Zapatero baja la persiana

Desde hace 11 años y una semana el todavía líder del PSOE no faltó nunca a su cita parlamentaria. En la oposición y en el Gobierno. Zapatero siempre se ha sentido cómodo en el Parlamento, y esos dos minutos y 30 segundos, ese cara a cara entre líder de la oposición y presidente, sea estando en la banco azul o en una fila por detrás, le daba un chute de adrenalina al que le era difícil resistirse.

Fue un 14 de septiembre de 2000 su primer miércoles con José María Aznar. Preguntó al Gobierno cómo pensaba atajar la subida del precio de los carburantes, y el entonces todopoderoso presidente se burló de él en su respuesta, pidiéndole que le dijera la clave para lograr frenar al dólar y el precio del barril de crudo.

Zapatero, aquel día, no entusiasmó a los suyos. En los meses posteriores se refugió en la oposición tranquila, con el constante ninguneo de Aznar. Preguntaba por la comunidad científica, el cambio climático, la violencia de género. Y hasta los miembros de su grupo lo miraban como un bicho raro, que era incapaz de arañar mínimamente la solidez del entonces presidente del Gobierno de España.

La insoportable levedad de Zapatero se hacía insufrible, pero él disfrutaba. Hasta que a mitad de la legislatura empezó a subir el tono. El Prestige, la crisis de las vacas locas y, sobre todo, la Guerra de Irak, hizo elevar la intensidad política de sus intervenciones a medida que se acercaban las elecciones. Aunque Aznar lo seguía ninguneando.

Sólo en cuatro años bajó al banco azul y siguió siendo escrupuloso en su cita con los miércoles. Posiblemente sea el presidente que más se ha sometido a la sesión de control, eludiendo hasta citas internacionales, sólo por acudir a debatir con Mariano Rajoy apenas dos minutos y medio.

Es cierto que en la primera legislatura disfrutó más, y que en la última etapa tenía muy difícil hasta lograr el empate en el debate parlamentario con la situación en la que está el país.

Pero nadie le podrá reprochar a Zapatero que no ha sido un demócrata, que siempre ha dado la cara los miércoles, a las duras y a las más duras.

Ayer no se mereció irse como un miércoles más. A Mariano Rajoy le faltó un toque de elegancia, sobre todo ahora que dice que se lleva bien con Zapatero. Pero no lo hizo.

Zapatero echará de menos los miércoles. Creo que le gustaban más las sesiones vespertinas. Sobre todo, aquellas tardes, todavía en la oposición, en las que llegaba ilusionado y decía: “Hoy vais a tener un buen titular”. Lástima que Zapatero nunca logró entender qué es un buen titular.

La novena legislatura terminó el jueves 22 de septiembre 2011. En el Pleno de esa mañana la vicepresidenta Elena Salgado sacó adelante, con los votos del PSOE y de la izquierda el impuesto sobre el patrimonio, enseña de campaña «contra los ricos» del candidato Rubalcaba. Un impuesto derogado en el pasado y que poco podía hacer para paliar el altísimo paro de los cinco millones de desempleados, un 20% de la población activa, con la que Zapatero acababa su legislatura.

Este jueves Rodríguez Zapatero fue al Congreso, aunque Rajoy no lo hizo y cuando terminó la sesión y tras 25 años en aquella casa, puso su clásica sonrisa de plástico y dijo adiós. No lo tendrá fácil en el futuro. No creo le pidan muchas conferencias sobre cómo abordar una crisis a alguien que lo primero que hizo fue negarla. La víspera, en la sesión de control al gobierno, Rajoy le había enumerado lo que tenía que haber hecho y nunca hizo. Fue contundente para una última sesión de este tipo y apenas le quedó, muy al final y cortado por Bono, un deseo de suerte personal. Unos le atribuyeron a Bono que no hubiera sido más laxo en dejarle un poco más de tiempo para que el líder del PP hubiera tenido el gesto humano de ser generoso con quien en ocho años había discutido de todo recordando que el portavoz del PP en el Senado así lo había hecho. Pío García Escudero le agradeció y le deseó suerte en lo personal e incluso en los pasillos se saludaron con cierta efusividad. Pero eso no ocurrió con un Rajoy elevado a los altares de las encuestas y de los suyos y sobre todo ante un PSOE dándole por hecho su victoria y haciendo quinielas sobre si Gallardón sería o no ministro de defensa o de exteriores y cuál de los candidatos del PP ocuparía la silla que ese día Bono dejaba vacía: Jorge Fernández, Ana Pastor, Arias Cañete o un Jesús Posada que por si acaso sacaba a pasear su candidatura. Y es lo que más gusta en Madrid, los debates nominalistas.

