El profeta Pedrerol hizo un pronóstico

A falta de 39 días para que el balón vuelva a rodar, en la televisión -el estadio más grande del mundo- se vive un gran vacío. ¿Cómo lo llenan los predicadores que pastorean a los aficionados? Quien aspira a ser el José María García de la era digital, Josep Pedrerol, subido al púlpito de La Sexta con Jugones y de Mega con El Chiringuito, la emprendió contra el Athletic en su proceso electoral, más para enredar que informar. Por dos veces y en días distintos se atrevió a decir, con el engolamiento propio de los profetas, que el nuevo presidente se decidiría entre Barkala y Arechabaleta, dejando fuera de toda opción al que, a la postre, salió elegido con casi la mitad de los votos en San Juan. Si el comunicador catalán hablaba por boca de ganso con tan desatinado pronóstico, ¿quién le soplaba a la oreja y con qué voluntad? En su afán de apoyar a esos dos candidatos terminó por perjudicarles y despejó las dudas de los socios que se inclinaban por Uriarte.

Pedrerol se siente investido del carisma de un influencer que, entre vetusto y engominado, un día es forofo del Barça, al siguiente se erige en paladín del Real Madrid (incluso apostando por Mbappé y Messi hasta la punta del pinganillo) y, cuando conviene, hace un panegírico del club de San Mamés como especie única y admirable del fútbol internacional. ¿Pero cree en algo de verdad este sectario, cuya corte de hooligans funden micrófonos con sus gritos y baten récords de vergüenza ajena?

Es lógico que entre los medios locales hubiera discrepancias y preferencias y que, como otras veces, ETB y Telebilbao se disputaran la hegemonía informativa; pero que venga de fuera un pícaro a falsificar los hechos del Athletic es inaceptable. Tengan cuidado Jon Uriarte y sus jefes de comunicación con este zascandil y sus canales. Tarjeta roja, Pedrerol, permanente y revisable.

La improvisación no existe

En la aventura de la creación televisiva se puede dar el salto mediante la innovación en un entorno conservador, o saltar al vacío por temeridad. Tres de cada cuatro proyectos fracasan al poco tiempo. Andreu Buenafuente y Berto Romero han dado el salto por partida doble: dejan la televisión convencional para emitir por HBO Max y han transformado en audiovisual un formato de radio que durante una década era un éxito en la Cadena Ser. Nadie sabe nada es una hora de ingenio a base de palabras, lenguaje corporal y la más complicada de las artes, la improvisación, sin ningún chiste a la española. El producto resultante es de una densidad absoluta y lo mejor en entretenimiento de nuestras pantallas, capaz de no darte un respiro de risas y sonrisas por ocurrente y satírico.

A Andreu y Berto les vale un plató pequeño y algo de público joven para ofrecer un espectáculo de contenido único. En su primer episodio alcanzan el cénit creativo con la propuesta de “poesía etimológica”, versión contemporánea de las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aquel que escribía que “la leche es agua vestida novia”. Buenafuente se atreve con cigüeñal, que define como “el émbolo del movimiento” y el estraperlo como “la necesidad hecha comercio”. ¿Es improvisación? No, amigos, la improvisación en la tele es cómo dices cosas originales que ya habías pensado. Los dos humoristas vienen del castigo de la censura en Movistar+ y este suceso cruel les ha hecho más libres y audaces.

Al otro lado, en el salto al vacío, está el subproducto Sálvame Mediafest, extensión del estercolero de Telecinco que ha puesto a berrear y danzar como simios a la menguante tribu tertuliana que devora a diario la dignidad humana. Parte de todo eso es ahora nuestra Adela tras ser abandonada por ETB. ¿Cómo se rehabilita uno de la libertad de menoscabarse?

La intimidad es más que sexo

Ocurrió en Bilbao, pero podría ser en Donostia, Chicago o Berlín. Antes pasó en Toledo y Madrid. La serie Intimidad, de Netflix, ha elegido la capital vizcaina para narrarnos el drama que atraviesa el más sagrado de los derechos, la privacidad. El caso es que a Malen Zubiri, teniente de alcalde y alcaldesa de Bilbao en funciones a mitad del relato, le graban y difunden un video sexual, lo que ocasiona un terremoto político y mediático y deja a la vista el machismo subyacente que convierte a la víctima en culpable. Tras las iniciales dudas, el personaje encarnado por Itziar Ituño planta cara a quienes quieren destruirla. En su ayuda se vuelca una inspectora de la Ertzaintza. Paralelamente, una trabajadora del metal, a la que también han robado y divulgado imágenes explícitas, apabullada por la vergüenza, se suicida.

