El ‘Sálvame’ de los juzgados lo protagonizó el otro día el excomisario Villarejo declarando que al rey Juan Carlos le inyectaron hormonas femeninas y bloqueadores de testosterona para mitigar su fogosidad. Al estilo de una docuserie, tipo Rociíto, sus señorías asistieron al relato de cómo supuestamente el CNI intervino para paliar el irrefrenable deseo sexual del emérito. Las noticias sobre la legendaria líbido del rey hormonado no son nuevas.
El furor genital del monarca ha sido siempre vox populi. Escarceos con una exvedette metida a exdomadora, con aristócratas catalanas de pedigrí, pasando por recauchutadas princesas alemanas a la que regalaba 65 millones de euros. Poliamor en la Casa Real. Otro folletín. En un explosivo libro titulado Juan Carlos: el rey de las 5.000 amantes, Martínez Inglés calificó al Borbón como un adicto al sexo con cientos de relaciones. Y según Villarejo, se consideraba un problema de Estado que fuera tan ardiente.
No es que haya que dar pábulo a los comentarios sobre las cualidades de semental del susodicho que, todo hay que decirlo, no ha llenado Europa de bastardos porque ya se había inventado la píldora. Queda probado que donde no llegaba su vigor, llegaba la Viagra y el tío no se privaba de nada para darse un festin con el sexo opuesto. Ahora entiendo lo de sus mensajes de Navidad. Estaba puesto de hormonas hasta la corona ¿o era hasta la corinna?