Relato de la entrevista de Landaburu y Leizaola con quien habría de ser Juan XXIII

Reproduzco esta carta que Javier Landaburu le escribió a su amigo Txomin Epalza sobre la visita que le hicieron en su despacho al Nuncio del Vaticano en París, Angelo G. Roncalli que en 1958, a la muerte de Pío XII, sería elegido Papa y tomaría el nombre de Juan XXIII.

La carta es todo un testimonio y todo un documento de lo que entonces andaban, tras la guerra mundial, y de la personalidad abierta de Roncalli que por lo menos tenía curiosidad sobre el caso vasco.

He aquí la carta:

29 de Mayo de 1945

Sr. D. Domingo de Epalza

HALSOU

Respetado amigo y Venerable Hermano:

A nadie mejor que a Vd., futuro Delegado de Cultos y Distribuidor de Misas en Euzkadi, puedo darle cuenta de la entrevista que hemos tenido esta mañana con S.E. el Nuncio de S.S.

Hacía días que le había escrito a Monseñor solicitando una audiencia para entregarle el escrito firmado por los clérigos vascos y para “tratar de otras cuestiones de interés concernientes a la Iglesia Católica y al Pueblo Vasco”, y ayer recibí una nota de la Nunciatura diciendo que me presentaba sus respetos y que S.E. tendría mucho gusto en recibir hoy a las once “a los sacerdotes vascos”. He consultado con un teólogo sobre lo que debíamos hacer. No teníamos más que una de dos soluciones, o vestirnos de cura Leizaola y yo, o ir en “civil” y decirles en la Nunciatura que se habían equivocado, que nosotros somos padres pero de los “de verdad”. Como el teólogo proponía que, además de Leizaola y yo fueran vestidos de cura Urcola, en representación de la S.J. y Alberro, en la de los agustinos “que fuman y beben mucho”, opté porque Leizaola y yo fuéramos de americana y sin más acompañamiento.

Al llegar y explicar el “malentendido” a un sirviente laico –aunque no creo que sea de los de Cachin- nos han hecho entrar en un bonito salón donde nos han hecho aguardar unos minutos. Al cabo de ellos, se ha abierto una puerta y han aparecido las galas moradas de Su Excelencia que, con un inconfundible y amable acento italiano nos ha dicho: “Venez”. Nos ha hecho pasar y sentarnos en una especie de boudoir que no repugnaría la Pompadour. No nos ha ofrecido a besar el indulgenciado cristalico que llevaba en el dedo.

Una vez sentados ha leído nuestras tarjetas de visita. Primero, la mía, deletreando mi apellido y al leer –algo hay que poner en esos cartones para darse importancia-: “Ancien député aux Cortes”, me ha mirado amablemente y me ha preguntado “Déjà?”. Yo he debido poner la misma cara que ponen las “troteuses” excesivamente jóvenes cuando pasan la visita por primera vez (Esto no se lo lea Vd. a don Mateo). Luego ha leído en voz alta y sin comentarios la tarjeta del Ministro de Justicia y Cultura. A continuación, siempre amable: “Alors, vous n’étes pas des prêtres?. Trés bien, trés bien”. (Humildes denegaciones de nuestra parte).

El Nuncio –se me había olvidado decirle- es la contradicción de su predecesor. Todo lo que aquel tenía de delgado, fino y hermético, éste lo tiene de gordo, campechano y expansivo. (Cuál de los dos será de más “cuidau”?).

En uso de esa campechanía nos ha dicho que él viene del Oriente y que no sabe una palabra de lo que pasa en el Occidente de Europa. Y nos ha pedido, después de decirnos que él es profesor de Historia, que le expliquemos la de nuestro País. Esto, después de decirnos que él es de Bérgamo y que aunque los bergamotaras son ahora muy italianos, han estado frecuentemente entre italianos y austriacos. También nos ha dicho sin dejarnos empezar a hablarle que tenía idea de que nosotros somos algo así como los vendeanos de Francia. Era mucha tentación para mi acompañante el pedirle que explicásemos la historia vasca y, naturalmente, ha comenzado con entusiasmo su disertación. En honor a la verdad hay que decir que ha sido breve, preciso y elocuente. En solo unos segundos hemos pasado “del pueblo más antiguo de Europa que guarda la puerta atlántica de comunicación de España con el Continente, a la batalla de Poitiers y a la Constitución de Cádiz, pasando por Santiago de Compostela y por un tal Napoleón. Luego, el mismo conferenciante, ha subrayado la diferencia constitucional de Euzkadi y de sus pueblos vecinos y ha llegado al 18 de Julio de 1936. Yo creía que en este momento Monseñor nos iba a decir algo de Franco pero solo ha hecho esta pregunta: “Y la Navarra?”. Rápida relación de su conquista por Fernando (a) “el Católico y esto ha dado pie para comentar como predecesor nuestro a mi Santo Patrono, respondiendo a una paréntesis de S.E. en que nos ha hablado de San Ignacio y San Francisco Javier, “los dos grandes santos españoles”. No hay que jurar que nos ha faltado tiempo para reivindicar la nacionalidad de esos dos aberkides que hoy figuran en los grabados y en los altares sosteniendo un alámbrico alrededor de sus venerables y respectivos cráneos más o menos poblados.

