Escribo estas líneas mientras me cuezo a fuego lento en la redacción por culpa de un ‘veroño’ tórrido, y restricciones energéticas que nos han birlado el aire acondicionado. Puede que alguno de ustedes piense que me vendrá bien porque me faltaba un hervor. Pero es que desde hace cinco meses, Euskadi parece un grill donde nos han puesto a gratinar.
¡Qué tiempos aquellos donde solo éramos Mordor!, donde Bilbao tenía cuatro estaciones; otoño, invierno, Abando y San Mamés. Mientras parezco una palomita en una sartén, (la mantequilla la llevo de serie), he descubierto que se puede echar de menos los días de sirimiri y chamarra. Euskadi ha vivido el verano más caluroso de la historia. Y ha habido días que Igorre parecía Pompeya en el año 79 d.C.
No ha habido nunca una época con tantas olas de calor y, sobre todo, tan largas. Yo creo que tendríamos que haberles puesto nombres, como a los huracanes. Por ejemplo ola Eguzkiñe, ola Markel… Señoras y señores, todo sube, pero la temperatura es lo único que lo hace gratis.
Aunque seguro que me dirán que, en esto del tiempo, impera una doble moral porque nos hemos quejado mucho este verano sobre los 40 grados de la calle, pero nadie ha dicho nada sobre los 40 grados de la ginebra. Como la meteorología no cambie, este año Olentzero, en lugar de bajar del monte, va a venir en bañador y chanclas. Y eso no lo resiste ni Mari Domingi.