No hubo despedida oficial en el hemiciclo, pero todo en el Congreso rezumaba el aroma de fin de ciclo. Rajoy dejó para los pasillos el proto­colario deseo de «la mejor de las suertes» para quien ya no volverá a ser su contrincante en las urnas y, por momentos, habló como si ya hubiera sido investido presidente, parafraseando a Zapatero: «Estoy absolutamente convencido de que España es un gran país y que, por tanto, va a superar esta situación». Fue el único punto de coincidencia. También el presidente, como en otras ocasiones, hizo gala de ese patriotismo declarativo: «Quiero expresar mi confianza plena en el futuro de este país. Esa confianza viene por lo que ha pasado en los 30 años de democracia y por la capacidad que tenemos en estos momentos de luchar contra la crisis».

Las siete «lecciones»

A Zapatero, que ni siquiera consumió el tiempo de su réplica, la bancada socialista le despidió con una ovación de sus miembros puestos en pie y con el sabor agridulce de una nostalgia anticipada. En la bancada contraria, los diputados del PP saludaron también la intervención de su líder con una ovación cerrada, pero ese jueves se mantuvieron sentados, con el rictus serio de la responsabilidad marcada en sus caras, lejos del jalear festivo de otras ocasiones. Y es que Rajoy le espetó que dejaba “una herencia envenenada”.

Rajoy tiró del más bíblico de los números, el siete, para enumerar «las lecciones para el futuro» que dijo haber extraído del mandato de Zapatero, se presume que a modo de mandamientos de buen Gobierno, aunque las recitó como un rosario de críticas: «La primera es que en economía hay que hacer un buen diagnóstico de la realidad y no engañar. La segunda es que hay que gobernar con un plan, no con ocurrencias, improvisaciones y pensando sólo en las próximas 24 horas. La tercera es que no hay que generar falsas expectativas. La cuarta es que hay que hacer previsiones razonables, tanto de crecimiento como de empleo. La quinta es que no se debe gastar lo que no se tiene. La sexta es que en economía hay que hacer reformas y que no se puede pretender vivir constantemente de la herencia. Y la séptima es que no se puede gobernar sólo por decreto ley».

Zapatero, como quien ya está por encima de los juicios políticos, se limitó a reivindicar -sin levantar la voz- todo el empeño puesto en «el combate durísimo» que ha librado para hacer frente a «la cri­sis más grave desde hace 80 años», sin que España haya caído en el mismo precipicio que Grecia, Portugal o Irlanda -citó los tres países- y contribuyendo, al mismo tiempo, a que «el modelo europeo del Estado del bienestar pueda seguir adelante». Todo eso, se­gún destacó, se ha traducido en reformas que «darán efecto», llevadas a cabo a la vez que se «ha preservado al máximo la cohesión social».

En su adiós parlamentario -no será diputado en la próxima legislatura-, Zapatero volvió a asumir en primera persona la principal responsabilidad por el desbordamiento del desempleo: «Me siento responsable de la muy elevada tasa de paro y, por supuesto, no puede dejarme en absoluto satisfecho». Pero también reclamó el reconocimiento de otro dato que ha caído en el olvido: «Con este Gobierno llegamos a la tasa de paro más baja en la legislatura anterior. Por tanto, alguna circunstancia habrá que explique las dificultades que hemos tenido». Y salió del hemiciclo acompañado de Rubalcaba. La renovación zapateril terminaba con esa foto.

Todos en campaña

Pero, no siendo ya Zapatero candidato, el interés por este último duelo se vio bastante menguado, como pusieron de manifiesto las tribunas de prensa y de público semivacías. Aun así, quien más y quien menos aprovechó para hacer su campaña.

