Superhincha… pero menos

El universo rojiblanco brilla tanto que debe verse desde la Estación Espacial Internacional. A 365 kilómetros de la Tierra, la constelación de banderolas, estandartes, escaparates en rojo y blanco forma una conjunción astral que invitaba a soñar con el triunfo. Hace tres años, al calor de otra final pasó algo parecido. Solo hubo un pero y no me refiero, obviamente, a la derrota. Fue que la bandera de mi vecina estuvo colgada en el balcón más de año y medio. El viento la azotaba, el sol quemaba los colores y al final terminó ajada, hecha jirones y destrozada. A mí se me caía el alma porque no solo afeaba la fachada sino porque entonces era una cruel metáfora de lo que sucedía a un Athletic venido a menos.

Afortunadamente un día, una ciclogénesis explosiva que pasó distraida, tuvo la deferencia de transportarla a mejor vida. Eso sí respetó la cinta americana que la semana pasada volvió a reutilizarse. Mi vecina no era la única superhincha… pero menos. Desde el coche, por la A-8, también veía algún otro hincha de pacotilla que dejaba que su bandera roída y pocha, se pudriese y muriese de inanición en la ventana. Alegoría del tipo abandonado al que todo le recuerda a su amada (Copa) que se ha ido con otro. Me encanta esa forma apasionada, exagerada, a ratos absurda en que se quiere al Athletic, pero, por favor, acuérdense de retirar sus adornos algún día de estos ¿vale? La tela tiene una vejez muy mala.

A vueltas con la cosa

Panamá 1, la Cosa 5. Se ha montado un pollo porque Markel Susaeta evitó decir España y se refirió a… la cosa. Y eso que, oiga usted, iba vestidito de cosañol, cosañol, cosañol… y no daba lugar a confusión porque llevara puesta la camiseta de Malta. Anda que no habremos oído frases incongruentes pronunciadas por futbolistas. Al fin y al cabo no dijo ni el fútbol es así, ni tampoco no hay rival pequeño. La locuacidad, que se sepa, no es un bien exigible a los deportistas. Y para ejercer de delantero no hay que ser, hasta que no se acredite un examen de tiqui taca, de retórica fácil. Si lo llega a decir Sergio Ramos -el único patriota que milita y juega en la cosa-, ni mu. Pero si lo comentan Xabi, Piqué o Puyol hasta les harían un polígrafo para analizar si son de pura raza.

Así que a Susaeta lo lapidan en la plaza de la caverna mediática y según está la cosa, jodida básicamente, el linchamiento se debería dejar para otros personajes. El fútbol es una religión que necesita creyentes e idolatra a sus dioses, pero los jugadores son ateos. Juegan por dinero. Además nadie dijo que para ser un ídolo de masas hubiera que hacer másters y dejar de sentenciar cosas como que cuando la pelota no quiere entrar, no entra, o estoy a las órdenes del míster.

Algunos periodistas también van serviditos cuando preguntan aquello de ¿qué?, ¿contento?, después de un 3-0, y nadie les canta las cuarenta. Aunque yo, la verdad, ignoraba que había que jurar la bandera antes de jugar en La roja. ¡Cómo está la cosa!

El chorichandal

Javi Martínez también se ha atrevido con el chorichandal
Javi Martínez también se ha atrevido con el chorichandal

Los deportistas olímpicos españoles van a traerse medallas sin esfuerzo porque los contrarios no van a dejar de reír cuando aparezcan por las pistas. Y es que el equipamiento oficial de Londres 2012 es el chonichandal o el chorichandal, representante del espíritu patrio. O como dice estos días uno de los comentarios más retuiteados: «No es para ir a por el oro, es para ir a robar cobre».

Hasta Nadal ha desertado, temeroso de verse disfrazado de Fu Man Chú con esa estética txinorri en rojo y amarillo. Porque ni un Jonan cualquiera de Baraka yendo a emborracharse a madalenas lleva una pinta tan kitsch, ni ese estilismo macarra mezcla de moda rumana y Power Rangers. La equipación española para los Juegos Olímpicos ha generado una polémica en la que los vocablos más repetidos son hortera y horroroso.»¡Qué vergüenza!» (Ruth Beitia), «Vamos a parecer las azafatas de Singapour Airlines» (Anabel Medina) o «Nadie se va a perder en la villa» (José Javier Hombrados) son algunas de las críticas que le han llovido al uniforme por parte de los deportistas.

El velocista Ángel David Rodríguez escribía: «Al verla solo podía decir Bailarrr. Bailar bailarrr. Booomba», en referencia a la canción de King África. Que a los pobres casi les ha faltado pedir a gritos un vale de 30 euros para comprar en Decathlon algo más decente. Lo poco que se sabe es que la autora de tan bochornosa indumentaria es la firma rusa Bosco y que su diseñador no ha pasado el control antidopaje.