El gran hijo de Putin

Vivía yo tranquila viendo las hipermasculinas sesiones de fotos publicitarias de Vladimir Putin –que le han mostrado paseando semidesnudo por la naturaleza siberiana, disfrutando de un viaje de pesca sin camiseta o dándose un baño en un lago helado– hasta que le vi sentado en la mesa de la vergüenza. Entonces comprobé que nada calmaba su ardor guerrero.

Vimos ese kilómetrico tablero de seis metros a cuyo extremo sentaba a los mandatarios europeos que acudían al Kremlin a pedirle sopitas. Una demostración de poder al estilo del Gran Dictador. “Porfa, porfa Vladimir, sé bueno, deja en paz a Ucrania”. ¡Precisamente en eso estaba pensando él!

Nostálgico de la época soviética, Putin es un producto genuino de la KGB, tiene toda la experiencia comunista y se las da de Napoleón. Ahora invade a gran escala Ucrania porque no tiene tiempo que perder. En octubre cumplirá 70 primaveras. No me negarán que son las locuras que hacen los dictadores cuando ven que se van haciendo viejos y se les acaba el tiempo para moldear la historia a su imagen y semejanza. Parecía una ajedrecista frío y calculador y se ha puesto al nivel de Hitler, desatando toda su fuerza de psicópata narcisista. Porque cuando a un enano megalómano y egocéntrico le sobran armas y mala leche, eso es mal asunto.

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