Así, el portavoz del PNV, Josu Erkoreka, proclamó que corren «malos tiempos para la lírica del autogobierno». Y es que, a su juicio, «parece cuajar un intento concertado (PP-PSOE) para acabar con el Estado autonómico recuperando competencias transferidas.

En el hervidero del pasillo, en la salita contigua, Pérez Rubalcaba le reclamaba al PP pidiera perdón porque la víspera catorce jueces de la Audiencia Nacional habían decidido que no había pruebas suficientes para encausar a los tres procesados del caso Faisán. Y Rubalcaba respiraba pues ese podía haber sido otro boquete más y, quizás el más importante, de una fuga de votos en la inmediata campaña con el agravante de que todos los méritos que había ido acumulando en la lucha contra ETA, quedaban opacados ante la virulencia e insistencia del PP tratando de demostrar que había «colaborado con banda armada» al propiciar un chivatazo para que una serie de miembros de ETA huyeran antes de que llegara la policía. Y se le veía a Rubalcaba encendido en su protesta.

Otro de los temas callejeros de ese día era la huelga de la educación en Madrid contra la presidenta Esperanza Aguirre que había decretado dos horas más de trabajo a los educadores a cuenta de los profesores interinos. Y ahí los sindicatos empezaban a enseñar su cabeza como anuncio de que si ganaba el PP las elecciones uno de los agentes de oposición contra ese nuevo gobierno iba a ser el sindical. Pero nada de esto parecía importarle al candidato Rajoy que ese lunes había presentado un libro con su biografía en un salón a reventar. Entraron 600 personas pero si hubiera habido un salón para sesenta mil, allí habrían estado todos, como así estuvieran ante un nuevo Cristo de Medinaceli que se sentía ya presidente pues hasta Aznar, al lado suyo, le ensalzaba fervorosamente. El poder es una miel que atrae a las moscas de una manera infantilmente boba pues hace que la gente pierda hasta una mínima compostura. Aznar recordaba que había dejado en 2004 el país más prospero de toda la historia de España mientras reclamaba una gran mayoría del PP de cara a la cita del 20 de noviembre. «Rajoy recibirá la peor herencia institucional, económica y social que puede legarse a un gobierno. No habrá nada que poder continuar y sin embargo todo por reconstruir «decía el ex presidente que hizo famoso aquello de «váyase Sr. González».

Menos mal que todavía quedaba alguien en el mundo socialista con más moral que el alcoyano y que ante la virulencia de los ataques y el desfondamiento total del PSOE decía, como lo comentó Elena Valenciano en Ferraz, que había margen para la remontada aferrándose a los tres millones y medio de indecisos que decía estaban a punto de ser movilizados. Pero ya Zapatero para ese entonces estará de “supervisor de nubes acostado en una hamaca y mirando al cielo” como dijo en Moncloa en un acto en homenaje a un catedrático de León, profesor suyo diciendo que así quería pasar el resto de sus días como mejor destino, recordando a Ramón Gómez de la Serna.

¿Por qué el PSOE y el PP no quieren un referendum?

La sorpresa del debate del martes en el Congreso fue el acuerdo hecho con secretismo y nocturnidad entre  Zapatero, Rubalcaba y Rajoy. Acordaron por indicación de  Angela Merkel y Sarkozy incluir en la Constitución un tope al déficit. España se alinea con Alemania y Francia y a menos de un mes de la convocatoria electoral  y con todos los plazos a punto de vencer, se lanzan a algo tan serio como un cambio constitucional de esta envergadura.

Pero lo hacen con trampa.  No quieren que haya un referendum  democrático y así como Zapatero para aquella fallida Constitución para Europa, hizo un referendum que salió con muy poca participación, en esta oportunidad se han puesto de acuerdo para no hacerlo. Y se aferran a su pacto que se podría romper si en el Congreso los 25 parlamentarios del PSC con el grupo Mixto pidieran se hiciera un referendum o, si en el Senado, lográramos 26 senadores dispuestos a ello.

Pero ¿por qué el PP y el PSOE no quieren algo tan sustancial con el funcionamiento democrático  como consultar al pueblo una decisión de esta envergadura?.