En esto el laico no “cachiniano” ha irrumpido en el despacho trayendo a Monseñor una tarjeta de visita con una esquina doblada. S.E. ha dicho al valet medio en italiano, medio en francés que no está bien que se venga sin avisar, que esperase el del cuerno caído porque ella, S.E., estaba entretenida –en el buen sentido- por nosotros (Perdón!) CON nosotros. Luego, arrepintiéndose de su arranque bergamotico, ha dicho más dulcemente al criado: Diga Vd. a Mgr. Rocco que reciba a este señor y que lo reciba bien mientras yo acabo con estos señores. Como lo de “finir avec ces messieurs” no tenía el tono de una amenaza, ni creo “d’ailleurs” que la Nunciatura sea la clínica del Dr. Petiot, no nos hemos sobresaltado.

Pero, desde este momento, S.E. estaba con la imaginación puesta más en el descortés – o descortesa- que ha llegado sin avisar que en nosotros. Me ha dado en las narices que era uno de esos –o de esas- de los de: Qué trae Vd., hermano?. Y ha sido en vano que le hablásemos de nuestra inquietud por la suerte de la Religión en Euzkadi y en España, ha sido en vano que Leizaola le haya dicho que tenemos diez hijos “entre los dos”. Qué se habrá creído este tío por muy vicepresidente que sea. Nos ha respondido que él tiene un hermano que tiene diez hijos él solo (como se las habrá arreglado?).

En fin, el buen Nuncio, amable y muy cordial nos ha dicho que le somos desde ahora simpáticos los vascos porque, a su manera de entender –y sin prejuzgar políticamente- defendemos la tradición religiosas de nuestro País y la independencia política de nuestra patria. Que esos dos motivos son razones que “a priori” nos hace amigos suyos. Nos ha dicho que quiere hablar con nosotros despacio pero que hoy no podía ser. Que yo le dé un “golpe” -de teléfono, naturalmente- la semana que viene para que nos reciba con tiempo y podamos hablar sin trabas. Que quiere documentarse sobre el País Vasco y que le mandemos libros. Que él había oído decir en Italia, en los tiempos de nuestra guerra, que Franco era el bueno y los malos eran “los rojos” pero que nuestro caso le había merecido interés aunque no había tenido tiempo de estudiarlo. Que, siempre sin hacer juicios políticos, consideraba, que nosotros somos nacionalistas y que nuestra unión con los demócratas –“eso que se lleva ahora”- era accidental. Que nos pedía como único favor para seguir estas conversaciones que las mantengamos en reserva porque él representa los delicados intereses de la Santa Sede y que como nosotros somos extranjeros, “en la Francia de hoy”, pudiera esto, si se supiera, dar lugar a comentarios. Le he respondido que en tiempos más difíciles y aún durante la ocupación tuvimos relaciones (también en el buen sentido) con su chivico –de chivo- predecesor y que no fuimos a contárselo a nadie. Me ha replicado que así se hacen las cosas. Levantándose y diciéndonos que somos jóvenes, idealistas y que llegaremos lejos, nos ha despedido insistiendo en lo de la llamada por teléfono y diciéndonos, ya en la puerta, el muy “malín”, que recibe y lee nuestro periódico.

Claro es que no se nos ha olvidado cumplir el encargo, es decir, entregarle el clerical mensaje para don Pío –no el de ahí sino el ci-devant Eugenio-. Lo ha dejado encima de la mesita que nos separaba y no lo ha comentado. Le hemos hablado también de don Mateo y nos ha preguntado si seguía siendo obispo de Vitoria. Le hemos explicado el caso. Espero que todas estas cosas darán motivo para la conversación siguiente. Esto es todo lo que ha dado de sí la de hoy.

A usted, mi Venerable Hermano, le suplico y encargo transmita esta relación al Alto y Bajo Clero interesado en el asunto y a ese otro laico no menos venerable Dr. Dorota, con lo cual e evitará hacer una relación en serio de cosa tan amena.

Nada más por hoy.

Un saludo muy cordial de

P/D. A Juan Manuel que “Basurde” llevará su encargo. Que ya está preparado, en su próximo viaje. Y como ahora recuerdo que entre Juan Manuel y yo tenemos por ahí un hijo, al modo Leizaola, además de los que tenemos cada uno por nuestra parte, salude Vd. reverentemente a ese arrapiezo para el que envío mis paternales bendiciones. (Todos se pega).

Nota bene: Para exactitud de la crónica histórica hago constar que S.E., al salir, nos ha dado a besar el anillo. Ya, como de casa.