España crepuscular

Esto es España hoy, un rey malhechor y una abuela subrogada, de quienes la televisión -y también la prensa de élite, con imágenes en portada- se ocupan y agobian como expresión de su miseria profesional. Dos personajes que definen el devenir de una sociedad devaluada. Se dice de ambos que no tienen causas con la justicia; pero uno, intocable constitucional, puso a buen recaudo en paraísos fiscales la fortuna amasada en negocios opacos, y la otra cometió en Estados Unidos un acto considerado delictivo aquí -alquilar el útero de otra mujer- al amparo del chantaje emocional por la muerte de su hijo.

¿Deberían haberse silenciado las andanzas náuticas y sanitarias del Borbón en Galicia y Euskadi y el exhibicionismo feroz de esa mujer narcisista? Claro que no, pues hay libertad de información incluso para lo detestable; pero un país con una pizca de autoestima tendría que reducir, mediante sordina ética, el protagonismo de este dúo casposo. Lejos de aplicarse con decencia, las cámaras y los micrófonos han ido detrás de ellos, servilmente, generando contenidos de telebasura. Sabemos que el interés real sobre Ana Obregón -que ha publicado un libro doloroso, El chico de las musarañas– quedó pautada en el 9,1% de audiencia del programa especial de Telecinco en horario y noche estelares.

La tele honrosa va derrumbándose al paso de la ultraderecha emocional que representa ¡Hola!, su medio crepuscular. Y mientras se entretiene con tonterías deja pendiente los debates sobre la regulación -o no- de los vientres de alquiler y la derogación de la inviolabilidad del rey, herencia franquista insertada en la Constitución. Así están nuestras pantallas y quien quiera más madera tiene este próximo sábado la coronación del monarca británico. Los que sienten fascinación por la solemnidad y la aristocracia deberían hacérselo mirar

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Vascas, luchadoras, pelotaris…

Esta es una historia de hace un siglo, cuando las niñas y niños vascos no tenían móviles ni redes sociales, “pero había una cosa que sí tenían: paredes”. Es el preámbulo de Las Pelotaris 1926, serie de inminente estreno aquí, un relato vasco mexicano esmeradamente producido por Mediapro sobre las primeras pelotaris (al otro lado llamadas raquetistas) que constituyeron un fenómeno social en una época marginal para las mujeres. Itziar, Idoia y Chelo jugaban en frontones con una especie de raqueta de tenis, a 30 tantos, bajo apuestas y contratadas por el empresario de la cancha. Ganaban dinero, pero mucho menos que los hombres y eran famosas y admiradas.

La epopeya transcurrió de los años 20 a los 80 a ambos lados del Atlántico y su lucha fue poder jugar como profesionales. Ya en la primera secuencia queda estigmatizada con la mancha de sangre menstrual en la falda de una de las pelotaris. Tiempo atrás contaron sus hazañas Olatz G. Abrisketa en su libro Raquetistas, gloria y olvido de las pelotaris profesionales, y Victoria Cid en su vídeo Apostando por ellas. La serie adquiere una desafortunada perspectiva machista que atestigua cínicamente un personaje: “Los hombres pagan por ver a mujeres corriendo detrás de una pelota, con faldita corta y sudando”. Y añade: “Ustedes, las pelotaris, no son deportistas, son una fantasía”.

Y así el motor de la narración es forzadamente emocional. Apenas hay diálogos de enjundia y la abundancia de escenas de sexo desplazan la serie a la categoría de culebrón, al gusto latino. Hay crímenes, lujo y pobreza, matrimonios convenidos, mafia y violencia de género. Para la nostalgia están los escenarios vintage de Donostia, Pasaia y Goizueta. ¿Quién decidió hacer una telenovela en vez de una aventura heroica? Lástima, pero en Euskadi gustará porque la mayoría de las pelotaris eran vascas.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Fútbol, qué teatro

El fútbol es drama. Su patetismo es más evidente cuando, como ahora, llega el final de temporada y han de proclamarse ganadores y derrotados. Sí, hay millones de euros en juego, pero también emociones desatadas que le conceden una gran fascinación. La evolución de las retransmisiones ha incrementado su esencia teatral hasta el límite del puro barroquismo. A veces, tragedia y otras, comedia. Vemos que los contendientes simulan o exageran sus heridas para provocar una posición a favor. Los árbitros se acompañan del VAR, nueva versión de la griega y después romana Deus ex machina, una deidad que imparte justicia y cambia la trama.

