Me han entrado unas ganas locas de irme a estudiar a Cantabria que va a inaugurar un calendario escolar a la europea con una semana de vacaciones cada dos meses lectivos. Los alumnos cántabros comenzarán las clases en septiembre algo antes que el resto de la humanidad escolar, y terminarán lo más tarde posible. Perderán algún festivo en Navidad y en Semana Santa pero, a cambio, descansarán la primera semana de noviembre y unos días en febrero. Con este corta y pega aplican lo que mola; el tiempo de ocio español, las horas de clase de Finlandia y las vacaciones bimestrales de Francia.
Y es que ahora resulta que la gran prioridad de la reforma educativa son las vacaciones. Mientras tanto, los padres han montado en cólera porque no pueden conciliar y los enseñantes están encantados porque la vida padre del profe alcanza una nueva dimensión. Claro, es durísimo que te impongan unas vacaciones eternas en verano y cada dos por tres durante el curso. ¿Qué tal si damos a los maestros dos meses de descanso por cada semana lectiva? Para preparar mejor las clases y eso…
Pero ¿podrán los padres resistir este sistema? Y, sobre todo, ¿sobrevivirán los abuelos? Algunos ya alertan del incremento de los niños llave, esos críos con la sempiterna llave al cuello, o de chavales en modo acogida. Cada vez tengo más claro lo que es una profesión vacacional, digo vocacional.