Después del verano, he vuelto al gym. He pensado que si Núñez Feijóo ha podido presentarse a una investidura paripé, yo también puedo hacer una clase de body combat de pega. Total, todo son sesiones fallidas.
Para empezar, ya me ha acomplejado la monitora. Lo de la ropa deportiva deprime mucho. ¡Cómo le queda la indumentaria! Parece que se la han pintado a pistola. Si estás cachas, estupendo, aunque si tienes un cuerpo escombro, vas en plan teletubi. Porque la lorza, si la aprietas, se rebela y adquiere aspecto de morcilla de Burgos. Ahora que ya nadie se pone un chandal de los de toda la vida, y se usan mallas supuestamente sexys, puedes parecer Rosalía en versión Michelín.
Luego, la tía (la profa, digo) es elástica que te mueres, y se dobla como el prospecto de un medicamento. “A tu edad debes hacer ejercicios de fuerza” me recomienda, y me endilga una pesa que parece una berza de cinco kilos. En los gimnasios a la gente le gusta ponerse ante el espejo, y yo me miro y solo veo a la foca Nicanora haciendo torsiones a un palo de escoba.
Antes hacía aerobic, pero ahora hay aquagym, bodypump, crossfit, hipopresivos, TRS, Gap…, que parece que estás en la escuela de idiomas aprendiendo inglés. Y no sabes si vas a ponerte en forma, o a presentarte a una OPE para marine. “La nutrición es fundamental. Te voy a quitar el pan, el alcohol,… y tienes que comer mucha verdura”, me dice el otro día. Pero ¿qué quiere decir mucha? ¿Una hectárea?