Tomo habitualmente Coca Cola, una bebida multiusos buenísima para limpiar cosas oxidadas. Si le sirve a un mecánico para adecentar un motor –contiene ácido fosfórico, un anticorrosivo estupendo– creía que en mi cuerpo tendría efectos desengrasantes. Si la toman los osos polares es perfecta para las focas vascas. Y si la anuncia Santa Claus es ideal para viejas barrigonas.
Hasta ahora pensaba que este tipo de bebidas de cola, además de desatascar baños y dañar el esmalte de los dientes, también daban energía, pero lo último que se ha sabido, de fuentes oficiales, es que disuelven la carne. De esta manera lo ha admitido Pepsi durante un juicio donde Ronald Ball, un vecino de Illinois, demandó a esta compañía por haber hallado un ratón en una lata de Mountain Dew (Rocío de la montaña), un refresco cítrico que se comercializa en Estados Unidos.
Lo sorprendente es que la firma se defiende alegando que el roedor se habría desintegrado en el refresco si hubiera estado allí desde que se selló la lata hasta que se abrió. Las leyendas/mentiras urbanas acechan a estas bebidas gaseosas. Estos días, Nueva York acaba de iniciar una campaña con grandes carteles de un hombre obeso, con una pierna amputada, que advierten del riesgo de consumir grandes dosis de refrescos azucarados. Tranquis, que no dicen nada de tomar Coca Cola con ron o Pepsi con wisky. On the rocks por supuesto. Cubatas con cubitos. Eso sigue siendo buenísimo.