¿Quién no tiene secretos inconfesables? Se define la amenaza al inicio: “Todos en el fondo escondemos algo y temblamos pensando qué pasaría si algún día alguien lo descubriera”. Esta es la cuestión, no vasca sino universal: la intimidad frente a los liberticidas, invasores del pudor. Hay traiciones, crueldad, ambiciones, feminismo a raudales, euskera, tópicos y arquetipos, todo menos amor del bueno porque las guionistas (Verónica Fernández y Laura Sarmiento) optan por la filofobia. Cuatro directoras y directores para ocho capítulos es un derroche de diversidad en una serie hermosa que debería incorporarse al currículo escolar.

Junto al gran trabajo de Ituño y Emma Suárez hay cosas inaceptables, como el aurresku del alcalde que acaba en infarto (¡qué cutre!) y la maliciosa imagen de la cúpula empresarial vasca. Es valioso que la serie permita a Euskadi abandonar el escenario terrorista, pero la patria de la intimidad es mucho mayor. ¿O es más grave que te vean el culo que la difusión de tus confidenciales datos personales?

Sin plus ni plas

Querer ser a la vez una cosa y la contraria define el modelo esquizofrénico que las cadenas generalistas están construyendo para un país que, en su infinita apatía, todo lo soporta. Pero es un monstruo binario. Emitir en abierto y cerrado, gratis y de pago, conduce a un sistema contradictorio que, además de engañoso, ni siquiera es competitivo ante Netflix y otras plataformas a la carta. Digo más: probablemente es delictivo, al corromper la concesión del Estado y negar el derecho de los espectadores a tener una oferta inequívoca. No espere usted del Gobierno central que neutralice este abuso de las teles privadas y mucho menos del organismo que las regula, la CNMC, escandalosamente inane.

A la chita callando hemos vuelto a Canal+, aquella estación de matriz francesa que ofrecía cine, fútbol y porno a suscriptores e informativos y guiñoles a los pobres. Una tele gourmet que vivió de 1990 a 2016 y degeneró en Cuatro. Lo de ahora es parecido, pero sin decodificador. Se prima el consumo, previo desembolso, de algunas series antes de su difusión en abierto. Algo así como el botón de la ansiedad. Es lo que está haciendo Atresmedia con el pretencioso documental de los Borbones y lo planificado por Mediaset para su nuevo culebrón folklórico-taurino sobre Rocío Carrasco. En esencia, un fraude consentido.

Hay tres tipos de televidentes. Los puntuales, que ven sus programas a la hora. Los adelantados, que pagan para tener ese placer antes que nadie. Y los diferidos, que esperan días para disfrutar de lo que no pudieron en su momento y para quienes en Euskadi existe ETB nahieran/ETB A la carta. Tres mundos, tres clases, tres ideas del ocio audiovisual que se resumen en dos: los que tragan con todo, incluso cotizando, y los exigentes, que eligen lo mejor, como el concierto de Fito en San Mamés, por ETB2, sin plus ni plas.

Borbones, otro relato de Estado

La razón de Estado está detrás del relato oficial -al menos oficioso- sobre el periplo delictivo de Juan Carlos de Borbón, compatible con la culpa colectiva por haberle permitido amasar una fortuna ilícita entre el aplauso popular y el dontancredismo político y mediático. ¡Qué pasión tiene España por los relatos de conveniencia! Aún lo intenta en Euskadi a base de sesgados libros y memoriales, con desfavorable resultado. Como la derecha es incapaz de explicar, por subconsciencia franquista, la conducta del emérito (“el silencio sobre la vida sexual del rey fue toda la corrupción”, ha escrito Arcadi Espada), el encargo ha recaído en los socialistas, monárquicos fácticos y republicanos de verbena. A este propósito responde la cicatera serie documental Los Borbones: una familia real, estrenada en La Sexta con gran audiencia. Los otros cinco episodios son de pago, como corresponde a una historia de ladrones y tontos de capirote.

Si el motivo era hacer la crónica de los negocios del Borbón, ¿por qué ha pasado de largo, apenas enunci´ándolos, sin señalar cuánto, cuándo, dónde y con quién fue un comisionista internacional y cómo escabulló mafiosamente sus ganancias a paraísos fiscales? Lo visto fue un Sálvame borbónico acerca de una familia disfuncional, un sinfín de anécdotas y unas pocas imágenes inéditas pero triviales. No sabremos qué ocurrió en tanto persista la inviolabilidad de la corona, con la que la Constitución tiene delito. El objetivo del sistema, a través de La Sexta, era salvar el culo a la monarquía y Felipe VI, pero sin liquidar al padre.

¡Qué lejos queda este cuento vacío, obra de Ana Pastor y Aitor Gabilondo, del reciente documental de Oliver Stone sobre el asesinato de J. F. Kennedy, pleno de densa información! Debería España acudir a Quevedo, uno de sus mejores poetas, y decir con él: “Pues amarga la verdad, quiero echarla de la boca”.