Aquella Soli

Esta carta escrita en 1946 por Javier Landaburu a Manu Robles Arangiz, resume bien la visión que tenía aquel PNV de ELA-STV. Los dos habían sido diputados en el Congreso, los dos habían sido perseguidos y los dos tenían un claro sentido social. Nada que ver aquella Soli con esta Ela. ¿Por qué?. Porque aquella Soli era una rama más, la social, del abertzalismo institucional y ésta Ela en su centenario, poco tiene que ver con aquellos valores. Más bien hay que inscribirlos en los de la Izquierda abertzale. De todas formas es una buena fotografía de situación. La carta es inédita. está muy bien escrita. En 1946 aquellos pobres refugiados todavía pensaban que podían volver a casa.

9 Marzo de 1946

Sr. D. Manuel Robles Arangiz

«Leku-eder»

BRISCOUS

Mi querido Manu:

Hace tiempo, demasiado, me entregó Durañona el proyecto de «Programa Económico Mundial del Movimiento Social Cristiano”, con la petición de vuestra parte de que lo estudiara y os comunicase mi opinión sobre él. Mi primera impresión fue la de que el proyecto era corto e inoperante. Me dio, al leerlo, la idea de que no llegaba ni con mucho en sus aspiraciones máximas a cosas que están ya en la práctica social experimentadas y admitidas en muchos países, incluso en el nuestro, incluso en la República española que conocimos. Me pareció, en resumen, más que un proyecto de sindicalistas, un programa de «cofrades».

Quería haberte puesto por escrito todas estas ideas e impresión pero me lo hicieron dejar de un día para otro más que los «excesos” de mi trabajo el que mi misión aquí parece a la de aquel que tenía por oficio, “catorce miserias», es decir, que tengo todos los días cincuenta mil pequeñas cosas en la cabeza en lugar de dedicarme a una o a las dos cosas serias. Esto me produce una imposibilidad, incapacidad mejor, de fijar el pensamiento. Añade a esto mi escaso dinamismo natural que tú conoces y si lo completas con unas gotas de gripe que me viene persiguiendo hace quince días, habré terminado ante ti si no de justificarme, de disculparme, al menos.

Después de ese proyecto del Secretariado de la C.I.S.C. me ha entregado Durañona el conjunto de enmiendas de la C.F.T.C. Esto ya es otra cosa. Tiene consistencia y tiene solera social. Todos mis reparos al proyecto primitivo están salvados con las correcciones de los cristianos franceses. Yo las suscribo plenamente, salvo alguna cosita de detalle que tal vez no valga la pena.

Pero yo, ya te lo he dicho, Manu, solo soy un amateur de los problemas social-cristianos. Tengo ideas más o menos simples o complicadas pero me falta la experiencia del hombre que ha vivido la existencia del trabajo. Tú conoces mi vida: anarquista siempre, vago desde que nací. Jamás sujeto, ni en mi carrera ni fuera de ella a una disciplina de trabajo. Soy un romántico convencido de la eficacia del cristianismo social pero, en definitiva, un «diletanti», un «amateur”. Nada más. Y lo que hace falta para estudiar un problema de la envergadura del proyecto y para proponer soluciones a la organización económica del mundo es el criterio de hombres que sepan más y «mejor» que yo.

Si mi consejo valiera, S.T.V. se limitaría a hacer suyas las enmiendas de los franceses. Durañona me dice que nosotros estamos en la obligación de presentar las nuestras. No me convence. Yo estimo que la redacción definitiva de ese programa va a dar lugar a discusiones animadas e interesantes. Podríamos reservarnos para ese momento del Congreso próximo. Claro es que si esos buenos lagunes de ahí, tienen ya preparado algo, que no sea mi consejo el que de­cida para quedarnos atrás.

No me fio demasiado de declaraciones programáticas. No suele tener realización práctica nunca. Lo único interesante para nosotros, cristianos, es que si esas declaraciones han de hacerse que se hagan en tono que demuestre que nuestra modesta Internacional no es una cofradía más sino un organismo obrero eficiente, llamado a tener una consideración real e importante en la vida social mundial.

No parece que las orientaciones actuales -incluso las Vaticanas, a juzgar por ciertos síntomas- sean propicias a hacer de la organización obrera cristiana una entidad llena como hasta ahora de timideces y empapada en agua bendita religioso-capitalista. A Serrarens, nuestro distinguido ex-enemigo, no lo ha querido recibir el Papa. En cambio Pio XII parece preconizar la unión obrera en todos los países. Todo eso me conforta, y me confortaría aun mas si esa unión obrera se hiciera, por lo que a nosotros y a otros pueblos se refiere, no en el plano es­tatal sino en el nacional. Algo ya conseguimos en el Congreso de la Federación Sindical Mundial. Ese creo que es nuestro terreno de combate en lo internacional. En lo interno ya tenemos hecha una declaración bastante completa, al parecer; lo que nos falta es que tengamos pronto medios de aplicarla prácticamente en nuestra casa.

