Sin poder reunirnos más que en petit comité, los felpudos de las casas ya no llevan el rótulo ‘Ongi Etorri’. Ponen; ‘Si me queréis irse’. El último capítulo del culebrón La Navidad en tiempos del covid es ahora la cuestión sobre si movilidad sí, o movilidad no. Parece que se autorizarán los desplazamientos entre comunidades, pero solo para reunirse con familiares y allegados, no como otros años que se permitía salir para ver elfos y cazar unicornios. Yo estoy por pedir a mi cuñado que me haga un salvoconducto que explique que viajo estrictamente para un (des)encuentro familiar. Así que vamos a ver, ¿el 24 puedo ir a reunirme con mi hermana y el 27 no?
Con el número de comensales surge otro gran problema. ¿Los niños cuentan o no cuentan? ¿Mandamos a amama y aitite a la cocina como piden los franceses? ¿Hacemos un sorteo para ver a quién le toca cenar en Nochebuena, y nos sacamos de la manga dos aproximaciones para un tupper de croquetas? Todavía habrá más versiones hasta que saquen el dictamen definitivo, pero resulta rocambolesco. Como lo de las cabalgatas estáticas. ¿Eso qué es? ¿Poner un cepo en la pata del camello para que no pueda moverse?
Todo indica que a las autoridades sanitarias les ha entrado canguelo, y han tenido que aflojar las restricciones iniciales. ¿A quién se le ocurre fijar grupos solo de seis? y ¿el toque de queda a las once de la noche? Con esos límites, sus Majestades de Oriente solo podían visitar las casas donde vivan máximo tres personas y, encima, por la tarde.