Los controladores aéreos acaban de finalizar cuatro jornadas de paros en protesta por las sanciones de la huelga de 2010. Y afortunadamente han pasado sin pena ni gloria. ¿Qué se creían? ¿Otra vez en huelga por depresión por no saber que hacer con los doscientos mil euros que ganan al año? ¡Dios mío que injusticia! Habrá quien piense que les tenemos paquete por ser millonarios, pijos y hablar inglés. Nada de eso. Esta gente cobra un sueldo de miseria y está agotada por la enorme carga de trabajo y horario abusivo al que se enfrentan.
En primer lugar, lo que hay que hacer es agradecer a estos señores sus esfuerzos por complicar la vida a los ciudadanos que, como todo el mundo sabe, sólo viajan en avión para irse de vacaciones a Nueva York. En segundo, preguntarles si van a volver a repetir de menú esa ensaladilla que provocó la espantada de sus puestos de trabajo y que todos se pusieran a la vez enfermos? ¿O qué paso aquel 3 y 4 de diciembre, a la sazón puente, de hace cinco años? En realidad no fue una huelga, fue una cabronada. Con cientos de miles de personas secuestradas en el aeropuerto y con el cierre patronal del espacio aéreo.
Curiosamente los paros que han heho estos días iban a realizarse inicialmente en marzo, pero claro, el accidente de Germanwings, les fastidió los planes. Por eso los han fijado en pleno inicio vacacional. Menos mal que esta vez han sabido pararles los pies y no ha habido un montón de damnificados porque ellos se pasaron de listos poniendo al país de rodillas. ¡Qué pena me dan siempre los privilegiados!… ¡snif!