Aburridos de casos de corrupción, hasta la peineta de la marca España y su ajetreo cañí, la Justicia funciona a paso tortuga. El Tribunal Supremo ha condenado al abogado José María del Nido, presidente del Sevilla, a siete años de prisión por malversación de fondos públicos y prevaricación en los todavía flecos del expolio de Gil en Marbella. Según la sentencia, Del Nido cobró 2,86 millones por intervenciones profesionales inexistentes.
Para ver sentencias ejemplarizantes hay que salir fuera de la piel de toro; en Kenia, sin ir más lejos, país pionero en defensa de los derechos de los animales. Allí han pedido diez años de cárcel para un ciudadano por un delito de bestialismo tras haber agredido sexualmente a una cabra, que fue citada a juicio como víctima del acoso. Katana Kitsao, de 28 años, fue denunciado por un vecino que destapó el escándalo. Katana admitió el ataque y, además, un veterinario certificó los abusos. En el careo, la cabra se enfrentó con su agresor y corroboró los hechos, confirmando que se había tratado de sexo salvaje.
Si la cabra estuvo presente en la corte keniata, ¿qué pasará cuando el cabrón (quiero decir Luis, el Cabrón, Bárcenas) comparezca ante un juez? Si los diez años de condena son una pena récord por zoofilia, ¿cuánto le podría caer a Bárcenas en Kenia por su «cacicadafilia»? Y es que si la cabra siempre tira al monte, ¿el cabrón siempre tira al montón… (de pasta)? Porque siempre ha habido cabras, cabritos, cabrones… y borregos.