Desde que De Guindos se va de picnic a la reunión del Eurogrupo, se acabaron los ágapes y los cócteles; se impone la tartera. Creo que en Luxemburgo todavía están oliendo la doble ración de croquetas que se llevó en un tupper el señor ministro –en adelante Don croqueto– de una reunión en la embajada española porque no había podido probar bocado. Que hasta los chavales llevan el bocata en una cartera y Luis De Guindos salió del Audi con la fiambrera de avituallamiento en la mano.
¡Pobre Don croqueto! Seguro que cuando curraba en Lehman Brothers no comía de tupper. Aunque los puristas de la tartera mantengan que allí todo está bueno, es mentira. El rebozado de las croquetas se queda blandurrio, la grasilla se escurre por la tapa y la gestión de sobras que se hace en la fiambrera es pésima, ¡al rico estofado mezclado con ensaladilla! Supongo que al señor ministro no se le ocurriría recalentar el relleno de bechamel en el microondas del Eurogrupo porque todos conocemos el pestazo de mucha comida recalentada y el tufillo que puede dejar en la oficina.
¡Qué risa! Ir a Bruselas a hacer el paripé del tupper y luego aquí, tener la cafetería del Congreso subvencionada con precios irrisorios. Bueno, a ver si le copian los de UGT y dejan de ir de mariscadas a cargo del sindicato. Aunque no sé si ahora que se ha adentrado en el proceloso mundo del tupper de comida, el siguiente reto del ministro será el desafiante mundo del tupper sex.