En la vida de toda mujer fashionista hay un antes y un después de Zara. Ya pocas maris recuerdan cómo y dónde se vestían antes de que surgiese este emporio de la moda a buen precio. Ahora, el hombre que popularizó el pret à porter ajustado al bolsillo, logrando clonar cualquier diseño sin ayuda de los chinos, se jubila dejando huérfanas a miles de clientas que han hecho shopping colgadas de sus entretelas. Amancio Ortega, ese personaje que consiguió que pudiésemos tener un fondo de armario como las celebrities sin robar, abandona la presidencia de Inditex. El señor de los trapitos, el que empezó como chico de los recados en una camisería de lujo y, 50 años después, acapara una de las diez mayores fortunas del mundo, deja un legado de chaquetas y camisetas donde no se pone el sol. Un guionista de Hollywood bordaría la historia de ese chaval que debió caerse en una marmita de hormonas del crecimiento empresarial porque empezó en 1975 con un negocio kitsch de batas de boatiné y ha cerrado 2010 pulverizando la red con sus ventas on line. De aquel chaval que sin leer un triste Vogue y solo a golpe de cinta métrica se catapultó, con aquellas prendas guateadas que él mismo fabricaba, al planeta Zara. Quién le diría que aquella pequeña tienda familiar se erigiría en una multinacional presente en las millas de oro de todo el globo y con una cotización en Bolsa a prueba de especuladores. Quién le diría que el diablo se vestiría de Zara.