Con la mascarilla éramos más guapos. La ciencia lo ha confirmado. Nuestra mente forma una ilusión idealizada que, luego, se hace trizas al ver el resto de la cara. ¿No le ha pasado a usted ver la jeta a su compañero de curro por primera vez en dos años y redescubrir que es feo de c…? Ese mentón afilado, esos labios finos, ese bigote mal puesto… ¡Buah, qué decepción! Resulta que el cerebro completa la imagen, se inventa los datos que faltan y se imagina un rostro agraciado, no el careto asimétrico e irregular que usted tiene ahora enfrente.
La afirmación de que mejoramos con antifaz vale tanto para hombres como para mujeres, según un equipo de científicos de la Universidad de Cardiff, en Gales. Yo descubrí que las presentadoras de la Sexta me daban gato por liebre cuando se despojaron del tapabocas. Aquellos ojos maquilladísimos y expresivos, dejaron paso a facciones desajustadas, nariz aguileña, pómulos caídos y dientes saltones… ¡Ah perdón que ya no hay de eso en la tele actual!
Otros estudios ya habían demostrado que las personas también parecen más atractivas cuando se les cubre la mitad derecha o izquierda de la cara porque el cerebro, que debe ser de natural benévolo, funciona casi como un filtro de Instagram de esos de belleza extrema. Por mi parte, hace tiempo que, con la disculpa de sonarme los mocos, me quito la mascarilla unos segundos para que mi interlocutor me vea la cara y no se haga ilusiones.