No es de extrañar que la ministra Fátima Báñez tenga a seis millones de parados a pan y agua. No tiene ni idea de lo que cuesta la manduca. En el restaurante del ministerio de Empleo, los funcionarios, e incluso familiares directos invitados, tienen un chollo y pueden comer por solo 3,40 euros eligiendo un primer plato entre tres sugerencias, un segundo (carne o pescado), más el postre y la bebida. Claro, la ministra, con tarifa plana de condumio, decidió por decreto en Navidades que los vales de comida de los trabajadores del sector privado cotizasen a la Seguridad Social.
No se ha enterado que esos precios que se autoadjudican los políticos, ni se huelen en las cantinas de los polígonos industriales. Tampoco debe saber que hay colegios y guarderías donde calentar el tupper del chaval en el microondas sale más caro. Mientras el ministerio de Empleo tiene el restaurante más barato de España, en el bareto del Congreso tenían el gin tonic subvencionado a 3,45 euros. Normal que fuera la barra donde se discutían los recortes a los comedores escolares y donde se prohibía el botellón en la calle mientras ellos bebían a bajo coste.
Cuando en la calle estalló el polvorín de cubatas y ‘wiskitos’, se retiró la subvención a las bebidas de alta graduación, pero todavía les seguimos financiando el vino y las cervecitas. No pasa nada, estamos en la planeta de los simios. Nos han quitado el lóbulo frontal y seguimos tragando.