Anda suelto por ahí un científico chiflado, de nombre Severino Antinori, que va dando hijos a mujeres que hace más de una década han superado la menopausia. Esta semana, sin ir más lejos, a una holandesa de 63 años. Al padre de los niños imposibles le llaman el Doctor Milagro aunque yo prefiero Doctor Frankestein. Sus devaneos con las probetas han puesto a la edad de las vaginas en el centro de la polémica.
El debate parece situarse entre los que optan porque la mujer pueda disponer libremente de su maternidad, y los que priman el derecho de los menores sobre las apetencias de sus padres. Estas madres hiperañosas para poder concebir in vitro, a menudo, mienten sobre su edad. Aunque me parece difícil que una sexagenaria pase por una cuarentona mal conservada. Sobre todo cuando se trata de madres geriátricas que, cuando dan a luz, son tratadas como si fueran la mujer barbuda.
Nadie ha discutido nunca, sin embargo, que Ho Chi Min, Mao y el propio Papuchi, sin ir más lejos, hayan sido también padres con la próstata caducada. Ya sea por egoísmo o por instinto maternal, la motivación de estas mujeres es mucho más humana que la de los médicos que las inseminan y exhiben una avaricia en grado superlativo. Para este Mister Jekyll de la genética, los ginecólogos que ponen límite a la edad de reproducción son talibanes. El problema radica en que los médicos intentan ser magos, brujos y, demasiadas veces, dioses.