pública estatal y tres o cuatro canales autonómicos. Y acaso alguna emisora ideológica, de la Iglesia o la ultraderecha, sobreviva de limosnas. ¿Invertir en televisión? Mejor si compra deuda griega.

http://deia.com/2011/07/04/ocio-y-cultura/se-vende-tv