La parrilla televisiva es hoy una sucesión de pijas sin cerebro embutidas de colágeno. Mujeres, Hombres y Viceversa (Telecinco) es el escaparate de esas barbies con pechuga de plastilina y zapatos que podrían perforar un túnel de metro. Rubias de bote que utilizan maquillajes cinco tonos más oscuros que su piel y ma-tan por sus planchas de pelo. Tipas chabacanas y excesivas, estilo Belén Esteban pero abandonando el formato 1,55, se disputan el casting de Gran Hermano y salen elegidas. Rubias oxigenadas y neumáticas, que declaran sin pudor que el mayor reto de sus vidas es ser un imán para el sexo opuesto. Es el pendón total look descrito con maestría por Carmen Rigalt: «La chica que no usa apreturas de muñeca hinchable ni lleva las tetas en bandeja, no sale en la foto». Los diseñadores interpretan a la mujer en clave drag queen: plataformas altísimas, rostros pintarrajeados de forma inquietante… A este paso, todas acabaremos con pinta de travesti o de puta. Ni siquiera nos salvamos las cacatúas. Porque en un intento cutre de replicar Mujeres Ricas (La Sexta), miles de señoras han adquirido el status de chonis y conviven en el súper con peliteñidas de escotes profundos como una catarata y minifaldas púbicas. Pero la tele ofrece su propia catarsis y para curar el desvarío propone Las joyas de la Corona, ese concurso que enseña a unas poligoneras a tomar el té con el meñique subido y a ajustarse bien el Dolce&Gabbana para luego mandarles de vuelta a la caja del Dia.