¡Cuidado con las cenas de empresa que las carga el diablo! Que después del primer gin tonic, y los txupitos de Jägermeister, tienen más peligro que un copiloto de rally tartamudo. Primero porque al evento hay que llegar superpuntual, más que al curro. Que aquello parece el juego de las sillas, a ver cuál se queda vacía junto al jefe.
Además una cena de empresa es como un análisis de sangre. Sale todo… Quién tontea, quién le tira la caña a quién, quién no da un palo al agua. El salseo es obligado. Y se dan besos, muchos. Se besa por encima de nuestras posibilidades. Asiste todo tipo de fauna, el gracioso, el que se queja por todo, el que no habla nunca pero se mete tres inyectables de kalimotxo y es el alma de la fiesta. No falta el becario oyendo anécdotas de gente que no conoce, y que está con la cabeza a derecha e izquierda como en un partido de tenis.
Normalmente se sirven los entrantes, y luego un segundo a elegir, a elegir entre quedarte con hambre o con mucha hambre, aunque cenar no sé, pero beber… Y si paga la empresa, es absurdo que la llamen barra libre porque no hay nada más ocupado.
Sobre todo, se recomienda ser prudente. El personal acostumbra a meter la gamba, y puedes pasar de la cola del canapé a la cola del paro en un santiamén. Yo voy a una con karaoke, pero no soltaré ni pío. Lo que pasa en la cena de empresa se queda en la cena de empresa.