Zapatero acostumbra a entretenernos con juegos de trilero. Una de sus últimas escaramuzas con la bolita ha sido la del orden de los apellidos. Él apostaba al primer cubilete, o sea al alfabeto; una apuesta que acababa para siempre con los Urkullus, las Zenarruzabeitias… y ampliaba el universo de los Aznares y los Basagoitis. Pero el Congreso ha decidido que sea el funcionario de turno el que decida en caso de conflicto. Si el lío sigue enredándose, ahí va una propuesta: Lo mejor sería tirar un dado. Del 1 al 2, el apellido del padre, del 3 al 4 el de la madre, y del 5 al 6, el funcionario se inventa uno. Como no hay paro, ni déficit, ni crisis, ni nada de nada… hay que dedicarse a meter mano en el registro civil.
Otra idea: Se colocan en círculo todos los familiares y amigos de los padres de la criatura. Se hace girar una botella y el apellido de aquel al que la boca de la botella señale, será el primero y el segundo en el que pare, irá a continuación. Nada, se ve que no hay otra cosa más urgente sobre la que legislar. También se puede nombrar a un pulpo mediador, tipo Paul, y que él decida.
Para algunos, la solución más justa es que la controversia familiar se solvente con un sorteo o cualquier otro método aleatorio, como se hace en Alemania donde se dilucida el conflicto a cara o cruz. Otros incluso proponen que el programa informático del registro tenga un dispositivo que elija uno de los dos apellidos, al estilo de las máquinas de bonoloto. Definitivamente, que contraten a unos niños de San Ildefonso y tema resuelto.