Lo confieso. Me gusta vivir peligrosamente. Me embadurno en el engrudo ese de aceite de oliva que acaban de retirar del Mercadona y tan pancha. Vengo forrada de nitrosaminas y sigo como una rosa. Me unto el potingue de aloe que, para la Agencia del Medicamento es veneno puro, y no me ha mutado el ADN ni nada.
El mundo de la cosmética es altamente cancerígeno con tanta hidratante efecto luminosidad, y tanta loción con colágeno, pero como mis conocimientos en biología son equivalentes a los de Ana Obregón, me paso los parabenos por el forro. Con tanta alerta sanitaria, ahora entiendo porqué el metro huele que apesta; porque todo pichichi quiere respetar el PH neutro de su piel. Desde que Gordillo y sus secuaces perpetraran la masacre donde, en palabras de la Defensora del Pueblo, hubo «robo con violencia contra las mujeres», es muy sospechosa la campaña publicitaria que se le está haciendo a Mercadona. Suena a vendetta contra el señor Roig, al que no le guardo ninguna simpatía por su afición a la laboriosidad de los chinos.
Pero a quién le preocupa… Si no nos hemos muerto con veinte años de exposición a la enfermedad de Creutzfeldt-Jacob, las famosas vacas locas, si hemos sobrevivido a los virus N5H1 de la gripe aviar, y a las bacterias del pepino asesino, ¿nos vamos ahora a asustar con un poco de bronopol y trietanolamina de nada? Esto es cosa, seguro, de la Merkel, que está empeñada en que compremos en Lidl.