Eurovisión desafina

En 1968 la Europa democrática hervía revolucionaria y exigía superar el sistema heredado de la II Guerra Mundial, al tiempo que clamaba contra la atroz masacre norteamericana de Vietnam. En 2025 Europa sufre una crisis existencial y sangra por la invasión de Ucrania del zar Putin. Y tanto en la España franquista como en el Estado cainita de hoy, TVE se pliega a distraer la cruda realidad con el show de Eurovisión y compensar los complejos de inferioridad de los españoles, cuya mayoría se tomaba -también ahora, pero menos- el festival como una competición de orgullo patrio frente a países sobrados de autoestima. Como cuenta la espantosa miniserie La canción, de Movistar+, que banaliza la dictadura y humaniza a Franco, los fascistas presentaron la victoria de Massiel como su convalidación frente a la pérfida Albión. Y ganaron como ganan los perdedores de la historia, prolongando su sangrienta agonía.

Marcado por la participación de Israel, que debió ser cancelada por el mismo motivo que Rusia, el eurofestival de Basilea fue el calco de ediciones anteriores, con su barroca mascarada y su versión woke de Sonrisas y lágrimas, a gusto de sus irredentos seguidores. La audiencia fue de 6,3 millones en las votaciones, mucho más que año pasado. Y a pesar de ser todo tan previsible, el escándalo mundial estuvo a punto de producirse si el televoto no hubiera evitado, en el último instante, la victoria de Israel para dársela a la operística canción de Austria. 

España tuvo su merecido con el ridículo puesto 24 entre 26. Porque no se convence al público a gritos y porque Melody aportó más aspavientos que calidad artística. La diva fallida se fue frustrada, víctima de su autocomplacencia y del desafinado equipo de TVE, que solo hizo bien solidarizarse con Palestina.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

My taylor is… Feijóo

El líder de la derecha no sabe una palabra de inglés, ni para soltarse con “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”, célebre donosura de la alcaldesa Botella. Sostienen los allegados de Feijóo que es torpe para los idiomas y que jamás se entenderá con líderes mundiales sin la ayuda de traductor o pinganillo y será bandera del fracaso de la vieja España, acomplejada, sin autoestima y con un sistema educativo decadente que, pudiendo remediar en parte su atraso internacional con el cine y la televisión, se negó a hacer lo que es corriente en Europa, ver películas y series en su idioma original como método para familiarizarse con el inglés.

¿Cuántas veces se advirtió por los expertos que el doblaje era un error táctico para el aprendizaje de idiomas, pues los subtítulos ayudan al esfuerzo de instruirse? ¡Para hablar, antes hay que escuchar! Sarcásticamente, las pocas películas que se emitían en lenguas distintas al español eran tildabas de “cine de arte y ensayo”, como rarezas exóticas. Junto a la humillación de la libertad, la dictadura tuvo éxito en mantener la maldición histórica de la ignorancia de idiomas y otros saberes cruciales. El resultado es un gran sector del doblaje, superabundancia de traductores y un país que apenas balbucea el inglés.

No es el único absurdo de la televisión, igualmente legado del franquismo: la irracionalidad de los horarios de trabajo y ocio. La vieja resistencia a homologarse con Europa en las jornadas laborales se ha atrincherado en un prime time que rebasa la medianoche, poco compatible con acostarse antes y levantarse pronto. Las cadenas, incluidas las públicas, se niegan a rebajar el tope del prime time a las once de la noche. Y así el Estado español, cerrado y somnoliento, será siempre una anomalía europea.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Deshonra pública

Es una maldición. El hada buena de la televisión pública está haciendo magia para que no prospere en TVE La familia de la tele, formato cañí que promete coprofilia y desvergüenza. Primero retrasó el estreno una semana haciéndolo coincidir con el fallecimiento del Papa. Y cuando el desfile de la troupe de la mala baba estaba preparado, llegó el gran apagón. Y todo se vino abajo. No será su último favor si se producen “una serie de catastróficas desdichas” hasta que la audiencia, por incomparecencia, se lleve esa basura al vertedero, su domicilio.