Los entrenadores han asumido el histrionismo, conscientes de que la cámara les proyecta cincuenta veces por partido, en lo que destaca el bufón Simeone. Igual ocurre con los árbitros, comediantes en busca de una imagen de pedagogía con los jugadores y de superioridad con la gente. Otros intervinientes analizan el juego, pero nadie mejor que Carlos Martínez, brillante y confiable. ¿Y el estropicio de los comentaristas? En un reciente encuentro de la selección estatal en TVE el exfutbolista del Athletic Fernando Llorente hizo treinta observaciones y todas empezaron con el latiguillo “la verdad es que…”. Está el balón del último gol encerrado en una urna que se sorteará como una reliquia. Está cómo cantan los goles los locutores de radio emulando a artistas de Got Talent.  Y está Microsoft con sus algoritmos para darnos números inútiles. ¡Pero a quién le importa que la dificultad de un gol sea del 7,2%!

Hay una retórica de la imagen, muy calculada, que otorga a las marcas comerciales el debido protagonismo y a cargo de los realizadores que ordenan zoom sobre tal o cual anuncio o camiseta. Los planos cortos cotizan mucho, pues tienen que brillar los que financian este drama que también tiene su sesión golfa a las diez de la noche.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Cine y libros con Félix Linares

Hay dos Félix en la tele: Félix Rodríguez de la Fuente, que nos enseñó a amar los animales y la naturaleza; y Félix Linares, que nos ha hecho querer el cine y sus secretos en ETB. El primero estuvo 14 años en televisión hasta su trágico accidente y Linares cumplirá el doble mañana. El hombre del cine en Euskadi pone el the end a su leyenda de película al llegar a 1.500 emisiones de La Noche de… Reunidos los films que presentó y sus comentarios darían para una enciclopedia Espasa del séptimo arte y acumularían sobrados méritos para recibir el doctorado honorífico de la UPV. Me lo pido.

La principal cualidad de Félix -y motivo de su popularidad y éxito de audiencia- ha sido elegir el rol de divulgador en vez de optar por el de crítico, evitando el engolamiento y petulancia de los expertos en la prensa escrita. Y por eso su preludio superaba en interés a la película. Siempre fue generoso, incluso con pelis aburridas, pero también mostró sin disimulo su adoración por Woody Allen y Tarantino, tan discutibles. Quiso ser algo así como el encargado del videoclub recomendando cintas y como el viejo librero con las buenas novelas. Para no olvidar su imagen me quedo con su característico gesto de entornar los ojos y sonreír a la vez, lo que le hace atractivo y más galán, pues de cine va la cosa. ¿Quién es Félix Linares, finalmente? Un clásico en el mejor sentido de la palabra.

Tengo para mí que Linares prefiere la radio a la tele y más que el cine ama los libros. Pudo ser jefe, pero su vocación no cabía en un despacho. Su formato literario Pompas de papel y después Iflandia junto a Kike Martín en Radio Euskadi son una contribución impagable a la cultura. ¡Lástima de horarios marginales! Viene el periodista de micrófono y reportero Dani Álvarez a sustituirle en La noche de… No sé, no le veo en esta película. Sorpréndenos.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Todas las historias acaban mal

A la familia Monster se refiere el viejo magnate Logan Roy como símil de su propia parentela en la cuarta y última temporada de Succession, relato colosal que nos sirve HBO. Ya no es, como al principio, una historia actualizada del viejo Rey Lear en la que sus tres hijas deben ganarse el derecho a heredar el trono con las luchas internas que esto provoca. Aquí y ahora no hay el mínimo honor, pues impera la degradación y nadie se salva con una pizca de decencia: el hijo mayor es un bobo iluminado, el segundo es inmoral al límite, la tercera es la más inteligente pero frágil y el cuarto es un degenerado. Completan este clan disfuncional un sobrino estúpido y los consortes, a cuál más canalla. ¿Existe una corporación semejante capaz de llegar al despedazamiento entre sus dueños? ¿En cuál se ha inspirado? Quien crea en un capitalismo de perfil humano no encontrará en esta serie argumentos optimistas. Es como un alegato para la autodestrucción de la economía de mercado.

Y como el final (demoledor) está servido, tanto para el tinglado empresarial como para la estirpe, solo queda ver de qué manera sutil se aniquilan y quién alcanza la cota más alta de infamia. Queremos disfrutar del talento narrativo para sostener nuestro interés a lo largo de los diez capítulos de esta debacle familiar y de negocios. Es difícil imaginar que ofrezcan algo aproximado a la ternura o emitan alguna señal de esperanza en la virtud de los grandes negocios. 

El patriarca Logan Roy es generoso al llamar familia Monster a la suya, porque hay mucha más humanidad entre la gente de ultratumba. Da miedo pensar que en algún lugar del mundo exista, como en Succession, un grupo mediático dispuesto a construir “el periodismo del siglo XXI” desde los podridos valores de los Roy. Si la democracia va mal es, entre otras causas, porque la información ha perdido libertad y liderazgo ético. Conviene recordar que todas las historias acaban mal: morimos.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