Pues muy sencillo. Porque tienen antes otra reforma que no quieren abordar y si abordaran ésta tendrían que hacerlo con la pendiente. ¿Cuál es?. Es el cambio constitucional para que no exista la supremacía del varón sobre la mujer a la hora de la sucesión en la jefatura del estado. Es decir que el machismo de esta Constitución y semejante violencia de género contra la mujer  deje de existir. De no haberlo consagrado así aquellos machitas e impresentables «padres constitucionales» como Roca, Cisneros, Pérez Llorca, Peces Barba, Sole Tura, Fraga y Herrero no le hubieran quitado a la Infanta  Elena su mejor derecho  de esta monarquía parlamentaria .Felipe es el tercer hijo, no el primero. Y lo malo es que lo consagra esta sacrosanta Carta Magna, machista e impresentable. Mala la monarquía, mala esta disposición.

Pero saben el PP y el PSOE que abordar un referendum solo con una pregunta sobre el Déficit  Público que al ciudadano se la trae al pairo y no incluir semejante agravio constitucional, sería un inmenso y muy criticable error político y, si incluyen una pregunta sobre esta anomalía contra la mujer, saben que ese referendum se convertiría  en un referendum sobre la monarquía española y sobre la pareja Felipe -Letizia. Y, aunque hoy por hoy, seguramente la ganarían se encontrarían con una campaña muy fuerte en contra, con una bandera para los indignados del 15M y los republicanos, una gran abstención y un resultado ajustado que pondría muchas cosas patas  arriba. Y es por esta razón por la que no están dispuestos a hacer referendum alguno. No hay más cáscaras.

El PP y el PSE, el PSOE y el PP se dicen a sí mismos que vertebran España y no están por la labor de poner en cuestión el gran chiringo y antidemocrático sistema monárquico. Y aunque la democracia se basa en la voluntad popular  y en  contar con la opinión del ciudadano que a ésta le den morcilla. Los experimentos con gaseosa.

Esta es la grave  explicación.

¿Cuál es el voto útil el 20 de noviembre?

Este viernes nos había llamado Iñigo Urkullu para hacer balance de legislatu­ra. Sus últimas reuniones con Rodríguez Zapatero le indicaban que la legislatura estaba en sus últimas boqueadas. Necesitando el Presidente de Gobierno  presentar un proyecto de presupuestos en las Cortes, con una situación económica terrible, el margen de maniobra era mínimo. Si a esto se le unía el que para encarar y superar el déficit no le iba a quedar más remedio que subir impuestos y plantear nuevos, la descripción era clara: verde y con asas.

Estando en la reunión en el EBB con Urkullu y la secretaria del EBB, Belen Greaves los diputados Erkoreka, Beloki, Azpiazu, Esteban, Agirretxea y los senadores Leanizbarrutia y quien esto escribe le ha llamado Zapatero a Urkullu, para, por cortesía anunciarle lo que iba a hacer público, una hora después. De tal manera que cuando ha vuelto a la reunión ya tenía Urkullu la noticia que por otra parte todas las cadenas de radio y diversos medios ya estaban haciendo públicas.

Zapatero pues pasa a segundo plano y todo girará ya alrededor de Pérez Rubalcaba, el candidato del PSOE. Quizás piense que la situación económica va a remontar, que las encuestas que le auguran una reducción de la ventaja con Rajoy se va a reducir, y que el control que tiene de ciertos medios y los mensajes que va a lanzar le harán quedar en un segundo y honroso lugar de tal ma­nera que logre no haya una mayoría absoluta del PP y él pueda con CIU, PNV, CC y el Grupo Mixto gobernar y si no lo logra, ser un temible jefe de oposición pues mañas y ardides no le faltan para plantar cara dentro de cuatro años.

En nuestro caso nunca ha estado tan claro que para un vasco, cualquiera sea  su ideología, el voto útil en estas elecciones más que nunca es al PÑV. ¿Por qué?. Está demostrado que diputados y senadores del PP y del PSOE solo han de atender a lo que le digan sus jefes de fila, cuyas instrucciones nunca pasan por el meridiano vasco. En el caso de Bildu tiene a su favor la novedad, aunque su historial de servicio está a cero y, en el nuestro, ahí está como se ha sabido aprovechar la coyuntura para ir logrando ir completando el estatuto de Gernika clavado desde hace treinta años y al que las necesidades de Zapatero han ido logrando su desarrollo en beneficio de toda la sociedad vasca.