“No hay nada más lindo que la familia unida”, cantaban los payasos a los niños cuando la pantalla era en blanco y negro y resonará ahora en La 1 con La familia de la tele y su circo indecente. Están todos y todas: la prima llorona y patinadora de noticias, la pariente enfadada y con ínfulas de diva, la gobernanta despótica venida a menos, el abuelo gruñón de célebres vicios, la consuegra rancia y arrepentida y la princesa revocada que se atrevió a coger el toro por los cuernos; respectivamente, Lydia Lozano, María Patiño, Carlota Corredera, Kiko Matamoros, Chelo García-Cortés y Belén Esteban. Al frente de la maldita coral, donde estuvo Jorge Javier Vázquez, sitúan a un vasco sobrio y de concurso, tan perdido como un turco en la neblina. ¿Qué le ha ocurrido a este chico de Arrigorriaga para aceptar una cátedra en la telebasura pública?

Imagino a Paolo Vasile, marqués del pozo séptico, entusiasmado por la reposición de su obra, que enriqueció a Mediaset y envileció a la sociedad española. Y pienso en cómo se sentirán los jefes de Telecinco, a quienes costó una crisis existencial liquidar Sálvame, viendo a su monstruo renacer entre los muertos en la cadena del Gobierno. Un dramático señor Ventorro está al frente de TVE.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Corrupción en la tele

Peor que la información falsa son las noticias trampa, que encierran anhelo comercial o propaganda. Ahora son más sutiles, pues la frontera entre verdad y mentira se ha difuminado y los medios de comunicación han bajado la guardia en su exigencia de autenticidad. Este es su contexto. Hay formatos en televisión que tienen como razón de ser las noticias trampa: El Hormiguero, de Antena 3, por ejemplo. El programa de Pablo Motos es la plataforma de la industria cultural para su marketing, descarado a veces y otras en modo soft.

Editoriales, discográficas, productoras de cine y series y otros espectáculos generaron en los medios un clima de ambigüedad: ¿el estreno de una película o un nuevo libro son noticia o deben anunciarse? Un dilema ficticio. Para resolverlo nació el híbrido de la noticia trampa que transforma la mera información en evento relevante. Los muy pillos lo llaman promoción. Motos sentaba a más de tres millones de espectadores antes de que Broncano le mordiera la mitad y con semejante poder cambiaron las condiciones que su opacidad nos impiden conocer. ¿Cómo no vamos a creer, escarmentados, que las noticias de bienes culturales son objeto de tráfico?

La contaminación marketinera de la información ya existía y su invasión se llamó publi emplazada, ardid de las marcas para devorarlo todo. En su denso libro El loco de Dios, Javier Cercas cita hasta doce veces, sin ninguna necesidad narrativa, el nombre del hotel, de una cadena internacional, donde se alojaba en Mongolia en su viaje con Bergoglio. ¡Doce veces! O Cercas es muy generoso con sus posaderos o su editor ha cobrado esta campaña. Ya lo dijo J. Walter Thompson el siglo pasado: “Publicidad es toda comunicación que se percibe como pagada”. Solo nos quedan nuestras alertas intelectuales.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Mal acaba el cuento

Este cuento se acabó. Quien fuera señora de la casa ha sido despedida. Debió haberse marchado mucho antes, cuando la indiferencia comenzó a envolver su presagiada distopía. Con la sexta temporada se termina El cuento de la criada, serie de culto que nos interpeló sobre los efectos devastadores que la dictadura total del machismo y la religión tendrían para las mujeres. La toca blanca y el manto rojo de las esclavas sexuales fueron su simbolismo, que un sector del feminismo hizo suyo para las batucadas del 8-M y que los bazares chinos vendían para carnaval. 

Es el indigno final de un relato que al principio fue fiel a la novela de Margaret Atwood y que desfallece como saldo de baratillo también por culpa de la autora canadiense en su afán de beneficiarse como productora ejecutiva. Por dinero o vanidad los escritores traicionan su obra. A este crimen de lesa televisión se suma el deterioro interpretativo de Elisabeth Moss, que se atreve como directora de varios capítulos y cede protagonismo a Serena, la esposa del comandante Waterford, reconvertida en grotesco fárrago de lideresa y femme fatale. En sus diez episodios consigue lo imposible: que no ocurra nada, con diálogos fatuos e interminables silencios para encubrir su estafa artística y los bostezos.

Abrazando la doctrina de Trump y los teócratas, la tierra de Gilead se ha globalizado en comunidad precintada donde impera la avaricia, mientras los países libres se rinden a una plácida existencia a cambio de pactar su limitada democracia. ¿Para qué recrearlo en la ficción si ya es realidad? Entre nosotros viven comandantes, marthas, jezebels, ojos, guardianas, tías, econowives, ángeles, personajes imaginados por Atwood hace exactamente 40 años y que hoy triunfan en los telediarios-púlpito de Antena 3.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