Yo también sobreviví a la nevada del 28-F. Sí, señoras y señores, la mayor en 33 años. Cinco horas nevando en Euskadi y solo faltó que Don Diego López de Haro se bajase de la peana, cogiese una pala y se pusiese a desatascar la Plaza Circular. Cinco horas con el tráfico colapsado y ya estábamos pidiendo una máquina quitanieves por vasco para que fuese despejando la calzada a nuestro paso. Cinco horas con un manto blanco y mi vecina quería hacer salto de esquí desde la ventana. Obviamente tuve que disuadirla y recordarle que vivía en un quinto. Si hasta mi marido improvisó un artilugio de snowboard con la tabla de planchar y se lanzó al Parque Ardanza como si no hubiera un mañana.
Si a eso le unimos los bulos falsos sobre el cierre total de centros escolares, las fotos que no sabías sin eran calles vascas o de Groenlandia, el caos parecía servido. Menos mal que no nos dio por hacer acopio de víveres y saquear el Eroski. Para el próximo temporal, que la Diputación se ponga las pilas y deje un saco de 50 kilos de sal a la puerta de cada vecino y nos buzonee unas gafas para la ventisca. Menos mal que a nadie le pilló por sorpresa la nevada y que las previsiones se cumplieron a rajatabla. Ahora que el mal tiempo parece haber amainado, habrá que buscar en el Eguraldia de Ana Urrutia nuevas sensaciones meteorológicas, vientos hipohuracanados, trenes de borrascas, o algo… que nos suba la adrenalina.