Algunos reclaman «dar una chupadita de la medicina de Camps», cuando ya estan cansados de chupar del bote. Hartos de mamar de la teta pública, la sabiduría popular ha acuñado: «Gastas menos que Camps en trajes». Quizá por eso, estos días, Paco sale más en los chistes que en las noticias. Es el prota de una página en Facebook: «Señores que dicen que son inocentes, pero van y dimiten», y actúa como galán en alguna peli en cartelera; «El increíble hombre mangante», «Mentiroso campspulsivo» o «Los chorizos del presidente».
Ya se convirtió en chirigota con el «te quiero un huevo» que le dijo a el Bigotes, el jefe valenciano de la red Gürtel. Fue objeto de chanza con el «Feliz Navidad, amiguito del alma», que le dedicó al shériff de Orange Market, una de las empresas que se benefició de los contratos con su administración. Y organizó una cuchufleta con el trabalenguas: «Los tres tristes trajes que le trajeron a Camps».
Porque todo en él parece una broma. Su cara es casi una réplica del señor Burns de los Simpson. Su risa es tan extraña que incluso el miércoles, el día que anunció su dimisión, se carcajeaba como una hiena. Lo lamentable es que el molt honorable se lo toma muy en serio. Va de perdonavidas y proclama que es inocente, además de virgen y mártir. Por eso, se sacrifica por España y acabará subiendo a los altares porque hace milagros. Por ejemplo, el de la multiplicación de los chorizos.