Esa cadena que vende riñones e higadillos en buen uso

No es una carnicería pero casi. En el Universo Mediaset se trituran vísceras, se subastan higadillos y se destrozan almas. Porque todo tiene un precio y es negociable. Cogen a un Don Nadie, dispuesto a vender cualquier órgano, y ellos, le pueden rebanar el corazón en finas lonchas o destriparle, lo que sea más rentable, hasta subirle a la fama.

Personajes frikis que nacen, crecen y mueren en Telecinco. Por eso se permiten hacer autopsias sobre la marcha y, lo mismo, contratan a un chamán para limpiarle el aura, que a un tanatopractor para embalsamar el cadáver.

Ahora es Rocío Carrasco la que vende su alma al diablo por entregas. La prensa caníbal devora sus malos tratos, su intento de suicidio, la pelea con su hija con agresión incluida. La cadena amiga despide al supuesto maltratador para luego pagar un riñón por ver a su mujer comercializando con la babilla del abusador en una isla.

Pero también están los Paquirrines que liquidan a su madre por un puñado de dólares, y los dos bandos del clan Pantoja deshuesando miserias. Vemos a los tentadores de «La isla de las tentaciones», despachando sexo blando, y a tronistas musculados, depilados y con tupés que claman al cielo, enseñando carne en el mostrador. Telecinco exprime a sus celebrities de cartón piedra y los deja sequitos como momias. Ahora le toca el turno a «Supervivientes». La rueda Mediaset sigue girando y, en Euskadi, hay muchos hámsteres.

Olores Gran reserva

 
 
 
 
 

La máscara antigás, un elemento imprescindible para llevar en el bolso

Menos mal que han pasado los últimos calores, porque quizá hayan venido bien  a las uvas, pero les juro que a los que no íbamos a vendimiar en metro nos arrojaban a una cloaca de olores. Uno de los peores es el del sudor rancio, ya macerado, una especie de Gran Reserva que noquea las pituitarias. Sin necesidad de hacer ninguna cata, adviertes sus cualidades organolépticas, su buqué penetrante y su aroma de sotobosque.

Lo peor es cuando identificas al portador, –lo siento, suele ser mayoritariamente hombre–, intentas encogerte en el asiento y no encuentras la máscara antigás en el bolso. Tambien hay otro, tipo crianza, joven, ácido y ligeramente afrutado. Es propiedad de esos chavales con las hormonas desbocadas y los sobacos relucientes de actividad. En ocasiones, el tufo proviene de más abajo y no hablo de partes nobles, –no he desarrollado mi olfato al nivel de a qué huelen las nubes –sino de otras menos impúdicas, los pinreles.

Las hawaianas son un invento de órdago para que los pies se refrigeren, pero también para que saquen a relucir la necesidad de llevar incorporado el Devorolor o de colgar una etiqueta del dedo gordo, como en las morgues, con aquello de Lávalo, que no encoge. Entonces, en una metamorfosis, poseída por la putrefacción, te puedes convertir en el Jean-Baptiste Grenouille de El Perfume y te entran ganas de cargártelos a todos. No para guardar sus esencias, sino para que te permitan respirar porque estás a punto de morir asfixiada.