En fin, amigo Manu, te hablo de muchas cosas para no hablarte de la que importa. Resumen: yo os propondría que hiciéramos saber al Secretariado de la C.I.S.C. que hacemos nuestras las enmiendas francesas (con las ampliaciones o con los recortes que ahí se os hayan ocurrido) y que, en general, teniendo en cuenta nuestra situación especial, nos reservamos el derecho de intervenir en cada caso, en la discusión que sobre este punto, la declaración de principios, ha de abrirse en el próximo Congreso.

-De otra cosa quería hablarte, de los lagunes detenidos en Bizkaya. Recibí vuestra carta y para cuando yo la leí, Durañona -a quien las grasas no impiden moverse mucho- había ya hablado con el Lendakari y estaba ya actuando. Yo tenía un criterio distinto y para no aparecer como un «reventador» solo lo expuse muy discretamente.

Cuando nuestros compatriotas tengan un percance, no nos dejemos ganar por el «cristianismo». Tengo para mí, y esto muy en reserva, que algunas de las gentes que Franco fusila pasarían desapercibidas, o casi, en la España franquista si desde fuera elementos turbios e interesados no montasen sobre ellos programas, campañas, mejor, de escándalo que, en definitiva, solo sirven para que la víctima que pretenden salvar pague con su vida los excesos verbales o escritos de esas campañas escandalosas. A ciertas gentes políticas y sociales, que se encuentran lejos de las garras de Franco, les importa poco que sus amigos caigan con tal de que ellos consigan sus fines políticos. Por eso arman tanto clamoreo fuera sin detenerse a pensar -o si lo piensan les da lo mismo- que cada grito o cada artículo que se produce aquí es un palo, una tortura mas y, como en el caso de Cristino, en definitiva, la vida del compañero por quien dicen interesarse. Esa será la táctica y la moral de «ellos”, la nuestra debe ser otra. Cuando hay una víctima a punto de ser asesinada, el mejor medio de obtener el perdón no suele ser el de llamar al asesino por su nombre a los ojos y a los oídos de todo el mundo. En ese caso lo que suele hacerse es buscar a los amigos o a los que pueden de alguna manera influenciar al asesino para que «por las buenas” desista de su crimen. Así lo hemos hecho siempre cuando ha habido condenados a muerte de los nuestros. Porque, en resumen, ¿de qué se trata: de que no maten al amigo o de que lo maten y lo mismo da?. Pues esos «otros» que no somos nosotros lo que quieren casi siempre es que maten a sus amigos porque el crimen sirve mejor que el indulto a sus campañas de escándalo.

Por eso tenía yo miedo que divulgando estrepitosamente en la prensa y por la radio que ha habido ocho lagunes detenidos en Bilbao, les hiciéramos un flaco servicio a esos compañeros. A nosotros lo que nos interesa es que los pongan en libertad. No es eso?. Pues el medio más eficaz para conseguirlo no es hacerles pasar por mártires en los órganos de la opinión ruidosa. Busque­mos influencias en la política, en la diplomacia, en el clero, utilicemos amigos comunes, que siempre hay, de nosotros y de su carcelero. Si hacemos todo esto discretamente, sin ruido, será más eficaz que hacer decir a «l’Aube» o a L’Humanité” a toda plana: » Ocho sindicalistas detenidos y torturados en Bilbao”. Porque corremos el riesgo de que detengan a otros más y de que a los ya detenidos los torturen de veras. Y ellos, las víctimas, y nuestras conciencias no nos perdonarán nunca nuestra torpeza.

Creo que mi opinión, un tanto «alavesa”, ya lo sé, es la más práctica. No nos dejemos ganar por el histerismo reinante. Ho hagamos «cristianismo». De lo irremediable se puede sacar el fruto que queramos. Sobre el cadáver de un asesinado se puede montar una campaña de escándalo, pero no sobre seres vivos que corren riesgo de ser ejecutados o simplemente maltratados.

Ya que no le hice acaso cuando debía hacerlo porque no me crean muchas veces estar sistemáticamente a «contrapelo», me creo hoy obligado a no ocultarte mi manera de pensar.

Y, pocas cosas más, querido Manu. Sentí mucho no estar contigo despacio en Bayona el día del entierro de Torre. Te busqué para comer y me dijeron que estabas reunido con tu familia. El día en que tú y yo queramos hablar, hemos de buscar un retiro

Relato de la entrevista de Landaburu y Leizaola con quien habría de ser Juan XXIII

Reproduzco esta carta que Javier Landaburu le escribió a su amigo Txomin Epalza sobre la visita que le hicieron en su despacho al Nuncio del Vaticano en París, Angelo G. Roncalli que en 1958, a la muerte de Pío XII, sería elegido Papa y tomaría el nombre de Juan XXIII.

