El gobierno de Rajoy se ha puesto a privatizar y ha privatizado hasta el amor con la nueva iniciativa de permitir bodas y divorcios de mutuo acuerdo ante notario. Ahora que ya no tienen hipotecas que firmar, ha decidido dar más atribuciones (económicas) a notarios y registradores para que hagan un negocio redondo.
Pasar por caja para arrejuntarse y desarrejuntarse; ya han creado un nuevo nicho de empleo. Nada romántico, pero tal vez efectivo para desatascar juzgados. De un plumazo, el nuevo ministro de Justicia ha convertido a los notarios en casamenteros homologados, aunque no ha aclarado si es necesario que se vistan de Elvis.
El gremio estará haciendo la ola a la tropa de la gaviota, agradecido de que a Ruiz Gallardón no se le haya ocurrido organizar bodas y divorcios por videoconferencia. Una celebración (cualquiera de las dos lo es) que grabas en tu casa o en el bar de la esquina y la cuelgas en Youtube o en Facebook para que la red social actúe como fedatario del enlace.
No es ninguna novedad que los notarios te puedan llevar al altar. Ya lo hacían los bancos que unían a los contrayentes mediante el sagrado sacramento de la hipoteca. Pero metidos en rituales, hay quienes optan por viajar a Las Vegas y casarse delante de un yankie travestido de Rouco Varela. O los que prefieren contraer nupcias por el rito zulú, inmortalizados de Orzowei. Personalmente prefiero el rito balinés que, por muy poco dinero, te pone hasta el marido si no lo llevas puesto.