Que en el Gobierno vasco se les había ido definitivamente la olla tras las elecciones nos había quedado claro. Pero que ahora sus funcionarios contraten a un zahorí porque en Lakua han aumentado los casos de cáncer es de chiste. Imagínense un tío que va midiendo por los despachos de Industria los flujos de energía con un péndulo. ¡Ni siquiera los empleados de Eusko Jaurlaritza se fían ya de Osakidetza! No acuden a Osalan ni al comité de Seguridad en el Trabajo, sino que llaman a un rabdomante, y presos de un ataque de sugestión, se ponen a mover de sitio las mesas y las sillas.
¡Vaya seriedad! Supongo que el hechicero llevaría también una pulsera Power Balance para facilitar la tarea. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Contratar a la Bruja Lola y encender dos velas negras o aprobarle una OPE a Carlo Jesú de Reticulín? Aunque también pueden ir a un vidente de esos que lo mismo lee el futuro en los astros, en los posos de café, en los granos de arroz de la paella, en las croquetas o en la tinta de los txipirones. Quizá les convenga llamar a un tarotista de la tele que, pinganillo en ristre, y con túnica púrpura, les practique magia blanca y les recomiende más tiempo para el café y el cigarrito.
El auge de brujos y adivinos es una actividad que mueve miles de millones al año y acostumbra a dejar muchos damnificados en el camino. Clientes timados que acumulan una incultura científica y esotérica despampanante y solo demuestran que los fantasmas existen… pero no están muertos.