La carta es todo un testimonio y todo un documento de lo que entonces andaban, tras la guerra mundial, y de la personalidad abierta de Roncalli que por lo menos tenía curiosidad sobre el caso vasco.

He aquí la carta:

29 de Mayo de 1945

Sr. D. Domingo de Epalza

HALSOU

Respetado amigo y Venerable Hermano:

A nadie mejor que a Vd., futuro Delegado de Cultos y Distribuidor de Misas en Euzkadi, puedo darle cuenta de la entrevista que hemos tenido esta mañana con S.E. el Nuncio de S.S.

Hacía días que le había escrito a Monseñor solicitando una audiencia para entregarle el escrito firmado por los clérigos vascos y para “tratar de otras cuestiones de interés concernientes a la Iglesia Católica y al Pueblo Vasco”, y ayer recibí una nota de la Nunciatura diciendo que me presentaba sus respetos y que S.E. tendría mucho gusto en recibir hoy a las once “a los sacerdotes vascos”. He consultado con un teólogo sobre lo que debíamos hacer. No teníamos más que una de dos soluciones, o vestirnos de cura Leizaola y yo, o ir en “civil” y decirles en la Nunciatura que se habían equivocado, que nosotros somos padres pero de los “de verdad”. Como el teólogo proponía que, además de Leizaola y yo fueran vestidos de cura Urcola, en representación de la S.J. y Alberro, en la de los agustinos “que fuman y beben mucho”, opté porque Leizaola y yo fuéramos de americana y sin más acompañamiento.

Al llegar y explicar el “malentendido” a un sirviente laico –aunque no creo que sea de los de Cachin- nos han hecho entrar en un bonito salón donde nos han hecho aguardar unos minutos. Al cabo de ellos, se ha abierto una puerta y han aparecido las galas moradas de Su Excelencia que, con un inconfundible y amable acento italiano nos ha dicho: “Venez”. Nos ha hecho pasar y sentarnos en una especie de boudoir que no repugnaría la Pompadour. No nos ha ofrecido a besar el indulgenciado cristalico que llevaba en el dedo.

Una vez sentados ha leído nuestras tarjetas de visita. Primero, la mía, deletreando mi apellido y al leer –algo hay que poner en esos cartones para darse importancia-: “Ancien député aux Cortes”, me ha mirado amablemente y me ha preguntado “Déjà?”. Yo he debido poner la misma cara que ponen las “troteuses” excesivamente jóvenes cuando pasan la visita por primera vez (Esto no se lo lea Vd. a don Mateo). Luego ha leído en voz alta y sin comentarios la tarjeta del Ministro de Justicia y Cultura. A continuación, siempre amable: “Alors, vous n’étes pas des prêtres?. Trés bien, trés bien”. (Humildes denegaciones de nuestra parte).

El Nuncio –se me había olvidado decirle- es la contradicción de su predecesor. Todo lo que aquel tenía de delgado, fino y hermético, éste lo tiene de gordo, campechano y expansivo. (Cuál de los dos será de más “cuidau”?).

En uso de esa campechanía nos ha dicho que él viene del Oriente y que no sabe una palabra de lo que pasa en el Occidente de Europa. Y nos ha pedido, después de decirnos que él es profesor de Historia, que le expliquemos la de nuestro País. Esto, después de decirnos que él es de Bérgamo y que aunque los bergamotaras son ahora muy italianos, han estado frecuentemente entre italianos y austriacos. También nos ha dicho sin dejarnos empezar a hablarle que tenía idea de que nosotros somos algo así como los vendeanos de Francia. Era mucha tentación para mi acompañante el pedirle que explicásemos la historia vasca y, naturalmente, ha comenzado con entusiasmo su disertación. En honor a la verdad hay que decir que ha sido breve, preciso y elocuente. En solo unos segundos hemos pasado “del pueblo más antiguo de Europa que guarda la puerta atlántica de comunicación de España con el Continente, a la batalla de Poitiers y a la Constitución de Cádiz, pasando por Santiago de Compostela y por un tal Napoleón. Luego, el mismo conferenciante, ha subrayado la diferencia constitucional de Euzkadi y de sus pueblos vecinos y ha llegado al 18 de Julio de 1936. Yo creía que en este momento Monseñor nos iba a decir algo de Franco pero solo ha hecho esta pregunta: “Y la Navarra?”. Rápida relación de su conquista por Fernando (a) “el Católico y esto ha dado pie para comentar como predecesor nuestro a mi Santo Patrono, respondiendo a una paréntesis de S.E. en que nos ha hablado de San Ignacio y San Francisco Javier, “los dos grandes santos españoles”. No hay que jurar que nos ha faltado tiempo para reivindicar la nacionalidad de esos dos aberkides que hoy figuran en los grabados y en los altares sosteniendo un alámbrico alrededor de sus venerables y respectivos cráneos más o menos poblados.

