Un fiscal acaba de archivar la denuncia de un alumno musulmán de Cádiz contra su profesor. El docente aludió al jamón en una clase de Geografía cuando explicaba los beneficios del clima frío y seco en la curación de este manjar y el chaval, pelín fanático, se ofuscó. La denuncia era tan ridícula que hasta la comunidad islámica la calificó de soberana tontería. Era tan grotesca como argumentar que hablar de jamones es fomentar la xenofobia. Por eso, a esta gente que prefiere alimentarse de intolerancia antes que de morcilla, que le den ídem.
Aunque el jamón no sea un producto halal (permitido) para el consumo de los musulmanes, eso no significa que esté prohibido conocerlo y citarlo, al igual que el vino. Después de oír muchas lindezas, lo único que tiene asegurado este profesor es que sus denunciantes nunca le llamarán cerdo. Pero ha debido tragar con las chorradas de colectivos que se niegan a integrarse en el país de acogida; de estos que pretenden que seamos nosotros quienes cedamos ante sus exigencias o que viajemos en el tiempo unos cuantos siglos. Vivimos en la dictadura de las minorías y en cuanto pronuncian la palabra racismo o derivados, que Dios o Alá nos pille confesados. A este paso, después de quitar crucifijos y belenes, terminaremos cerrando las charcuterías. Tranquilos. Que a mí me pueden mandar un jamón esta Navidad… De Teruel, de Jabugo, de Trevelez, de Los Pedroches, de Salamanca, de Guijuelo, de la dehesa de Extremadura, de york… que como de todo.