En esto el laico no “cachiniano” ha irrumpido en el despacho trayendo a Monseñor una tarjeta de visita con una esquina doblada. S.E. ha dicho al valet medio en italiano, medio en francés que no está bien que se venga sin avisar, que esperase el del cuerno caído porque ella, S.E., estaba entretenida –en el buen sentido- por nosotros (Perdón!) CON nosotros. Luego, arrepintiéndose de su arranque bergamotico, ha dicho más dulcemente al criado: Diga Vd. a Mgr. Rocco que reciba a este señor y que lo reciba bien mientras yo acabo con estos señores. Como lo de “finir avec ces messieurs” no tenía el tono de una amenaza, ni creo “d’ailleurs” que la Nunciatura sea la clínica del Dr. Petiot, no nos hemos sobresaltado.

Pero, desde este momento, S.E. estaba con la imaginación puesta más en el descortés – o descortesa- que ha llegado sin avisar que en nosotros. Me ha dado en las narices que era uno de esos –o de esas- de los de: Qué trae Vd., hermano?. Y ha sido en vano que le hablásemos de nuestra inquietud por la suerte de la Religión en Euzkadi y en España, ha sido en vano que Leizaola le haya dicho que tenemos diez hijos “entre los dos”. Qué se habrá creído este tío por muy vicepresidente que sea. Nos ha respondido que él tiene un hermano que tiene diez hijos él solo (como se las habrá arreglado?).

En fin, el buen Nuncio, amable y muy cordial nos ha dicho que le somos desde ahora simpáticos los vascos porque, a su manera de entender –y sin prejuzgar políticamente- defendemos la tradición religiosas de nuestro País y la independencia política de nuestra patria. Que esos dos motivos son razones que “a priori” nos hace amigos suyos. Nos ha dicho que quiere hablar con nosotros despacio pero que hoy no podía ser. Que yo le dé un “golpe” -de teléfono, naturalmente- la semana que viene para que nos reciba con tiempo y podamos hablar sin trabas. Que quiere documentarse sobre el País Vasco y que le mandemos libros. Que él había oído decir en Italia, en los tiempos de nuestra guerra, que Franco era el bueno y los malos eran “los rojos” pero que nuestro caso le había merecido interés aunque no había tenido tiempo de estudiarlo. Que, siempre sin hacer juicios políticos, consideraba, que nosotros somos nacionalistas y que nuestra unión con los demócratas –“eso que se lleva ahora”- era accidental. Que nos pedía como único favor para seguir estas conversaciones que las mantengamos en reserva porque él representa los delicados intereses de la Santa Sede y que como nosotros somos extranjeros, “en la Francia de hoy”, pudiera esto, si se supiera, dar lugar a comentarios. Le he respondido que en tiempos más difíciles y aún durante la ocupación tuvimos relaciones (también en el buen sentido) con su chivico –de chivo- predecesor y que no fuimos a contárselo a nadie. Me ha replicado que así se hacen las cosas. Levantándose y diciéndonos que somos jóvenes, idealistas y que llegaremos lejos, nos ha despedido insistiendo en lo de la llamada por teléfono y diciéndonos, ya en la puerta, el muy “malín”, que recibe y lee nuestro periódico.

Claro es que no se nos ha olvidado cumplir el encargo, es decir, entregarle el clerical mensaje para don Pío –no el de ahí sino el ci-devant Eugenio-. Lo ha dejado encima de la mesita que nos separaba y no lo ha comentado. Le hemos hablado también de don Mateo y nos ha preguntado si seguía siendo obispo de Vitoria. Le hemos explicado el caso. Espero que todas estas cosas darán motivo para la conversación siguiente. Esto es todo lo que ha dado de sí la de hoy.

A usted, mi Venerable Hermano, le suplico y encargo transmita esta relación al Alto y Bajo Clero interesado en el asunto y a ese otro laico no menos venerable Dr. Dorota, con lo cual e evitará hacer una relación en serio de cosa tan amena.

Nada más por hoy.

Un saludo muy cordial de

P/D. A Juan Manuel que “Basurde” llevará su encargo. Que ya está preparado, en su próximo viaje. Y como ahora recuerdo que entre Juan Manuel y yo tenemos por ahí un hijo, al modo Leizaola, además de los que tenemos cada uno por nuestra parte, salude Vd. reverentemente a ese arrapiezo para el que envío mis paternales bendiciones. (Todos se pega).

Nota bene: Para exactitud de la crónica histórica hago constar que S.E., al salir, nos ha dado a besar el anillo. Ya, como de casa.